El jesuita confinado en una residencia de mayores: «Vivo y comparto mi vida con ellos»
Leandro Sequeiros lleva cuatro años en la Residencia de San Rafael de Dos Hermanas (Sevilla). Tras el decreto de Estado de Alarma permaneció junto a los 50 mayores que allí viven para ofrecerles asistencia religiosa y una palabra de esperanza cada día
La Residencia San Rafael de Dos Hermanas (Sevilla) cobija en torno a 50 mayores, en su mayoría mujeres, con pocos recursos. Un proyecto que levantó el jesuita José María Mier Terán con la ayuda de su familia y otras de la zona. Hoy, 28 años después de su fundación, este centro no pertenece ya a la Compañía de Jesús, pero sí mantiene una vinculación con ella. Porque allí, con el resto de los residentes, sigue viviendo un jesuita, que hace las veces de capellán.
Hace cuatro años le pidieron al padre Leandro Sequeiros, otrora catedrático de Paleontología en la Universidad de Granada, que diera este servicio que implica vivir con los mayores. Y así lo hace, a sus 78 años. «Estoy viviendo, conviviendo y compartiendo con ellos», explica en una entrevista telefónica con Alfa y Omega. Es capellán residente y voluntario.
Porque vive con ellos, esta residencia ha sido uno de los pocos lugares de España donde se ha celebrado cada día la Eucaristía con fieles, a la que acuden entre ocho y diez mayores cada día. Ellos, con el padre Sequeiros a la cabeza, vivieron plenamente la Cuaresma y la Semana Santa. El capellán nos contaba en una carta —comunicación que motivó una posterior entrevista— que fue muy especial la Vigilia Pascual. Como en centros de este tipo es muy difícil tener actividades por la noche, la programaron a las 18 horas, cuando todavía había mucha luz: «Fue muy creativa. Pedí que trajeran linternas o la luz del móvil al no poder encender velas… Creo que la vivimos intensamente. Duró una hora. Adaptamos algunas lecturas. Hicimos la bendición del agua y la renovación de las promesas del Bautismo».
Como capellán residente, Leandro Sequeiros ofrece atención espiritual, pero también comparte la vida. Les acompaña en todas las comidas, en los momentos de descanso y en la sala de televisión, a donde se acerca para charlar con ellos.
Estos días, nos dice, los mayores lo están pasando mal. No por el coronavirus, que allí no ha entrado, sino porque no pueden ver a sus familias por el confinamiento. «Muchas viven cerca y venían todos los días», reconoce. Así que su misión fundamental en estos momento es dar ánimo y aliento. Lo hace de palabra y también con sus dibujos, con los que ha ido empapelando al residencia para hacer más llevadera la situación.
Por las circunstancias de estas personas y sus familias –grupos bastante desfavorecidos–, no es posible tener contacto telemático. Muchas, explica, no tienen ni siquiera teléfono. «Yo he ofrecido incluso mi ordenador con Skype, pero las familias no tienen recursos», añade. Cabe recordar, explica, que en la residencia viven mujeres que en su juventud se dedicaron a la aceituna de mesa en la zona, por lo que dejaron los estudios de manera temprana. «No tienen instrucción ninguna», añade.
Por eso, en la residencia San Rafael, tienen un código para hablar del coronavirus, que se ha inventado el propio Sequeiros: «Como la gente no sabe lo que es, les he dicho que se nos ha metido por la casa y por el pueblo una cucaracha verde y peluda y que la estamos intentando capturar. Todos los días me preguntan si ya hemos cogido».
Diálogo Ciencia – Religión
Sequeiros compagina su dedicación a la residencia —allí está las 24 horas del día— con su presencia en las plataformas jesuitas donde se establece un debate entre ciencia y religión. Concretamente, colabora en la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia Comillas. «Saco algunas horas al día para tender puentes entre ciencia y religión», apunta.
—Hablando de ciencia. Creíamos que lo podía todo y en esta pandemia han quedado claras sus limitaciones.
—En los medios de comunicación muchas veces se da esa imagen, pero la ciencia no lo puede todo.
La conversación concluye porque los llaman a comer. Desde el porche de entrada de la casa, desde donde habla, ante la mirada de sus mayores, cuelga con una breve reflexión: «Creo que todo esto puede ser una oportunidad para cambiar nuestra sociedad. Hemos visto que la gente es capaz de más solidaridad, de más ayuda, de más comunicación… Se ha redescubierto la familia: gente que no se relacionaba con los padres, ha vuelto ha hacerlo».