El futuro se escribió hace 500 años
Que el Año de la Vida Consagrada se celebre a la vez que el V centenario de Teresa de Jesús es «un signo de la Providencia, para que la vida religiosa pueda seguir un camino de santidad que dura 500 años y sigue fuerte». Lo dicen dos jóvenes carmelitas, que reconocen que, «después del Vaticano II, nos hacemos la misma pregunta que se hizo santa Teresa después de Trento: ¿Qué tenemos que hacer?» La respuesta la dejó escrita hace cinco siglos la Mística Doctora
Hermana Carmelita Descalza: Un tiempo sólo apto para santos
Tras la JMJ de París 1997, una joven periodista con la carrera recién terminada escribía para Alfa y Omega: «En un mundo en el que tantos jóvenes pierden la ilusión y la razón de vivir, sólo Cristo nos da una vida plena de sentido, de esperanza». Meses después, y con una oferta para trabajar desde Roma con nuestro corresponsal, aquella joven dijo No a este semanario para decirle Sí a Aquel de quien esta publicación toma nombre: Cristo, único Alfa y Omega de la Historia. Hoy, con la ilusión de una novicia, aunque con 17 años de carmelita descalza cumplidos hace una semana, acepta hablar en un medio de comunicación porque «es Dios tan bueno, y tanta la riqueza de nuestra Santa Madre [Teresa de Jesús], que, en este año, nuestro pobre testimonio quizás ayude. Pero, por favor, de mí que aparezca lo menos posible; que aparezca sólo Dios». De ahí que en estas líneas no figure su nombre, y la cosa es noticia: una periodista que no desea firmar.
Antes de entrar en el Carmelo, había viajado por varios continentes e incluso había estado en los morideros de Calcuta, sirviendo a los enfermos junto a Madre Teresa, a quien pidió la encomendase en su oración. «En Calcuta, vi que podía estar con un pobre, y luego con otro, pero que delante del sagrario podía llegar a todos a la vez», dice. Por eso entró en el Carmelo, aunque «esa enseñanza de santa Teresa sirve para toda la vida consagrada, activa o contemplativa: llevar el mundo al corazón de Dios, para llevar a Dios al corazón del mundo, en cualquier realidad. Sin Dios, no somos religiosos». A pesar de la llamada sequía vocacional, esta Hermana va viendo cómo las nuevas vocaciones llegan a su Carmelo y a otras realidades de vida consagrada, «porque la gente joven siente cada vez más un deseo de radicalidad en la fe». Por eso rechazan sucedáneos y rebajas, y buscan «una comunidad donde vivir la entrega total a Jesucristo y una vida fraterna». Algo que también pasaba en tiempos de la Santa: «Después del Vaticano II, ha habido muchos cambios y no siempre hemos atinado con el camino para la renovación que pedía la Iglesia. Y nos preguntamos: ¿Qué tenemos que hacer? Es igual que hace 500 años, cuando después de Trento santa Teresa se hizo esa pregunta y en Dios encontró la respuesta: Seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, confiada en la gran bondad de Dios. No se trata de inventar cosas nuevas, sino de volver al origen de cada carisma, para vivir la vida religiosa con todas sus consecuencias, siendo fieles a lo que nos han dejado nuestros mayores». Porque, como concluía aquella joven periodista su crónica de 1997, «vivimos un tiempo excepcional, que no pide cristianos a medias, sino santos que iluminen el mundo con la claridad de sus vidas».
Padre David Jiménez, OCD: Lo que atrae es volver al origen
Cuando tenía 18 años, David Jiménez se enamoró perdidamente. Pero no de una compañera de clase ni de una amiga de su pandilla, como suele ocurrirle a los jóvenes. No. Él se enamoró –hasta el tuétano– de una Persona, Jesucristo, a quien descubrió en el carisma del Carmelo Descalzo, y más concretamente en la comunidad de frailes Carmelitas que vivían –y viven– en el abulense Convento de Santa Teresa, levantado donde, hace cinco siglos, se ubicaba la casa de los Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, es decir, la casa natal de Teresa de Jesús. 20 años después, el padre David Jiménez es prior de ese convento, se licenció en Periodismo tras terminar sus estudios eclesiásticos, y se ha formado en Informática de forma autodidacta.
Al explicar el proceso de su vocación, sonríe y señala que «a mí no me llamó la atención una comunidad llena de jóvenes que hiciera cosas extraordinarias, sino una comunidad de carmelitas descalzos de mediana edad que querían ser fieles a su vocación y al carisma de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz; que vivían una gran fraternidad y que tenían a Cristo como el centro de sus vidas de forma muy clara, sobre todo en la Eucaristía». Por eso, ante la llamada a la renovación de la vida consagrada para enfrentar los retos del futuro, el padre David explica que «el Espíritu Santo sabe lo que hace cuando inspira los carismas, y no tenemos que esforzarnos por hacer cosas llamativas para atraer a los jóvenes, porque eso es como el papel que envuelve el regalo. Nosotros estamos llamados a esforzarnos por vivir el amor a Dios por encima de todo, por tener un trato personal con Cristo en la oración y en la Eucaristía (sin ella, todo se cae) y por crear una vida fraterna en comunidad. Y ese esfuerzo en realidad consiste en ponernos delante del Señor para dejarnos amar y seducir por Él, a pesar de nuestras faltas y defectos, y precisamente por nuestras faltas y defectos, y dejar que el corazón necesite responderle. Eso es lo que atrae a los jóvenes: la autenticidad de ser fieles al Señor, al Evangelio y al propio carisma. Hace años, un joven, tras visitar una Orden moderna en la que sólo le ofrecían dar de comer a los pobres, me dijo: Para hacer eso, no me hace falta hacerme religioso. Y se me quedó grabado. La clave de la vida religiosa está en dejarnos tocar por Dios para llevarle a todos los ámbitos de la vida, con pasión». E insiste en el término, porque «la pasión por vivir la consagración del corazón a Dios se refleja en el día a día (obras quiere el Señor, decía la Santa), en el trato con los demás y en la vida de comunidad. La pasión por Cristo, la vida fraterna y el desprendimiento de las cosas son claves de santa Teresa, que pueden ser una gran aportación teresiana en la vida de cualquier religioso».