«El Evangelio es para todos» - Alfa y Omega

«El Evangelio es para todos»

«El Evangelio es para todos, porque Dios ama a todos y quiere salvar a todos», subrayó el Papa el lunes, al inaugurar el congreso diocesano de Roma. La buena Noticia está destinada «en primer lugar a los pobres, ellos son los primeros en recibir el mensaje gozoso de que Dios los ama con predilección y viene a visitarlos», pero es válido también para los doctos. «Sostenidos por esta certeza, tengamos la audacia de salir de nosotros mismos, de nuestra comunidad para ir allí donde los hombres y las mujeres viven, trabajan y sufren y anunciarles la misericordia del Padre»

Redacción
evangelioparatodos

Yo no me avergüenzo del Evangelio, fue el tema de la catequesis impartida ayer tarde por el Papa Francisco en el Aula Pablo VI con motivo de la inauguración del congreso eclesial (17-19 de junio) que concluye el año pastoral de la diócesis de Roma y cuyo tema es: Cristo te necesitamos. La responsabilidad de los bautizados en el anuncio de Jesucristo.

El encuentro comenzó con el saludo al Obispo de Roma de su cardenal vicario Agostino Vallini, al que siguió la lectura de la Primera Carta de San Pablo a los Romanos que contiene las frases que inspiraron la catequesis del Papa: «Porque no me avergüenzo del Evangelio de Cristo… Porque… como bautizados… no estáis bajo la ley sino bajo la gracia». Ofrecemos a continuación una amplia síntesis de las palabras de Francisco:

«Una revolución para transformar la historia, tiene que cambiar en profundidad el corazón humano. Las revoluciones que han tenido lugar durante los siglos han cambiado sistemas políticos y económicos, pero ninguna de ellas ha cambiado realmente el corazón del hombre. La verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la ha hecho sólo Jesucristo por medio de su resurrección que, como le gusta recordar a Benedicto XVI, ha sido la más grande mutación de la historia de la humanidad y ha dado vida a un nuevo mundo».

«Esta es la experiencia que vive el apóstol Pablo: Después de haber encontrado a Jesús en el camino a Damasco, cambia radicalmente su perspectiva de la vida y recibe el bautismo. Dios transforma su corazón: de ser un violento perseguidor de los cristianos, se convierte en apóstol, en valiente testigo de Jesucristo… Con el bautismo, sacramento pascual, también nosotros nos volvemos partícipes del mismo cambio, y como Pablo podemos caminar en una nueva vida… Solemos creer que cambiando las estructuras podemos construir un mundo nuevo. La fe nos dice que sólo un corazón nuevo, regenerado por Dios, crea un mundo nuevo; un corazón de carne que ama, sufre y se alegra con los demás, un corazón lleno de ternura para los que, al llevar grabadas las heridas de la vida, sienten que están en la periferia de la sociedad. El amor es la fuerza más grande de transformación de la realidad, porque derrumba las murallas del egoísmo y llena las zanjas que alejan a los unos de los otros».

«También en Roma, hay personas que viven sin esperanza y están inmersas en una profunda tristeza, de la que intentan salir creyendo encontrar la felicidad en el alcohol, en las drogas, en los juegos de azar, en el poder del dinero, en la sexualidad sin reglas. Pero así, se decepcionan todavía más y a veces descargan su ira hacia la vida con comportamientos violentos e indignos del hombre… Nosotros que hemos descubierto la alegría de tener a Dios como Padre y de su amor por nosotros, ¿podemos permanecer de brazos cruzados delante de estos hermanos nuestros sin anunciarles el Evangelio? Nosotros, que hemos encontrado en Jesucristo, muerto y resucitado el sentido de la vida, ¿podemos ser indiferentes a esta ciudad que nos pide, quizá inconscientemente, una esperanza?… ¡Somos cristianos, somos discípulos de Jesús no para encerrarnos en nosotros mismos, sino para estar abiertos a los demás, para ayudarles, para llevarlos a Cristo y custodiar a cada criatura!».

