El esposo está con ellos
Lunes de la 2ª semana del tiempo ordinario / Marcos 2, 18-22
Evangelio: Marcos 2, 18-22
En aquel tiempo, como los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayunando, vinieron unos y le preguntaron a Jesús:
—«Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?» Jesús les contestó:
—«¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Mientras el esposo está con ellos, no pueden ayunar. Llegarán días en que les arrebatarán al esposo; y entonces ayunarán en aquel día.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto —lo nuevo de lo viejo— y deja un roto peor.
Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos».
Comentario
«Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día». Que Jesús hable en esos términos indica que su separación de nosotros es también desgarradora para Él. Si por Él fuera no se separaría de nosotros. Él es arrebatado por el pecado, que nos separa de Él. Para Jesús esa distancia es violenta, es una agresión involuntaria. Es la soledad de la cruz.
De hecho, esa soledad que sentimos nosotros cuando no nos sabemos cerca de Dios quizá sea más su soledad que no la nuestra. Porque el corazón de Dios es lo que late en toda la realidad, y le confiere su ritmo. La melancolía que inunda nuestro corazón en las noches frías es el deseo de Dios que quiere abrasar toda la realidad con su amor.
Es entonces cuando hay que ayunar. Con el estómago, pero sobre todo con el corazón. Es preciso ahí, en esa distancia, no llenarlo con afectos que sustituyan y engañen el hambre. Es necesario dejar que el corazón se deje consumir por ese hambre del único Amor que «mueve el sol y todas las estrellas» (Dante). Porque sólo el hambre hace ver al corazón los signos del Amado en la luz resplandeciente de la mañana y en la timidez con la que rielan los astros de la noche; en la hermosa hechura de la amada, y en la dolorosa debilidad del enfermo.