El Hijo del hombre va a ser entregado. Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos
Martes de la 7ª semana de tiempo ordinario / Marcos 9, 30-37
Evangelio: Marcos 9, 30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará».
Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:
«¿De qué discutíais por el camino?».
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
Comentario
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Antes de la creación Dios no era el primero, porque no había nada que pudiese ser considerado segundo o tercero. Dios era el único. Pero quiso ser primero, porque quiso que hubiese un mundo, y unos hombres. Para ser primero —esto es, Dios de la creación— se hizo el último de la creación, se hizo destino de la creación: para que todo existiese, existiese por sí mismo y en libertad, tuvo Dios que esconderse, hacer como si no existiera. Hizo a los hombres e interpuso todo un mundo entre los hombres y Dios, para que le buscaran si así lo querían. Para que los hombres pudieran existir por sí mismos, separados de Él y elegir libremente si ser ellos los primeros o buscar al primero de la creación como si fuese el último, Dios tuvo que renunciar a su poder y ponerse a servir a la creación sosteniendo la vida y haciéndola hermosa. Dios quiso ser el primero al ser descubierto en su servicio de amor a los hombres, convirtiéndose en el último.
Del mismo modo, Jesús quiso ser el primero entre los hombres, para llevarlos a conocer a Dios. Quiso que todos le siguieran. Y para eso tuvo que hacerse el último en la cruz, para pordiosear a todos los hombres su amor. Quiso regir el mundo a través del amor, a través de la impotencia de la Cruz.
Ahora pide a los discípulos que renuncien al poder. La Iglesia tendrá siempre la tentación de querer salvar el mundo a través de su poder. Poder espiritual de regir las conciencias. Poder moral y poder jurídico sobre sus miembros. Pero no está ahí la salvación, tan solo orden y control. No hay salvación fuera de la impotencia de la Cruz y del servicio del amor.