El guiño de una Madre
Ella es la mejor de las estrategias diplomáticas para conseguir la paz social. Lo entendió bien el embajador Jorge Mario Eastman al mover los hilos para que la patrona de Colombia esté ya para siempre cerca de Pedro
A más de 2.000 metros de altura, en la región colombiana de Boyacá, se encuentra la casa de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, patrona de Colombia. Hace unos 450 años, el español Antonio de Santana encargó su pintura sobre una sencilla tela de algodón. Como tenía especial devoción a la Virgen del Rosario, en el lienzo aparece con el Niño Jesús, rodeada por el apóstol san Andrés y san Antonio de Padua. Colocó la imagen en una cabaña con el techo de paja y desprotegida, por lo que en diez años la pintura quedó tan borrosa, que no se distinguía ninguna de las figuras.
Su viuda la trasladó a Chiquinquirá, pero se encontraba en tan mal estado que quedó arrinconada en una esquina. Su destino cambió para siempre cuando se cruzó con María Ramos, una mujer sevillana que se instaló en la zona y decidió reparar un viejo oratorio donde colocó la deteriorada pintura de la Virgen del Rosario. El 26 de diciembre de 1586, María, junto a una mujer indígena y su hijo contemplaron atónitos cómo repentinamente la pintura recuperaba sus colores, desaparecían los agujeros del lienzo y se restablecía el brillo original.
Su fiesta se celebra cada 9 de julio y este año hará historia con la entronización de una réplica en mosaico en los Jardines Vaticanos, justo en el epicentro de la cristiandad, para que puedan saludarla quienes acudan a Roma a lo largo de los siglos. A todos nos gusta tener una foto de nuestra madre a mano. Por eso, los Papas han procurado acercar al Vaticano tanto a Lourdes como a Fátima y a Guadalupe, pero también a la Virgen del Quinche, la de Aparecida, la de Luján y la Virgen del Carmen, patrona de Chile. Encontrarse con una imagen de la Virgen es regresar siempre a casa, recibir una llamada de tu madre aunque ya no esté. Es recordarle lo que Ella ya sabe y quiñarle un ojo para robarle lo imposible. Es lanzarle un piropo y besarla con la mirada. Es salir reconfortado con un simple barrido de ojos. Pasear por los Jardines Vaticanos ante tantos retratos de tu Madre es lo más parecido a ojear un álbum de fotos en blanco y negro, regresar a la infancia, recordar las flores de mayo e invertir a plazo fijo para el futuro. Mirar a los ojos a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá es encontrar refugio ante el caos. Más aún cuando se ciernen nubes sobre el cielo de Colombia. Ella es la mejor de las estrategias diplomáticas para conseguir la paz social. Lo entendió bien el embajador ante la Santa Sede, Jorge Mario Eastman, al mover los hilos necesarios para conseguir que la patrona de Colombia esté ya para siempre cerca de Pedro.
A lo largo de su historia, el cuadro original, custodiado por los dominicos, tan solo ha salido de Chiquinquirá en diez ocasiones, siempre para terminar con guerras, catástrofes y epidemias. En septiembre de 2017 el Papa Francisco rezó ante el lienzo en la catedral de Bogotá y, antes de regresar a Roma, puso en sus manos el futuro del país: «Así como en Chiquinquirá Dios ha renovado el esplendor del rostro de su Madre, que Él siga iluminando con su celestial luz el rostro de este entero País y bendiga a la Iglesia de Colombia con su benévola compañía».
Cuando se viaja a Roma no siempre hay tiempo de visitar los jardines, pero allí, junto a la belleza del lugar, recibirás el saludo de quien solo tiene ojos para ti, aunque tantas veces la ignoremos. De quien se ilusiona al verte y sufre con tu dolor. Porque la mirada de una Madre pone en orden los papeles y ayuda a relativizar lo superfluo. Será por eso que el amor comienza siempre con una mirada.