«El Hijo del hombre no ha venido a ser servido»
17º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Mateo 20, 20-28
En esta solemnidad de Santiago, en el Año Santo Compostelano, nos separamos del ritmo habitual de lecturas de los domingos para centrarnos en un pasaje evangélico de Mateo que tiene como centro la llamada del Señor a servir y dar la vida, en contraste con la petición de la madre de los hijos de Zebedeo y la envidia de los otros diez discípulos. No cabe duda de que la elección de esta página está motivada en parte por la alusión en el texto a Santiago, puesto que era uno de los hijos de Zebedeo, beneficiarios del favor que buscaba su madre. Sin embargo, el diálogo nos conduce de modo natural hacia la segunda sección, en la que Jesús aclara no solo la imposibilidad de llevar a cabo lo que se solicita, sino la centralidad del servicio en el discipulado.
Sería parcial y no se haría justicia con una comprensión meramente egoísta de la petición hacia los propios hijos. Más bien se nos están presentando en dos líneas varias enseñanzas sobre la oración cristiana y el modo de realizarla. En primer lugar, lo primero que realiza la madre cuando se encuentra con Jesús es postrarse. Este gesto denota ya una profunda veneración hacia el Señor. No es posible acercarse a Cristo sin reconocer su santidad y su poder. Sabemos, por otra parte, que es común hallar escenas similares a lo largo del Evangelio, especialmente en episodios que se refieren a curaciones o perdón de los pecados, temas estrechamente unidos en el ministerio del Señor. En efecto, ver al Señor y postrarse ante Él no significa nunca para el cristiano una humillación, sino un acto de reconocimiento de la realidad: una confesión hacia quien puede salvarnos. En segundo lugar, el pasaje nos propone un ejemplo de oración de petición. Igualmente, tanto en el Evangelio como en el resto de la Sagrada Escritura abundan modelos de petición dirigidos al Padre o a Cristo, reconociendo así su divinidad. Por otra parte, si nos detenemos ahora en la actitud de Jesús, descubrimos su condescendencia, evidenciada en el hecho de entablar con naturalidad un diálogo con la madre, mediante la pregunta: «¿Qué deseas?». Para nosotros, esta reacción del Señor implica la certeza de saber que, ante cualquier petición, Él vuelve su mirada hacia nosotros.
La entrega radical de la vida
Frente a la confianza de la madre en Jesús y la actitud receptiva de este, nos encontramos, por un lado, con una actitud arrogante de quien realiza la petición, a través de la expresión «ordena que […] se sienten en tu Reino», y, por otro lado, con su egoísmo, pues se busca a sí misma bajo el pretexto de sus hijos. Pero sin duda, el mayor problema de la petición está en la falta de comprensión del significado del Reino, pues en ese deseo parece subyacer una visión más de dominio que de servicio, como pone de manifiesto la indignación por envidia del resto de discípulos. Es aquí cuando entra en escena la explicación del Señor, en la que la referencia al cáliz es una alusión al martirio con el que Santiago coronará su vida.
El punto culminante del texto será la explicación final de Jesús, al condenar a quienes tiranizan y oprimen a los pueblos y poner como paradigma el servicio a los demás a través de una clara llamada: «El que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo». Como no podía ser de otra manera y hemos visto en repetidas ocasiones, Jesús no se limita a ofrecer un elenco de consejos hacia los demás, sino que Él mismo se sitúa como paradigma de entrega hasta el final, cuando señala que «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido». En definitiva, servir y dar la vida no suponen para el cristiano ni una humillación ni un menoscabo de humanidad, sino que concuerdan plenamente con la vocación más alta que hemos recibido de Dios, y que, en el caso de los mártires, se manifiesta de modo perfecto.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?». Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Contestaron: «Podemos». Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».