Tras la reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal la semana pasada, Luis Argüello fue preguntado por las declaraciones de Irene Montero de que los menores tienen derecho a «tener relaciones sexuales con quien les dé la gana». El todavía secretario general de los obispos españoles quiso ser «comprensivo» con lo que parecía un lapsus y descartó que la ministra de Igualdad defendiera la pedofilia —como aseguraban algunos de sus rivales políticos—, pero se mostró muy crítico con la visión de la persona y de la sexualidad que aparece en las leyes del Gobierno.
El también arzobispo de Valladolid —que lleva cuatro años lidiando con los periodistas en la sala de prensa de Añastro— adelantó que sus palabras iban a llevar a algunos medios a afirmar que respaldaba a la ministra y a otros a subrayar su rechazo a las leyes que tramita el Ejecutivo. Y así fue. Como ocurre tantas veces, el argumento elaborado se redujo a un titular de trazo grueso y quedó aparcado el debate importante: en este caso, el de qué concepción de la sexualidad se está promoviendo. Porque al final, en palabras del propio Argüello, «el foco desenfoca».