El derecho a defender a los niños - Alfa y Omega

El derecho a defender a los niños

Tres mujeres han sido llevadas a un juicio de faltas por una clínica abortista en Badajoz. El único delito que han cometido Margarita, María José y Anne ha sido rezar el Rosario delante del abortorio y tratar de informar a las mujeres de que existe una alternativa al aborto

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Las mujeres llevadas a juicio, delante del abortorio que las ha demandado
Las mujeres llevadas a juicio, delante del abortorio que las ha demandado.

El 27 de marzo pasado, el gerente de un conocido abortorio de Badajoz se plantó delante de María José, Margarita y Anne y comenzó a increparles: ¡Marchaos de misioneras a Perú; no tenéis ni idea de lo que sufren las mujeres! Apenas mes y medio más tarde, vuelve a enfrentarse a ellas y les arranca con violencia la información que ofrecen a las chicas que acuden a la clínica y se quieren parar a charlar con ellas. ¡Fascistas, iros al Parlamento a defender esto, a ver si os hacen caso!, les espetó, antes de desaparecer por la puerta del abortorio.

Hasta el momento, han sido varias las denuncias que se han cruzado ambas partes, lo que ha desembocado en un juicio de faltas del que ha dado noticia Iglesia en Camino, el semanario de la archidiócesis de Mérida-Badajoz. A la espera de la vista definitiva, el próximo 20 de septiembre, María José afirma a Alfa y Omega que «a nosotras nos denuncian porque, según dicen, estamos en la puerta del abortorio, les insultamos, gritamos consignas, y abordamos a las clientas; pero todo esto es falso, ninguna clienta nos ha denunciado nunca, y no tienen testigos de lo primero. A base de tantas denuncias tratan de demostrar que somos agresivas, y no es verdad». En realidad, lo que hace este reducido grupo de mujeres a las puertas de este centro es rezar el Rosario y ofrecer información a la gente que pasa por la calle, incluso a las potenciales clientas que, libremente, se paran junto a ellas para conocer otras alternativas al aborto.

No sólo rezan

Dicen que sólo rezan y ofrecen información. Pero no es verdad; hacen mucho más. Cuenta María José que hacen todo lo posible por ayudar a estas mujeres: «Las ayudamos a encontrar trabajo, o con la alimentación; pagamos de nuestro bolsillo todo lo que podemos. No podemos conformarnos con decir Las cosas están así». Y Margarita cuenta el caso de una chica que iba a abortar agobiada porque su padre la amenazó con retirarle la pensión de alimentación a su madre si no lo hacía, y les iban a cortar la luz por falta de pago: «Nosotras les pagamos el recibo de la luz, 187 euros, y la estuvimos ayudando. Ahora, el padre de ella ha vuelto con la madre, y se ha arreglado la familia». O el caso de una pareja en una situación económica difícil, que se acercó al centro para informarse sobre el aborto y fueron presionados para hacerlo lo antes posible, con anestesia general, sin pruebas médicas previas: «Nosotras intentamos ayudarles en todo lo que pudimos. Llenamos una furgoneta con comida y se la llevamos, porque estaban muy agobiados. Al final, anularon la cita y hoy esperan a una niña para noviembre. A poco que informes a la gente, se echan atrás ante la posibilidad de llevar a cabo el aborto».

El negocio del sufrimiento

No resulta fácil contemplar lo que han visto estas mujeres en estos años. María José cuenta que ha visto «madres empujando a sus hijas a abortar, y también otras madres llorando delante de las hijas y suplicándoles que no lo hicieran. En una ocasión, una chica vino empujada por su novio y la madre de éste; cuando salieron, dejaron a la chica sola en la acera mientras se metían en el coche: Ahí te quedas, porque entre nosotros ya no hay nada, le dijo el chico». Pero también han visto hombres llorar ante la puerta, tratando de evitar que sus novias o esposas aborten.

La clínica tiene permiso para realizar abortos hasta la semana 22, pero afirman haber visto chicas con barrigas de bastante más tiempo. Las chicas les han dicho que no les dan recibo, que el presupuesto se lo escriben en una tarjeta de visita, que los pagos son sólo en efectivo. Y, al no realizar pruebas de anestesia, aumenta el riesgo de que surjan complicaciones. Los vecinos están acostumbrados a oír la ambulancia.

«Es un negocio deplorable, basado en lucrarse con el sufrimiento ajeno», afirma con rotundidad Margarita. Ella tiene muy claro cuál es su misión, y explica por qué acude a este lugar los lunes y los martes, los días en que se realizan los abortos en esta clínica: «Si yo no estoy aquí, ese peso recaería sobre mi conciencia. Muchas chicas se suicidan, y algunos novios también; el síndrome postaborto no sólo afecta a las madres». Y confiesa: «A veces, cuando me meto en el coche, me tiro un buen rato llorando. Nosotras rezamos también por los que trabajan dentro de la clínica, pero es una frustración la que tengo a veces ante tanto aborto… Cada mes sacamos una o dos chicas, pero en un día pueden entrar hasta cincuenta».

Y María José defiende que «los católicos no podemos estar parados. No se trata sólo de rezar, hay que acompañar la oración con actos. Y también espero que este Gobierno haga algo, y que lo haga cuanto antes». De momento, ellas seguirán acudiendo lunes y martes a realizar lo que consideran su misión y su derecho.