Un martes. Se me hizo tarde en la oficina. Tenía que revisar un par de documentos. Al día siguiente salía de viaje y estaría fuera el resto de la semana. Cerré la puerta y me volví hacia la esquina de la mesa, donde tengo dos iconitos, san José y la Virgen con el Niño, y un crucifijo. Entorné los estores y me puse a rezar vísperas.
Apenas me había persignado y comenzado la oración, susurrando, cuando dos personas entraron en el despacho sin llamar, papeles en ristre, para hacerme una consulta. Les pedí que aguardasen unos minutos. «Es que es muy urgente», dijeron; «¿para quién, para vosotros o para mí?», contesté. Les pedí de nuevo que aguardasen a que yo terminara. Y que cerrasen la puerta. Se quedaron en el pasillo, hablando en voz alta, hasta que abrí la puerta.
Todavía tuvieron la impertinencia –de no pertinente– de preguntarme si de verdad era tan importante lo que estaba haciendo y que me había tomado unos minutos. ¡Unos minutos! «Rezar», les respondí. Debería haber sacado con el móvil una foto de sus caras.
Retomé el asunto de la urgencia. Versión corta: que iban retrasados con un asunto y pretendían, aunque ellos no lo veían así, que alguien, el jefe de su jefe, o sea yo, justificase con su intervención la cosa. Cuando les dije que no pensaba meterme en ese asunto y les recomendé que lo retomasen al día siguiente con su jefe directo, me miraron con cara de asombro, mientras decían: «Es que luego tú vas a torcer el gesto por…». No les dejé terminar la frase. Interrumpí, severo, diciendo: «Por no haber hecho las cosas bien ni a tiempo». Silencio. Fin de la reunión.
Eso me pasa por quedarme en la oficina cuando no debo. Trato de dar ejemplo, de entrar hacia las 07:45 horas y de irme razonablemente pronto, hacia las 17:30 horas. De lo que sí me alegro es de haber rezado en mi despacho, de no haber pospuesto lo importante.
«It will look better in the morning» (tendrá mejor pinta por la mañana). El viaje fue bien. Junto al hotel en el que me alojaba había una iglesia con Misa de 07:00 horas. Dios te cuida. Mucho. Aunque no lo merezcas.