Alejandro Arellano, decano de la Rota: «Los tribunales eclesiásticos deben contribuir al bien de la familia»
La Santa Sede ha hecho público este martes el nombramiento del español Alejandro Arellano como nuevo decano del Tribunal de la Rota Romana. El sacerdote toledano, prelado auditor del alto tribunal pontificio, afirma que «es necesario insertar plenamente la praxis judicial en la dimensión pastoral» de la Iglesia
¿Ha hablado ya con el Santo Padre por su nombramiento? ¿Qué le ha dicho?
Tuve unas breves palabras con el Santo Padre después de un acto con el Colegio de auditores la semana pasada en la sala clementina. El Papa me animó a seguir nuestro compromiso en favor de la justicia, un ámbito ciertamente arduo pero valioso para la salvación de las almas, que es la suprema ley de la Iglesia, la cual debe estar siempre presente y encontrar, cada día, en nuestro trabajo, una adecuada y rigurosa respuesta.
La labor de los tribunales eclesiásticos en los últimos años ha estado marcada indudablemente por el motu proprio Mitis Iudex Dominus Iesus. ¿Se puede decir que ya ha aterrizado en la vida ordinaria de la Iglesia?
El pontificado del Papa Francisco ha inaugurado un proceso de reformas a diversos niveles en el seno de la Iglesia: reformas que en muchos campos eran deseadas y esperaban una decisión valiente que aceptase los inevitables riesgos que comporta todo cambio. A este respecto, el Papa Francisco, en su discurso a la Curia romana de 2016, reconocía que la verdadera alma de la reforma son los hombres que forman parte de ella y la hacen posible, confirmando la importancia de la conversión individual, sin la cual serían inútiles todos los cambios en las estructuras de la Iglesia.
En este sentido, la reforma del proceso matrimonial canónico nace del deseo de responder a la petición general presente en la Iglesia desde hacía mucho tiempo: hacer los procesos canónicos más accesibles a los fieles, especialmente aquellos que se refieren a las causas de declaración de nulidad del matrimonio. Las transformaciones realizadas en esta etapa obedecen a la necesidad de adecuar la legislación procesal a las nuevas exigencias presentes en la vida y en la misión de la Iglesia, interpelada constantemente por los desafíos y urgencias de la cultura actual en la que se mueve el hombre contemporáneo.
¿Esta reforma supone ruptura o continuidad?
Los dos motu proprio del Papa Francisco a este respecto, Mitis Iudex Dominus Iesus y Mitis et Misericors Iesus, se colocan en la tradición viva de los canonistas, que valorizan los tesoros de doctrina recibidos en herencia, permaneciendo siempre abiertos a la verdadera renovación. Esta llamada a una necesaria hermenéutica de la continuidad con la Tradición de la Iglesia no es un principio propuesto para un caso particular, sino el modo común de proceder en la Iglesia para una misión fecunda. Y esto es lo que sucede cuando se realiza una correcta lectura de las innovaciones en el campo jurídico de la Iglesia.
Esta reforma no responde solo a la solicitud y preocupación del Papa por los fieles alejados o en dificultad, sino fundamentalmente al anhelo y expectativas reiteradas del episcopado y recogidas en el Sínodo sobre la familia.
¿Qué se ha conseguido hasta ahora, y qué falta?
Las líneas que han guiado la reforma –la responsabilidad y centralidad del obispo como cabeza de la Iglesia particular, la pastoralidad, la atención en el servicio de acompañamiento, la simplicidad y agilidad de los procesos de nulidad matrimonial, la accesibilidad y cercanía de las estructuras eclesiásticas, la gratuidad de los procedimientos– no siempre y de forma homogénea ha sido recibida en los diversos países del mundo. El constante camino del pueblo de Dios en la historia requería no una simple adecuación o conformación al cambio del contexto social, sino una verdadera y propia refundación del proceso matrimonial.
La innovación de estos motu proprio requiere apertura y aplicación para acoger y desarrollar el patrimonio de ciencia y cultura preexistente. Los tribunales eclesiásticos, por su parte, deben esforzarse, con ánimo atento y sensible al camino histórico del pueblo de Dios, en contribuir y colaborar profesionalmente y prudentemente al bien del matrimonio y la familia.
Su nombramiento tiene lugar en plena crisis del matrimonio canónico. ¿Qué retos tiene la Iglesia y qué desafíos presenta su tarea en los próximos años?
