El equipo del Papa: Fratelli tutti en el terreno de juego
El equipo de fútbol creado en el Vaticano está formado por guardias suizos, empleados de la Curia, refugiados y un chico con síndrome de Down
Este equipo no suele desbravarse para brillar más que los demás. No hay revanchismo o empujones por el control del balón. Tampoco chupones que solo miran su imagen en el espejo. De hecho, es lo menos parecido a los equipos de élite, cada vez más formados por una yuxtaposición de individualidades poderosas. Este es el equipo del Papa.
«Nacimos un poco por sorpresa en noviembre pasado», explica Giampaolo Mattei, presidente de la primera y única asociación deportiva creada en el Vaticano y auspiciada por el Consejo Pontificio de la Cultura. El Pontífice pidió al cardenal Gianfranco Ravasi, presidente de este organismo, que organizase un partido con algunos jugadores de la Organización Mundial Rom, provenientes de Croacia, para visibilizar el racismo y contribuir a la integración de los gitanos. El resultado es un equipo formado por guardias suizos, sacerdotes, empleados de la Curia, algunos refugiados acogidos por la Comunidad de Sant’Egidio y un joven con síndrome de Down que, cuando marca un gol, se pone tan contento que va corriendo a abrazar a sus rivales. «Podemos perder 90 a cero, pero lo que queremos es reivindicar el concepto de fraternidad. El objetivo no es ganar», asegura Mattei.
El primero que sale del vestuario con la camiseta amarilla es el sacerdote ucraniano Andry Maximovic. Trabaja desde hace dos años en la Secretaría de Estado: «Este equipo demuestra que el deporte puede ser un espacio de diálogo para caminar juntos». Su presencia es realmente importante, porque ayuda con el idioma a dos refugiados de su país que acaban de ser fichados por el equipo del Papa. El vigoroso joven Ive Guttinbarg está haciendo los últimos estiramientos antes de saltar al campo de juego. Es uno de los guardias suizos que se ocupan de la seguridad del Papa y este es su primer partido. «Defendemos al Papa. Y estar aquí también es representarle, en cierto modo», remarca con un acento alemán inconfundible este chico que llegó al Vaticano hace tan solo once meses. Hoy también juegan un afgano con rasgos orientales y dos congoleños. Todos viven en uno de los edificios que la Comunidad de Sant’Egidio pone a disposición de los refugiados para hacerles menos áspera la llegada a un país del que no conocen ni el idioma. «Si alguien me dice hace unos años que estaría aquí…», suspira uno de ellos.
Uno de los jugadores más veteranos es el cura italiano Luigi Portarola, que ayuda en la basílica de San Pedro: «A través del deporte damos espacio a los valores de Francisco». A su lado, Melchor Sánchez de Toca, subsecretario del Consejo Pontificio de la Cultura, precisa que no se trata de la selección nacional de fútbol del Vaticano, como sí lo son el equipo de atletismo o de críquet. «Lo importante es llevar el mensaje del Papa al terreno de juego», recalca. En efecto, no cuentan con un calendario de entrenamientos o de partidos. Todo se hace sobre la marcha. El que jugaron contra el equipo de los Rom fue, en palabras del sacerdote español, «muy poco entusiasmante deportivamente hablando». «En los primeros diez minutos nos habían metido seis goles. Y no marcaron más porque el árbitro, la estrella y capitán de la Lazio, Ciro Immobile, les pidió que rebajasen el ritmo». Al final los marcadores quedaron en un digno empate a siete.
Esta vez el partido es contra el equipo de fútbol de la isla de Elba. «En la Biblia, las islas representan mundos lejanos y olvidados, los confines de la tierra. Pero son objeto de una atención especial por parte de Dios, que no deja de enviarles sus mensajeros para llevarles la buena noticia», señala Sánchez de Toca. Hace unos meses escribieron al Papa para describirle las penurias que pasan los 240.000 habitantes de las pequeñas islas italianas y organizar un partido con su equipo. «Estamos aquí para representar a las 87 islas italianas y sus problemas. La despoblación, el desempleo, la falta de servicios de todo tipo… Hoy hemos tenido suerte. Si hubiera habido una borrasca, no habríamos podido salir de casa», describe Gaetano Daudia, presidente del equipo de fútbol de la isla italiana. En noviembre, cuando cierre la sección administrativa del tribunal, sus habitantes tendrán que viajar hasta la ciudad de Livorno, que dista 90 kilómetros, para poder realizar cualquier trámite legal. En cualquier caso, se sienten «muy afortunados» de poder visibilizar gracias al Papa los problemas que viven en su territorio.
El chico con síndrome de Down, la verdadera alma del equipo Fratelli tutti, tiene COVID-19 y no ha podido acudir a la cita futbolística. Pero no lo han sustituido en el campo de juego, porque él es imprescindible. Se han preocupado de colocar una tablet en el banquillo para mostrarle en directo el partido. Al final ganó el equipo de la isla de Elba, cuatro goles ellos, dos Fratelli tutti. Pero el resultado del marcador no es lo importante. Cada vez que salta al campo, este equipo representa un lema mucho más valioso: todos somos hermanos.