Manuel Barrios: «El ecumenismo en Europa está pasando por un momento crítico»
El secretario general de la COMECE, y todavía delegado de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso de Madrid, Manuel Barrios pide «vivir este momento de crisis del ecumenismo como un kairós, como un tiempo de purificación y de renovación» para «volver a poner el encuentro con Cristo en el centro»
¿Cuáles son las dificultades y los retos del ecumenismo en España y en Europa?
El ecumenismo en España, como en el resto de Europa, está pasando por un momento muy difícil y crítico. Esto se debe sobre todo a cuestiones externas a las mismas Iglesias, que, sin embargo, han provocado tensiones y conflictos entre las Iglesias y dentro de las mismas Iglesias. Entre estas cuestiones yo destacaría tres. En primer lugar, los acontecimientos en Ucrania han causado una enorme tensión entre el Patriarcado de Moscú y el Patriarcado ecuménico de Constantinopla, creando una gran fractura dentro de la ortodoxia. Otra cuestión importante, que también crea fortísimas divisiones, es todo lo que se refiere a la teoría de género y a las reivindicaciones de la comunidad LGTB. Las Iglesias tienen posiciones muy distintas y a veces opuestas e irreconciliables en temas como las relaciones homosexuales, las uniones entre personas del mismo sexo, etc. Una tercera cuestión que también causa tensiones es la presencia de muchas Iglesias libres, ligadas más o menos al pentecostalismo que, aunque se consideran herederas de la Reforma protestante, son muy críticas con las Iglesias tradicionales y con la teoría de género, son muy proselitistas y no son ecuménicas. Estas Iglesias libres son las que más crecen en la actualidad en varias partes del mundo y, por tanto, hay también que intentar dialogar con ellas ya que representan a un buen número de cristianos, a veces ejemplares en tantas cosas.
¿Qué consecuencias ha generado esta situación?
Todo esto ha llevado a que estemos viviendo un momento difícil para el ecumenismo, que se manifiesta de distintos modos. En las reuniones ecuménicas, por ejemplo, los temas clásicos que antaño centraban los debates como la estructura de la Iglesia y el ministerio eclesial, o los sacramentos, o el ejercicio del ministerio del Sucesor de Pedro, han pasado a un segundo plano. Por otro lado, tampoco se quieren abordar estas nuevas cuestiones ya que las posturas son irreconciliables. Al final, en muchas reuniones se termina por abordar temas inocuos o temas sociales en los que se puede lograr un mayor consenso como la ecología, el populismo, las migraciones, etc. Sin embargo, de estas reuniones se sale con las mismas divisiones ecuménicas con las que se entra.
Por otro lado, estas divisiones y tensiones ente las Iglesias también se manifiestan en la organización de los actos ecuménicos, como los de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, en los que, con frecuencia, si participan representantes de algunas Iglesias los de otras no asisten y viceversa.
¿Qué se puede hacer ante esto?
Creo que debemos vivir este momento de crisis del ecumenismo como un kairós, como un tiempo de purificación y de renovación. Después del periodo de entusiasmo que siguió al Concilio Vaticano II y del estancamiento de los últimos decenios, ahora pienso que el reto es el de una renovación del ecumenismo desde lo pequeño, desde la base y la periferia, desde la autenticidad, desde la conversión personal y comunitaria, desde el volver a poner el encuentro con Cristo en el centro. Es el momento en el que se debe participar en reuniones y actos ecuménicos no para buscar favores o el reconocimiento de las Iglesias mayoritarias, ni para promover una propia agenda ideológica por legítima que sea, ni para mostrar la propia superioridad u ortodoxia, sino teniendo el deseo sincero de encontrar a Cristo y de convertirse a Él, y de escuchar y aprender de los demás, de oír las razones de los otros e intentar entenderlas aunque no se compartan, de enriquecernos con los dones espirituales de las demás tradiciones… Este también es el ecumenismo que nos propone Francisco con sus palabras y sobre todo con sus actos, un ecumenismo del encuentro auténtico con el otro.
El tema propuesto para la SOUC habla del naufragio de san Pablo en el Mediterráneo y la acogida de los malteses. En la actualidad, Europa sigue afrontando esta tragedia. ¿Cómo ve la respuesta que ha dado Europa a tantos inmigrantes que han intentado llegar a sus costas?
El tema de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de este año, a partir del texto bíblico del naufragio de san Pablo y sus compañeros a orillas de la isla de Malta, nos habla de viajes peligrosos, de acogida y de hospitalidad, de providencia amorosa de Dios, de las palabras reconfortantes de un apóstol, de humanidad. Pero también nos habla de encontrarse a la merced de fuerzas que pueden parecer anónimas e indiferentes y tal vez hostiles. Tantos hermanos nuestros que cruzan los mares buscando una vida más justa y digna para ellos y su familia sufren esta situación, teniendo que enfrentarse a olas, tempestades, muros y vallas, y también a la indiferencia, al egoísmo, a la maldad y al miedo de tantos.
Europa, evidentemente, está llamada a hacer mucho más desde la misión que tiene de salvaguardar y promover la dignidad de cada hombre y mujer. Debe esforzarse más en la acogida generosa, en la integración real, en la lucha contra el tráfico de personas, en las ayudas y la cooperación con los países de origen y de tránsito, revisando también los tratados para que promuevan la responsabilidad y la solidaridad de todos los Estados miembros, como es el caso con el Reglamento de Dublín.