Chennor. Así lo conocemos todos en Don Bosco Fambul. Tiene cuerpo de culturista: un Increíble Hulk pero no verde, sino negro. Si te lo cruzas en la calle de noche sales corriendo porque su presencia infunde temor… o terror. Y, sin embargo, todo en él es natural y espontáneo. Chennor es un joven africano con alma de niño, con mirada transparente, que no ha perdido su tiempo en el gimnasio.
Creció en las calles peleando y robando para sobrevivir hasta que lo encerraron en la cárcel dos años. Salió, reincidió y volvió a entrar, pero esta vez lo mandaron a una prisión de alta seguridad, Pademba Road, en Freetown. Es una cárcel construida para 324 presos donde hoy viven 2.300 y en la que cinco veces a la semana entran los salesianos y los trabajadores sociales de Don Bosco Fambul para llevarles esperanza y comida extra.
Allí Chennor vivió su infierno en la tierra: una comida al día, pelearse por un cubo de agua para bañarse, picaduras de insectos y mordeduras de roedores, abusos de todo tipo… Una verdadera lucha por la supervivencia. Pensó en quitarse la vida, porque hasta un oficial le dijo que no matara cucarachas ya que sus vidas valían más que la suya…
En la cárcel conoció a Don Bosco y una luz de esperanza brilló en medio del infierno. El día que salió reconoce que fue como tocar el cielo, aunque no sabía dónde ir. Alguien le sugirió Don Bosco Fambul, donde finalmente le ofrecieron formar parte del Group Home, un programa que ofrece techo, comida y educación a jóvenes que no pueden ser reintegrados con sus familias. Completó su formación profesional como soldador y finalmente lo contratamos para ayudar en las visitas a la prisión.
Cuando recibió su primer salario vino a mi oficina y me lo entregó completo: «Para algún chico que lo necesite», me dijo. Este Increíble Hulk africano me estaba dando la lección de generosidad y misericordia más fuerte y linda de mi vida. Su pasado de dolor y sufrimiento adquiría un sentido completamente nuevo desde la perspectiva del amor y la entrega a los más vulnerables de nuestra sociedad.
Para Chennor, Dante se había equivocado al escribir: «Vosotros los que entráis, dejad toda esperanza», al menos para los infiernos que creamos aquí en la tierra. No importa cuán grande sea tu infierno, tu dolor y tu sufrimiento. Cuando te decides a dar, a amar y a servir, finalmente descubres que todo adquiere sentido.