El gesto que levantará tu parroquia... y tu barrio
El Arzobispado de Madrid está llevando a cabo una campaña para promocionar las suscripciones periódicas a las parroquias
En el PAU de Carabanchel se congrega una población muy joven, de familias con niños, a la que atiende la parroquia de San Benito Menni en un pequeño prefabricado de apenas 230 metros cuadrados. Allí se turnan las catequesis de iniciación cristiana –en este curso han tenido a cerca de 300 niños apuntados a catequesis–, las reuniones de grupos de matrimonios y el resto de actividades de cualquier parroquia normal y corriente. En los últimos años se está llevando a cabo una fuerte campaña de suscripciones para poder levantar un templo en condiciones, pues actualmente las Misas de cada domingo se llenan de fieles e incluso hay muchos que tienen que seguir la celebración desde el exterior. A pesar de que «es un regalo trabajar en una parroquia tan joven», la verdad es que se hace necesario un templo «que pueda acoger toda la vida parroquial», dice el párroco, Jaime Alier. «Llevamos tiempo moviéndonos y la respuesta está siendo muy buena. Poco a poco la gente está enviando su suscripción. Es preciso que la gente se involucre y entienda la parroquia como algo propio», afirma Jaime, porque «ser de una parroquia no es solo ir a Misa o a confesarse de vez en cuando, que es algo que está muy bien, pero lo mejor es involucrarse en el proyecto», asegura.
Soy, participo, sostengo
La de San Benito Menni es una de las 467 parroquias y 100 lugares de culto que hay en Madrid, y que se verán beneficiados de la campaña Porque soy, participo. Porque participo, sostengo, impulsada por el Arzobispado de Madrid para promocionar las suscripciones periódicas. Como explica el vicario episcopal de Asuntos Económicos de Madrid, Fernando Martínez, hay que «tomar conciencia de la necesidad de colaborar económicamente con la parroquia porque la única vía de financiación ordinaria para ellas son las aportaciones de los miembros de su comunidad».
En la actualidad, las suscripciones periódicas cubren en torno al 16,5 % del presupuesto de las parroquias madrileñas. «Todo lo demás son aportaciones más irregulares: colectas, donativos, etc. La consecuencia es que en las parroquias no se pueden afrontar, con unos ingresos estables suficientes, los gastos fijos como el agua, la luz, la calefacción, la limpieza o la remuneración de los sacerdotes», explica Fernando Martínez.
Es el caso de la parroquia Santa María del Silencio, una comunidad especial orientada a la atención pastoral a personas sordas y sordociegas, para las que organiza numerosas actividades: catequesis para niños y adultos, cursos de formación en lengua de signos, cursos de gramática, informática e inglés, servicio de Cáritas para las personas sordas más necesitadas, celebraciones, etc. Todo este trabajo exige un gran esfuerzo, pero el párroco, Jaime Gutiérrez, explica que «anualmente tenemos unas 20 suscripciones que únicamente alcanzan a cubrir el 15 % de nuestro presupuesto anual. Con un mayor número de suscriptores podríamos ofrecer mayor número de actividades y llegar a más personas sordas y sordociegas».
En medio del barrio
Además, ayudar a la parroquia más cercana no redunda solo en beneficio de la comunidad de fieles, sino que también supone un recurso para la promoción del barrio entero. La parroquia de los Santos Inocentes, en Legazpi, emprendió gracias a una campaña de suscripciones lo que el párroco, Rafael Pérez denomina «nuestra obra magna de ingeniería», para habilitar la planta superior del templo. Gracias a eso, se pueden realizar numerosas actividades, desde las más clásicas como la catequesis, a otras como talleres de capacitación laboral, de manualidades, de cocina, de informática… Todo porque «este barrio no contaba casi con espacios de socialización. Hacia falta un ámbito no solo para la evangelización, sino también para la integración social», algo que consiguieron gracias a que «la comunidad parroquial se puso las pilas: hubo una subida exponencial de suscripciones cuando se les explicó el objetivo múltiple de este proyecto», explica el párroco. «Los sacerdotes nos vamos pero la parroquia se queda, y todo lo que hagamos permanece no solo para esta generación sino también para los que vengan después».
«El comedor es prioritario»
Un ejemplo de esta labor en beneficio del barrio es el comedor que desde hace décadas mantiene la parroquia de San Bruno, muy cerca de la Ciudad Universitaria. Actualmente ofrece cada día 250 comidas a personas sin hogar o que están pasando por alguna dificultad económica –en los años más duros de la crisis económica, eran 500–. El comedor lo sufraga por entero la parroquia, que entre las compras de cocina, el mantenimiento del local y el personal contratado, gasta 100.000 euros al año.