En primer lugar, todos aquellos operadores del Derecho que sirven al matrimonio y a la familia debemos trabajar cum Petro et sub Petro, en espíritu de comunión y leal compartir en favor de la justicia matrimonial, y al mismo tiempo sentire cum Ecclesia las exigencias de discernimiento y acompañamiento de sus hijos en la verdad y rectitud acerca del estado conyugal.
Con la promulgación de la nueva reforma del proceso canónico, mediante el motu proprio Mitis Iudex Dominus Iesus, y sucesivamente con la exhortación apostólica Amoris laetitia, toda la Iglesia ha sido invitada a realizar un fascinante camino de conversión pastoral, de proximidad y de anuncio del Evangelio, signo del deseo de integración, discernimiento y acompañamiento de todas las familias en dificultad, a fin de que cada una se sienta objeto de una misericordia incondicional y gratuita.
¿Cuál es entonces la hoja de ruta a partir de ahora?
En estos dos documentos pontificios se vislumbra el impulso pastoral y misericordioso del Pontífice, que invita a la comunidad cristiana, especialmente a los operadores del Derecho en el ámbito matrimonial, a vivir una nueva forma Ecclesiae, que es aquella de la parábola de la oveja perdida: toda ella misionera, toda en salida, en camino, dispuesta a prestar su servicio de justicia y misericordia en cada situación humana, buscando discernir la voluntad del Señor, afrontando las exigencias y dificultades de las familias hoy, y persiguiendo dos objetivos que considero necesarios: por un lado, insertar plenamente la praxis judicial en la dimensión pastoral; y por otro, hacer accesibles y ágiles los procedimientos judiciales.
¿Son estos objetivos factibles?
Creo que ponen de manifiesto el espíritu de la reforma procesal, que es mostrar una mayor proximidad entre el pastor y los fieles en dificultad, teniendo como guía la ley suprema la salus animarum, que hoy como ayer constituye el fin último de las instituciones, del Derecho y de las leyes eclesiásticas.
Por esta razón, el Papa Francisco pide a los pastores de las Iglesias locales ejercer y vivir su potestad sacramental de padres, maestros y jueces, a la vez que les llama a desarrollar el ministerio de servicio por la salvación de los fieles que les han sido confiados, manifestándose disponibles a la escucha, en tiempos y modos que subrayen el valor de la misericordia y de la justicia.
Usted ha tenido la oportunidad de conocer realidades eclesiales diferentes en el mundo. ¿Cuál es su percepción del Evangelio de la familia hoy?
El futuro de la Iglesia y de su presencia salvífica en el mundo, como el de toda la sociedad, pasa de manera particular a través de la familia, nacida y sostenida por el sacramento del matrimonio. Es una esperanza que he podido constatar a lo largo de los cursos impartidos en diversas partes del mundo, el hecho de que muchas familias, muchos obispos, muchos presbíteros, muchos religiosos y laicos, están comprometidos para que toda familia pueda redescubrir y vivir, según su dignidad, su vocación y misión. Estoy convencido de que nuestras comunidades eclesiales –parroquias, centros de pastoral familiar, tribunales–, con nuevo ardor y con modalidades y métodos renovados, a la luz de la reforma del proceso matrimonial, sabrán anunciar, celebrar y servir el Evangelio del matrimonio y de la familia.
Sustituye a Pío Vito Pinto, con quien ha colaborado estrechamente en los últimos años. ¿Qué balance hace de su labor?
Creo que la labor de mi predecesor se puede sintetizar en la tenacidad y la pasión en dar a conocer y aplicar la nueva reforma del proceso matrimonial canónico, y el testimonio de una total dedicación al servicio de la Iglesia, todo para ofrecer a un servicio de justicia y caridad a las familias que han fracasado en su vida matrimonial. Creo que en estos años como decano ha manifestado un amor vivo a la Iglesia y una gran devoción y fidelidad al Sucesor de Pedro.
También quisiera poner de relieve tres principios fundamentales que han guiado su tarea en estos años. En primer lugar, un gran amor al pasado, a la tradición, ya que en el campo científico quien no mira y ama el pasado carece de una visión profundamente cristiana del matrimonio y la familia. En segundo lugar, una sensibilidad por los problemas, las exigencias y desafíos del presente que ha nacido y crecido a partir del contacto con las Iglesias de todo el mundo. Por último, la capacidad de mirar y abrirse al futuro sin temor, con esperanza, algo que viene de la fe y confianza en Dios, propia de aquel que en el amor de Dios sabe reconocer y buscar la función de toda ley y servicio a la Iglesia.