«San Pablo es consciente de que Jesús –como bien indica su nombre– es el Salvador de toda la humanidad, no sólo de los hombres de una determinada época o área geográfica. El Evangelio es para todos, porque Dios ama a todos y quiere salvar a todos… El anuncio del Evangelio está destinado en primer lugar a los pobres, a los que a menudo carecen de lo necesario para llevar una vida decente: ellos son los primeros en recibir el mensaje gozoso de que Dios los ama con predilección y viene a visitarlos a través de las obras de caridad que los discípulos de Cristo llevan a cabo en su nombre. Otros piensan que el mensaje de Jesús es para aquellos que carecen de preparación cultural y que, por eso, encuentran en la fe la respuesta a las tantas preguntas de sus corazones. En cambio, el apóstol afirma con fuerza que el evangelio es para todos, también para los doctos: La sabiduría que proviene de la revelación no se opone a la humana, al contrario, la purifica y la eleva. La Iglesia siempre ha estado presente en los lugares donde se elabora la cultura».

«Sostenidos por esta certeza, que viene de la Revelación, tengamos el valor, la audacia de salir de nosotros mismos, de nuestra comunidad para ir allí donde los hombres y las mujeres viven, trabajan y sufren y anunciarles la misericordia del Padre que se dio a conocer a los hombres en Jesús de Nazaret… Recordemos siempre, sin embargo, que el Adversario quiere mantener a los hombres separados de Dios y para ello infunde en los corazones la decepción cuando no vemos inmediatamente recompensado nuestro compromiso apostólico. El demonio lanza todos los días en nuestros corazones la semilla del pesimismo y la amargura… Abrámonos entonces al soplo el Espíritu Santo que no deja de esparcir semillas de esperanza y confianza. No olvidemos que Dios es el más fuerte y que si le dejamos entrar en nuestra vida nada ni nadie puede oponerse a su acción. Por lo tanto, no nos dejemos vencer por el desaliento ni por las dificultades que encontramos cuando hablamos de Jesús y el Evangelio. ¡No pensemos que la fe en nuestra ciudad no tiene futuro!».

«San Pablo añade: No me avergüenzo del evangelio. Para él, el Evangelio es el anuncio de la muerte de Jesús en la cruz… La Cruz nos recuerda con fuerza que somos pecadores, pero, sobre todo, que somos amados, que a Dios le importamos tanto que para salvarnos no ha dudado en sacrificar a Jesús, a su Hijo. El único orgullo del cristiano es el de sentirse amado por Dios… Todo hombre necesita sentirse amado tal y como es, porque sólo esto hace la vida bella y digna de ser vivida. En nuestra época, en que la gratuidad parece debilitarse en las relaciones personales, nosotros, los cristianos, proclamamos a un Dios que para ser nuestro amigo no pide nada, sólo ser acogido. Pensemos en aquellos que viven en la desesperación porque nunca han conocido a alguien que les haya demostrado su atención, los haya consolado o hecho sentirse valiosos e importantes. Nosotros, los discípulos del Crucificado, ¿podemos negarnos a ir a los lugares donde nadie quiere ir por temor a comprometerse o por el juicio de los demás, y así negar a nuestros hermanos el anuncio de la misericordia de Dios? Si faltamos a esta cita ¿no seremos llamados a dar cuenta de nuestro silencio?».

«Con estas palabras: Porque no me avergüenzo del Evangelio, San Pablo también quiere decirnos que no se avergüenza de vivir de acuerdo con la enseñanza que Jesús nos dejó. De hecho, el anuncio del Evangelio convence al hombre en la medida en la que el que lo anuncie lo vive. Poniendo en práctica el mandamiento nuevo del amor, nos convertimos en instrumentos en las manos de Cristo. A través de nosotros el Resucitado hoy quiere hacer el mundo más bello, más bueno, más habitable, más fraterno».