El joven Van Dyck, hasta el 3 de marzo, en el Museo del Prado. Los primeros pasos de un genio - Alfa y Omega

El joven Van Dyck, hasta el 3 de marzo, en el Museo del Prado. Los primeros pasos de un genio

El Museo del Prado abre sus puertas a la mayor exposición dedicada en España a los comienzos de una de las figuras fundamentales de la pintura barroca. Una extraordinaria selección de 90 lienzos y dibujos, firmadas por Anton Van Dyck, desde los 15 hasta los 21 años de edad, en los que se demuestra el talento precoz de este pintor flamenco, calificado por Alejandro Vergara, uno de los Comisarios de la exposición, como el Mozart de la pintura

Eva Fernández
La curación del paralítico (ca. 1618-20), Colección Real de la Reina Isabel II (Reino Unido).

Casi resulta imposible dejar de mirarle a los ojos. El Autorretrato de Van Dyck te atrapa nada más entrar en la exposición. El magnetismo es aun mayor cuando sabemos que tenía 15 años al pintarse a sí mismo con esa mirada resuelta y descarada de quien podría considerarse ya un maestro. Perteneció a una generación irrepetible en la historia de la pintura: Vermeer, Rembrandt, Rubens, Murillo y Velázquez, con el que comparte el mismo año de nacimiento, 1599. La muestra reunida en El Prado se centra precisamente en la producción del artista desde que tenía 14 años y da sus primeros pasos en Amberes, hasta su partida a Italia en 1621. De este período tan productivo se conservan más de 160 obras. Fueron sólo 6 años en los que pintó más cuadros que muchos otros artistas en toda su vida, y eso que Anton van Dyck murió joven, a los 42 años. Para que nos hagamos una idea, Vermeer sólo llegó a pintar 36 cuadros, y Velázquez, 120. Desde pequeño, su única pasión era dibujar, por lo que a los 10 años entró en el taller de Hendrick van Balen y pocos años después, ya junto al gran Rubens, llegó a adquirir tal dominio del pincel que su maestro no sólo le consideraba el mejor de sus alumnos, sino que le permitió el privilegio de dirigir su propio taller en Amberes.

En busca de su propia identidad

Uno de los grandes aciertos de esta exposición ha sido dejar constancia de la lucha constante que mantuvo Van Dyck tanto por emular a su maestro hasta la perfección como por abandonar la estela de Rubens y seguir su propio camino. Lo comprobamos en La coronación de espinas (ca. 1618-1620), óleo para el que Van Dyck toma como modelo un cuadro de Rubens, pero al mismo tiempo trata de dejar su impronta mediante esos dos expresivos personajes que asoman por la ventana. La influencia de Rubens se comprueba también en el gusto de Van Dyck por las texturas rudas, el rojo impactante de las telas y una representación muy realista del cuerpo humano. En La entrada de Cristo en Jerusalén (ca. 1617), contemplamos la energía de un pintor adolescente. Parece como si el cuadro estuviese inacabado por algunos titubeos que encontramos a la hora de definir las manos de Cristo. Resulta difícil no conmoverse ante pinturas dotadas de tanto impacto visual y emocional como observamos en su primera Lamentación (ca. 1617-18), en la que el cuerpo inerte de Cristo domina intensamente la escena y Van Dyck consigue que el espectador se concentre únicamente en el dolor de los personajes. En La adoración de los pastores (ca. 1616-17), otra de sus obras más tempranas, imita a Rubens en la composición, pero intenta diferenciarse tanto en el tratamiento de las pinceladas como en la ternura con la que una mujer ofrece un huevo al niño Jesús, como símbolo de la Resurrección.

Es muy probable que la familia de Van Dyck influyera decididamente en su acierto a la hora de plasmar los ideales religiosos del momento, puesto que uno de sus hermanos se ordenó sacerdote y, de sus hermanas, una era monja y otras dos pertenecían a las beguinas, una asociación de mujeres contemplativas que dedicaban su vida a los desamparados. Lo podemos comprobar en el cuadro titulado Dejad que los niños se acerquen a mí (ca. 1618-1620), en el que Van Dyck refleja la psicología infantil en las distintas actitudes de los niños; y en El Prendimiento (ca. 1620-21), una nueva demostración del dominio del color al que Van Dyck nos tiene acostumbrados. La genialidad del pintor flamenco se observa también en La curación del paralítico (ca. 1618-1620), con ese cruce agradecido de miradas entre el Hijo de Dios y el impedido que ya anda. Llama también la atención el dolor contenido que reflejan los ojos de la Virgen en la segunda Lamentación (1618-20), un óleo que podría tener relación con una composición perdida de Rubens.

Los primeros retratos

Casi una tercera parte de sus cuadros de juventud son retratos. Algunos biógrafos aseguran que Rubens le invitó a que se centrara en ellos ante el riesgo de ser superado por el discípulo. De esta forma, evitaba que Van Dyck practicara otros géneros. El resultado es magistral, porque el pintor flamenco nos ofrece un nuevo enfoque en la manera de contemplar al individuo. Lo observamos en el Retrato de mujer de 60 años (1618), en el que no hay nada que distraiga la atención del rostro. Un regalo más del adolescente de pincel prodigioso, del artista precoz que murió demasiado joven. De un maestro que a los 15 años nos mira desde su Autorretrato y que, en esta exposición, ofrece toda una extraordinaria e irrepetible lección de pintura.