El número 3 de los estatutos de mi comunidad me gusta un montón. Dice así: «Creemos en la incidencia social que el anuncio del Evangelio tiene para transformar este mundo, reconstruyendo al hombre desde dentro». Esta afirmación es mucho más que una teoría o un número de un reglamento frío. La transformación del mundo es una realidad que vivimos cada día los misioneros en cada rincón de los cinco continentes.
A lo largo de estos más de 20 años que llevo como misionera he tenido la oportunidad de ver cómo la fe transforma la vida de las personas. Cuando las personas se transforman desde dentro, ellas mismas se convierten en motor de cambio a su alrededor y se genera una dinámica que en el mundo de la ciencia es conocido como el efecto mariposa. Dice el proverbio chino que «el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo». Esto es algo parecido a lo que madre Teresa afirmó en una ocasión: «A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota». Nuestras vidas influyen en cantidad de personas.
En la Escuela de los Misioneros de la Misericordia que realizamos en Corea (programa de formación misionera para laicos) desde hace tres años, las personas están haciendo una experiencia de Dios que les cambia radicalmente las vidas. A su vez, estamos pudiendo ser testigos de como ellos se están convirtiendo en agentes de cambio en medio de sus familias, ambientes y cómo esa gota de agua, que son sus vidas, va proyectando al caer en el agua ondas expansivas que tocan otros corazones.
Roselina (de nombre cristiano, al frente en el selfi) es una mujer casada que cuando llegó a la escuela nos confesó que cargaba un peso sobre sus hombros que era incapaz de llevar y que toda su existencia estaba por el suelo. Su hermano pequeño se había suicidado, y eso provocó en toda la familia una ola de negatividad y de destrucción. Después de tres años ha reconstruido su vida desde dentro y, desde el año pasado en su parroquia (una de las más grandes de Daejeon), le han pedido asumir el ministerio de misión. Le han encargado visitar a todas las personas que antes iban a la parroquia y ahora no van (os podéis imaginar que son cientos). En las visitas que ella realiza se está encontrando verdaderos dramas, desde problemas económicos, familiares, situaciones de soledad o abandono y, una a una, está ayudando a esas personas a volver a la Iglesia y que a cada una se la pueda atender como necesita. Cuando un día en la escuela nos contaba esto con lágrimas en los ojos y llena de gratitud, todos sabíamos que estábamos presenciando un milagro.
Ester Palma González es misionera en Corea. Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios