Stanley L. Jaki fue un destacado historiador de la ciencia, físico, filósofo y teólogo, nacido en Györ (Hungría), el 17 de agosto de 1924. Ordenado sacerdote en 1949 en la abadía benedictina de Pannonhalma, obtuvo su primer doctorado, en Teología, en 1950. En 1957 completó su segundo doctorado, en Física, en la Universidad de Fordham, bajo la dirección de Victor Hess, ganador del Premio Nobel de Física de 1936. Estudió el radón, segunda causa de cáncer de pulmón después del tabaco.
Fue prolífico en publicaciones, con más de 50 libros y cientos de artículos. Defendió el diálogo entre ciencia y religión, sosteniendo que la ciencia puede acercar a Dios y complementar la fe. Recibió el premio Lecomte de Noüy (1970) por su obra Cerebro, mente y computadoras y el Premio Templeton en 1987. Fue nombrado miembro de la Pontificia Academia de Ciencias (1990), doctor honoris causa de siete universidades y miembro de diversas academias científicas prestigiosas.
La ciencia exacta se basa en mediciones y predicciones, argumenta en La relevancia de la física.La define como «el estudio cuantitativo de los aspectos cuantitativos de las cosas en movimiento». Según la formulación de Eddington, «la separación entre el dominio científico y el dominio extracientífico de la experiencia es, creo, no una separación entre lo concreto y lo trascendental, sino entre lo métrico y lo no métrico». Esto implica que la ciencia se aplica a todo, pero solo a su lado medible. Dice que «la ciencia puede acercarse al momento del big bang, pero no puede explicar lo que lo causó».
Asimismo, en El salvador de la ciencia sostiene que las verdades científicas dependen de procedimientos cuantitativos, otorgando a la ciencia una competencia universal en el ámbito de las cantidades. Sin embargo, este ámbito es limitado frente al dominio no cuantitativo de valores y cualidades, propio de la religión. Según Jaki, la revelación judeocristiana abre el camino a la ciencia al describir el orden del universo en términos de «medida, número y peso» (Sabiduría 11, 20). Los malentendidos entre ciencia y religión surgen de no comprender sus competencias distintas. Ambas son igualmente necesarias, pero en dos sentidos muy diferentes. Resalta que «esta diferencia puede inquietar tanto al reduccionista cientificista como al religioso desinformado» y añade que «se debe vivir en paz con la diferencia entre saber cómo funcionan los cielos y cómo llegar al cielo». En su libro Un confín infranqueable, Jaki aclara que no existe un paso de las cantidades a las cualidades; la relación entre ciencia y religión no puede ser de integración ni de oposición. Si bien la mente humana puede comprender ambos dominios, no puede reducir uno al otro.
El teólogo y científico afirma en Cristo y la ciencia que esta es relativamente reciente y que su desarrollo depende de las tres leyes del movimiento formuladas por Newton. Destaca especialmente la primera, la del movimiento inercial, cuyos conceptos comenzaron a desarrollarse en la Alta Edad Media e influyeron en el pensamiento de Copérnico y, posteriormente, en Newton. Se cuestiona por qué esta ley no surgió en las antiguas culturas paganas y sostiene que su origen en el Occidente cristiano medieval fue fundamental para que la ciencia exacta permitiera al Occidente moderno ejercer un notable control sobre la naturaleza y alcanzar un liderazgo global. Jaki documentó el origen cristiano de la física contemporánea desde Buridan y Oresme en el siglo XIV hasta Dulieren en los siglos XIX y XX, pasando por dos grandes físicos del siglo XX, Max Planck, creador de la teoría cuántica, y Albert Einstein, creador de las teorías de la relatividad especial y general. Destacó la obra de Pierre Duhem (1861-1916), reconocido por sus contribuciones en mecánica teórica y termodinámica.
«La eternidad del universo es asumida por algunos como una verdad científicamente demostrada, como si la eternidad pudiera obtener ese sello de verdad científica que pretende medirla», escribe en su libro Dios y los cosmólogos. En un sentido similar, en La paradoja de la paradoja de Olbers aborda el enigma de la oscuridad del cielo nocturno, que debería ser brillante si el universo fuera infinito y lleno de estrellas. Desde que el astrónomo alemán Wilhelm Olbers reformuló este enigma en 1823, él y muchos otros intentaron preservar la supuesta infinitud del universo. Jaki explica que lo hicieron por razones pseudometafísicas: «Un universo infinito podría fácilmente pasar como la entidad última y servir así como un sustituto de Dios. En el proceso, la ciencia sufrió».
En marzo de 2009, Jaki se encontraba impartiendo conferencias en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. Durante su estancia enfermó, pero decidió ir a Madrid. A pesar del mal pronóstico, estaba dispuesto a luchar por recuperar su salud. En su último viaje, enfermo, en el avión de Roma a Madrid, iba terminando dos libros, uno de ellos sobre el Sagrado Corazón de Jesús. Falleció en Madrid el 7 de abril de 2009. Dejó un gran legado y somos herederos de esta sabiduría. Su obra invita a los científicos y a los creyentes a reflexionar sobre las preguntas más profundas de la existencia humana. Él trabajaba incansablemente y era fiel a su lema benedictino ora et labora hasta el último minuto de su vida. Repetía muchas veces: «Lo que quiero es revitalizar a los católicos para una batalla que es fundamental y liberar al mundo de tantas ilusiones fallidas». Su cita favorita del Eclesiástico era: «Lucha por la verdad, y el Señor, tu Dios, luchará por ti».
La autora ha dirigido el congreso internacional Ciencia y fe en Stanley L. Jaki, organizado por la Universidad CEU San Pablo con motivo del centenario de su nacimiento.