«La gente de la parroquia tiene muy claro que esto es suyo, que lo sacaron entre ellos. El comedor es suyo, e incluso muchos vecinos mayores siguen acudiendo a diario a repartir la comida», afirma el párroco de San Bruno, Jorge González Alemany. «A día de hoy tenemos 400 suscripciones, pero hacen falta muchas más. Al final las cuentas salen. Mal, pero salen. Este año, por ejemplo, hemos cerrado con 6.000 euros de déficit». ¿Llegará un día en que habrá que prescindir del comedor para poder sostener al menos la parroquia? «No, eso no se nos pasa por la cabeza. Lo tenemos que mantener sea como sea. El comedor es prioritario», asegura el párroco.
Una caja común
Hoy las suscripciones periódicas se pueden realizar también a través de internet gracias al portal Donoamiiglesia.es, que hace posible elegir la parroquia deseada para hacer un donativo, puntual o periódico. Además, se puede realizar un donativo al Arzobispado de Madrid, que puede repartir las aportaciones a las parroquias con menos recursos. «La situación económica puede variar mucho de unas comunidades a otras. Por eso, las parroquias más humildes necesitan la ayuda de las parroquias más pudientes», explica el vicario episcopal de Asuntos económicos, Fernando Martínez.
En esta situación se encuentran las dos parroquias de San Cristóbal de los Ángeles, un barrio al sur de la capital que presenta el mayor índice de desempleo y la tasa de inmigración más alta de Madrid. Allí trabaja una comunidad de padres viatores, que han hecho de las dos parroquias de San Cristóbal una sola unidad pastoral. En la actualidad hay 200 familias del barrio que reciben alimentos, ropa, y ayudas de la Cáritas parroquial.
«Nosotros apenas tenemos para mantenernos, y tenemos que recurrir a la caja de compensación de la diócesis», explica el padre Fernando Paz, pero «gracias a las ayudas que recibimos podemos mantener los dos templos, las catequesis –un centenar de niños , adolescentes y jóvenes–, la formación, las actividades de solidaridad, un piso de acogida para mujeres con hijos, procedentes de prisión…».
«Pero lo más importante es que tenemos que seguir atendiendo a los pobres y anunciar el Evangelio de Jesús», dice el párroco. Y a esa tarea ayudarán tanto desde el barrio como desde las ayudas que vengan de otras parroquias de la diócesis. Un buen ejemplo de comunión para la evangelización.
Nosotros vivimos en Reino Unido durante tres años. Allí tuvimos a nuestra bebé y decidimos volver a España, donde empezamos de nuevo partiendo de cero, recibiendo un gran apoyo de la parroquia del nuevo barrio, Santa María Josefa del Corazón de Jesús.
Tras instalarnos, empezamos a acudir a la iglesia. Nuestras preocupaciones estaban en nuestro corazón y nos dejábamos en manos de la Providencia. Gracias al párroco conseguimos arrancar esta nueva vida en este nuestro país de origen. Tuvimos la certeza de que nuestra parroquia es también nuestra familia y que, gracias a ellos, nuestra casa ahora tiene buenos cimientos. Una tarde vimos el folleto de suscripciones en la entrada de la iglesia. Entendimos al momento, porque lo hemos vivido muy de cerca, que todas las parroquias tienen muchísimos gastos fijos mensuales y pocos recursos. Ni siquiera el cestillo, la X en la declaración de la renta o las aportaciones por los sacramentos cubren la mitad de esos gastos. Es más, nuestra parroquia está aún por construir, –y es tan necesario un templo–. No importa cuánto aportes. Incluso con lo más pequeño, el Señor hace milagros.
Nuestra parroquia, San Pablo de la Cruz, a la hora de educar a nuestros hijos en los valores del amor y de darse a los demás, es fundamental. En las Misas, el párroco nos hace reflexionar sobre nuestra fe, en medio de un ritmo de vida muy acelerado que proporciona pocos momentos para la vida espiritual durante el resto de la semana. Solemos compartir las conclusiones de la homilía con nuestros cinco hijos, lo que siempre les motiva.
Al sostener a la parroquia, contribuimos a que esta pueda realizar todas sus actividades: conferencias, ciclos, preparación de la Navidad con los niños, viajes…, y es un gusto conocer a otros miembros de nuestra comunidad. Se crea así un sentimiento de pertenencia a una comunidad de personas con distintos perfiles pero unos valores comunes. Y sabemos que tenemos a nuestro sacerdote, siempre disponible para conversar, ayudar y orientarnos, disponibilidad que perciben nuestros hijos también. Sostener a la Iglesia lo vivimos como un bien que se convierte en un bien mayor para nosotros.