Las elecciones norteamericanas y la victoria de Trump han puesto de manifiesto una tendencia que se viene advirtiendo desde hace un tiempo: el superpoder de las tecnológicas y la enorme influencia de los gigantes del sector en la política contemporánea. Algunos intentan simplificar este fenómeno haciendo un paralelismo con la tradicional atribución de poderes que durante décadas se ha asignado a los medios de comunicación; a ellos también se les otorgó —dicen— la categoría de cuarto poder. Es cierto que todos tenemos en mente cabeceras de periódicos, programas radiofónicos o televisivos o nombres de periodistas que han ejercido una influencia indudable.
Pero la gran diferencia es que estas big tech —y, por ende, sus propietarios más directos, dada su temprana creación— invaden y dominan prácticamente todos los sectores de la economía y el comercio, con una presencia omnipresente en nuestras vidas. Es decir, no solo han desbancado a los medios, sino que es tal el control que ejercen sobre el flujo de datos, información y la percepción pública, que se han erigido en los dueños del mundo en todos los ámbitos sociales, económicos o culturales, y ahora también políticos.
A diferencia del despotismo ilustrado, donde eruditos intelectuales —como los españoles Jovellanos, Campomanes o Cabarrús— contrarrestaban el poder absolutista y lo enriquecían con juiciosas decisiones guiadas por la razón, este regresivo tecnofeudalismo —como se viene ya denominando— de Musk, Bezos o Zuckerberg se zambulle ahora en el poder político alimentando la propagación de discursos que precisamente no se pueden calificar de ilustrados y racionales, sino más bien emocionales, polarizantes y atestados de teorías conspirativas que se incrustan hondamente en la ciudadanía, deteriorando el sistema institucional hasta que, finalmente, agonice la democracia. La IA es uno de los mejores inventos de la humanidad, pero debemos ajustar las reglas del juego antes de que los virreyes de las grandes empresas tecnológicas conviertan al resto del mundo en sus eternos siervos.