El franciscano que construye puentes con los migrantes de la isla de Rodas
Fray Luke Gregory es uno de los principales apoyos de los 250 habitantes de un centro para migrantes y refugiados en la isla griega de Rodas
Fray Luke Gregory, franciscano de origen inglés, es uno de los principales apoyos de los 250 habitantes de un centro para migrantes y refugiados en la isla griega de Rodas. Él y un voluntario de 77 años, que actúa como «director extraoficial». Este alojamiento en un edificio público del puerto se puso en marcha de forma «temporal» y sin financiación pública en 2015, cuando los refugiados llegaban por miles y la Policía ya no se podía hacer cargo de su alojamiento.
Seis años después la avalancha se ha convertido en un goteo, pero no cesa. Son principalmente sirios pero también hay palestinos (sobre todo de Gaza), somalíes, iraníes e iraquíes. Una veintena son menores. Están en la isla semanas, meses, «y algunos llevan años». Es casi imposible que puedan continuar su viaje. «Muchos no tienen documentación, ni medios económicos; la mayoría dio todo el dinero que tenía a esos codiciosos traficantes».
Con ayuda de la ONG franciscana Pro Terra Sancta, el monasterio se hace cargo de un envío de comida semanal. Luego fray Luke lleva cada pocos días algunos «extras» como jabón y champú, pasta de dientes, productos de higiene femenina, gel hidroalcóholico, mascarillas, y chocolate, galletas y pequeños juguetes para los niños. Le gustó especialmente poder repartir, hace poco, algunas prendas de abrigo tejidas a mano, «obviamente con mucho amor», por un grupo de luteranos de Finlandia.
Cuando se lo piden ejerce de intérprete, «pues hablo griego y árabe… las dos pobremente», bromea. Hace unos años proporcionó a las familias libros de texto en árabe, una pizarra, cuadernos y bolígrafos para que las madres pudieran dar clase a los niños. Al no estar vacunados, no se les permitía asistir a las escuelas locales. Este obstáculo se solventó hace dos años, pero la pandemia ha vuelto a frenar en seco la educación de los pequeños. Por eso, «cuando pueda volver a ir a Jerusalén intentaré» traer más material «para empezar una pequeña escuela en el centro», en la que enseñar griego a niños y adultos.
Acogida y prudencia
Junto a esta labor, el fraile se define como «un constructor de puentes», pues también lleva al centro comida y ropa que le entrega la población local. Antes de la pandemia, «los hoteles llevaban comida» al centro. Los 115.000 rodanos «están acostumbrados» a acoger gente de fuera. «Han estado viniendo desde hace siglos, como por ejemplo los armenios que escapaban del genocidio». Los griegos «son compasivos por naturaleza». Pero esta acogida a veces entra en conflicto con el «miedo a que su presencia afecte negativamente al turismo», del que «Rodas depende de forma casi completa».
Por eso el franciscano intenta ser «prudente y diplomático», sin dejar de predicar la fraternidad con gestos. «La gente ve que no pido nada al Estado, que estoy dispuesto a asumir riesgos para seguir sirviendo» a los migrantes «en medio de la pandemia». Nunca ha tenido ningún incidente. Todos son conscientes de que atiende de la misma forma a los pobres locales, repartiendo comida semanalmente a 450 personas.
Hace dos años el Ayuntamiento premió su labor con los migrantes y refugiados. Pero, para él, es solo «el trabajo normal» de un franciscano. «Se trata simplemente de mostrar», con ayuda material y también con la escucha y la sonrisa, «que como comunidad cristiana nos preocupamos por ellos, que no están solos». Ellos perciben este cariño, y suelen compartir cuánto valoran que «siendo un sacerdote católico vengas siempre a estar con nosotros, que somos todos musulmanes». A lo que él responde: «Yo solo veo a una persona necesitada».