El dolor más fuerte que existe puede ser el más invisible - Alfa y Omega

El dolor más fuerte que existe puede ser el más invisible

Tras un aborto provocado o espontáneo, la sanación pasa por lo que el mundo no quiere hacer: reconocer que eran niños reales

Alfa y Omega

No dejó de llorar durante toda la intervención. Había acudido a ese quirófano presionada por el rechazo de su marido a un hijo al que ella sí quería. En la clínica a nadie le extrañaron sus lágrimas; nadie se paró a preguntarle si estaba totalmente segura, si en realidad no estaba allí de forma libre. Había pagado: eso bastaba. Su dolor no podía deberse a que le estuvieran arrancando un bebé de las entrañas. A lo sumo, sería culpa de sus creencias religiosas. Sin embargo, cuando salió de allí y el sufrimiento no le permitía seguir adelante con su vida, fue precisamente en la Iglesia donde encontró un abrazo y una respuesta: lo que había hecho estaba mal, sí. Pero, a pesar de todo, Dios la perdonaba y la quería.

Cada vez surgen en las diócesis más proyectos para ofrecer sanación tras un aborto. Es un dolor al que la sociedad es ciega, porque cuestionaría el dogma del derecho a decidir sobre el propio cuerpo —que no lo es—. El duelo tras esta experiencia es un duelo negado. Pasa algo parecido cuando el bebé sí era esperado y ha muerto por causas naturales. Por no saber cómo actuar ante esta situación, se le quita importancia: «Ya tendrás otro». Laura y Alejandro saben que esto no basta. También ellos encontraron en la Iglesia la compañía y los consejos para curar esta herida. Y pasaron por lo que el mundo no quiere hacer: reconocer en esos niños a personas reales, una parte más de nuestra vida.