El drama de tomar ciencia por religión - Alfa y Omega

El drama de tomar ciencia por religión

Maica Rivera

Minotauro nos devuelve a las mesas de actualidad este clásico de la ciencia ficción de Arthur C. Clarke, al que, quien más y quien menos, recordamos por ser coguionista de 2001: Una odisea del espacio. Licenciado con honores en Matemáticas y Física por el King’s College de Londres, el prolífico autor inglés narra en esta novela cómo una raza alienígena, especie y cultura superior a la nuestra, llega a la Tierra, librando a los seres humanos de la autodestrucción a la que se hayan abocados a cambio de perder totalmente la potestad para guiar sus propios destinos. Puro Maquiavelo.

Al más alto coste jamás imaginado, los supuestos salvadores interplanetarios instauran la paz y la prosperidad en todo el mundo, a raudales, sin fisuras. Consecuencia de su pacífica pero firme, en el fondo pasivo-agresiva actitud, imponen el nuevo statu quo, y son apodados con la denominación de «superseñores», caídos del cielo, y nunca mejor dicho, ya que descubriremos que su aspecto, oculto durante años, responde a una caracterización propia del diablo en la iconografía cristiana («un convencional retrato del demonio»).

Los superseñores que toman el control de las naciones se revelan como prometeos que llevan a los hombres el fuego de la ciencia, pero de una ciencia reduccionista que no deja espacio en su paradigma a la trascendencia. Fuegos artificiales que se disuelven en la oscuridad de la nada. El hombre acaba viviendo prisionero en una jaula de oro, que es justo en lo que se convierte la Tierra bajo el tutelaje de la civilización extraterrestre dominadora. El resultado es un planeta más hermoso, pero exento de toda belleza creadora, algo de lo que antes nos había hablado, y bastante más clarito, H. G. Wells en su novela La máquina del tiempo de 1895.

El drama acecha al otro lado del espejo: junto con la guerra, el hambre y la enfermedad, los superseñores hacen abolición, simultáneamente, de la libertad, y, con ello, de la aventura y todo el sentido de la misma. La raza humana pierde su iniciativa, «tiene bienestar, pero no tiene horizonte». Aparentemente pastoreada hacia una Edad de Oro o utopía por los nuevos adalides del progreso y la vanguardia, lo que en realidad ocurre es que la sociedad acaba condenada a una vida despojada de todo aliciente.

Todo culmina aun peor de lo esperado: con una adaptación siniestra del cuento del flautista de Hamelín. O, lo que es lo mismo, en aras del neodarwinismo, el final no es otro que una suerte de apocalipsis en el que los niños dan un salto evolutivo hacia una forma de existencia de interconexión grupal, que funciona a través de la telepatía y que los despoja de su identidad en aras de una supraconciencia colectiva y los lleva lejos de sus familias para siempre tras romperse el vínculo más esencial con estas.

A ojos de Arthur C. Clarke, la especie humana, tal y como la conocíamos, ya ha perdido en su carrera de la evolución. Y queda claro que lo peor no es esa aniquilación de los cuerpos que el mundo venía temiendo de los superseñores desde el instante en que sus imponentes naves hacen aparición en el firmamento. No, lo peor de todo es la destrucción de las almas, y el momento más espeluznante acontece apenas a unas páginas del cierre de la novela, cuando los extraterrestres anuncian: «Han terminado los sueños y las esperanzas de vuestra raza». Es el resultado de tomar «la ciencia por religión».

No deja de ser peculiar que un ateo declarado, que dejó prohibido en su funeral cualquier tipo de rito religioso, se recree tanto, de tal forma y con tanto color e intensidad, en la espiritualidad y la religión, en sus motivos, para narrar su historia y plantear, con mayor o menor acierto, dilemas filosóficos de peso que continúan abiertos.

El fin de la infancia
Autor:

Arthur C. Clarke

Editorial:

Minotauro

Año de publicación:

2021

Páginas:

224

Precio:

17,95 €