El diario de Ana Frank, un canto a la vida
¿Cuáles fueron sus armas para no decaer? El humor, la ternura, el coraje, la alegría. No hay una expresión de odio o rencor en su diario
Ana Frank comenzó su diario el 14 de junio de 1942, pero se publicó por primera vez en 1947. 75 años después cabe preguntarse: ¿qué clase de mujer habría sido si no hubiera muerto en Bergen-Belsen entre febrero y marzo de 1945? Su diario revela talento como escritora, capacidad de análisis y una aguda introspección psicológica. ¿Se habría convertido en una nueva Nadine Gordimer o en una filósofa de la talla de Hannah Arendt? Nunca lo sabremos, pero sí podemos afirmar con certeza que la Shoah mutiló brutalmente la cultura europea, privándonos del talento de infinidad de vidas que solo habían comenzado a despuntar. Los negacionistas cuestionaron la autenticidad del diario de Ana Frank, alegando que había fragmentos en bolígrafo, un invento que no se introdujo en Europa hasta 1944, pero lo cierto es que esas anotaciones procedían de una grafóloga que estudió el texto durante la posguerra. Ya no existen dudas razonables sobre la veracidad de uno de los documentos esenciales del siglo XX.
Aunque Ana pasó más de dos años oculta en un refugio de 50 metros cuadrados, ignorando si lograría eludir las redadas de la Gestapo, nunca renegó de la vida. «Esta mañana, cuando estaba asomada a la ventana mirando hacia fuera, mirando fija y profundamente a Dios y a la naturaleza, me sentí dichosa, únicamente dichosa. Mientras uno siga teniendo esa dicha interior, mientras uno lleve eso dentro, siempre volverá a ser feliz». ¿Cuáles fueron las armas de Ana Frank para no decaer? El humor, la ternura, el coraje, la alegría. No hay una expresión de odio o rencor en su diario: «¿Qué sentido tiene hacer de la casa de atrás una casa de melancolía? ¿Es que tengo que pasarme todo el día llorando? No, no puedo hacer eso». Eso no significa que Ana no experimentara momentos de aflicción y miedo: «Hay un vacío demasiado grande a mi alrededor». Sin embargo, siempre prevalecen en ella el optimismo, la esperanza y el sentido ético: «Creo que toda desgracia va acompañada de alguna cosa bella, y si te fijas en ella, descubres cada vez más alegría y encuentras un mayor equilibrio. Y el que es feliz, hace feliz a los demás; el que tiene valor y fe nunca estará sumido en la desgracia».
Nelson Mandela declaró que durante su encierro en Robben Island leía El diario de Ana Frank y le proporcionaba aliento para continuar su lucha contra el apartheid. Se puede decir que una adolescente alemana escribió uno de los mejores cantos a la vida de una Europa hundida en la barbarie. Volver a leer su diario no es un simple homenaje a una vida malograda, sino una forma de recordar cuál es la verdadera alma del continente europeo.
Frente a los totalitarismos y las antiguas guerras de religión, Europa es ahora un espacio de tolerancia y libertad donde conviven diferentes tradiciones. En casa de Ana Frank, el abeto de Navidad coexistía con el candelabro de siete brazos. No se establecían divisiones entre judíos y gentiles. Dios no era un motivo de enfrentamiento o exclusión, sino de encuentro. El otro no representaba una amenaza, sino una perspectiva complementaria y enriquecedora.
75 años después de que una niña de 14 años expandiera su espíritu con un diario, debemos adquirir el compromiso de que las hogueras del odio no vuelvan a encenderse. La cosecha del mal es la nada. El proyecto criminal de Hitler se desvaneció. En cambio, las palabras de Ana Frank continúan resplandeciendo, demostrando que el bien es obstinado y siempre logra sobrevivir a las peores tempestades de las historia.