El cura que se hizo soviético
El beato Wladyslaw Bukowinski pasó 13 años encarcelado. Tras su liberación, fue el único sacerdote católico que adoptó la ciudadanía soviética para así poder vivir y asistir a los prisioneros deportados en la estepa kazaja
Durante la Guerra Civil muchos españoles emigraron a la Europa del Este. Algunos de ellos, militantes republicanos, fueron invitados por el bando soviético, pero no esperaban que este viaje, en lugar de fortalecer sus vínculos, se convirtiera en una pesadilla. Como consecuencia de una de las paranoias de Stalin, algunos de los invitados fueron colocados en la lista de los enemigos de la URSS. En total, varios cientos de los recién llegados fueron deportados a la provincia de Karagandá, en la República Soviética de Kazajistán. Allí convivieron antiguos enemigos, republicanos y miembros de la División Azul. Pero las diferencias ideológicas pasaron a un segundo plano y juntos afrontaron la lucha por la supervivencia en la dura realidad de la estepa kazaja, donde en invierno la temperatura llegaba a -40ºC. La lucha conjunta no fue tan mal. De los cerca de 400 prisioneros españoles sobrevivieron más de la mitad.
Entre los más de 60.000 exiliados también hubo otros europeos, como polacos, ucranianos y alemanes. Entre ellos se encontraba el padre Wladyslaw Bukowinski, un polaco de familia noble deportado durante la Segunda Guerra Mundial. Milagrosamente evitó la muerte cuando iba a ser fusilado junto a otros reos. La bala pasó de largo y su cuerpo quedó cubierto por los cadáveres de quienes no corrieron la misma suerte que él.
Antes de llegar la estepa kazaja, el ya beato Bukowinski estuvo preso en gulags repartidos por varias zonas de la URSS, llevando a cabo su labor pastoral en la clandestinidad. Motivo por el que regresó a prisión durante el periodo estalinista. En total, pasó más de 13 años encarcelado. Pero la privación de libertad no fue un obstáculo para orar o celebrar Misa. Lo hizo discretamente en el camastro de la prisión, en medio de la noche. La hostia fue sustituida por las migajas de pan de la cena, y el vino estaba hecho de pasas fermentadas.
Bukowinski pasó a la historia como uno de los pocos habitantes de la URSS que se negó a ser defendido por un abogado. Durante un proceso contra él, en 1958, se defendió a sí mismo con tanto éxito que su discurso convenció al tribunal. Fue condenado a tres años de cárcel, la pena más baja por haber construido una capilla y enseñar la fe católica en un país ateo.
Trabajador esclavo
Los prisioneros encarcelados casi siempre desempeñaron trabajo esclavo. El sacerdote trabajó en una mina de cobre, talando bosques o cavando zanjas. Del mismo modo lo hizo después de salir de la cárcel, donde durante el día era un simple trabajador o vigilante de obra. También se dedicó a viajar por Asia Central, con escaso dinero, visitando a personas deportadas en Kazajistán, Tayikistán y Kirguistán. Muchos de estos lugares no habían tenido la presencia de un sacerdote en más de 20 años.
El sentido de solidaridad con los deportados a la estepa kazaja fue tan fuerte en Bukowinski que rechazó regresar a Polonia. En 1955 solicitó la ciudadanía de la URSS y pronto recibió un pasaporte soviético que le permitió la libre circulación. A partir de ese momento continuó su actividad misionera con un empeño mayor. Constantemente recorría las comunidades cristianas locales gracias a la hospitalidad de los fieles. La Misa la celebraba en casas particulares con ventanas tapadas con cortinas. «Soy como un vendedor ambulante. La Misa en nuestras condiciones se puede celebrar muy de mañana o por la noche. Después de la Eucaristía normalmente hay confesión. Finalmente, un breve descanso nocturno. Y luego más confesiones, bautismos y […] a veces bodas», escribió el misionero.
El sacerdote, que murió en 1974 con 69 años, no llegó a conocer a sus seguidores. Aparecieron después de su muerte, principalmente en los pueblos que visitó el solitario apóstol de Kazajistán. Hubo numerosas vocaciones en la región, en paralelo a la intensificación del culto a su figura.
Objeto de investigación
La historia del beato polaco que, a pesar de todo, vivió entre los deportados, sigue siendo objeto de investigación. No solo se estudia la persecución que sufrió en las cárceles soviéticas, sino también los casos de niños judíos a los que escondió en casas de familias católicas durante la Segunda Guerra Mundial, así como el cuidado que dio a los parientes cercanos de los prisioneros.
En 2001 san Juan Pablo II, durante su visita a Kazajistán, confesó su amistad con Bukowinski. Recordó que, aún en la Polonia comunista, cuando Karol Wojtyla era cardenal de Cracovia, acogió al misionero soviético. El futuro Pontífice dijo inspirarse en su actitud. Poco antes de su muerte el Papa santo recordó: «Me he encontrado con Wladyslaw Bukowinski muchas veces y siempre he admirado su fidelidad sacerdotal y su celo apostólico. […]. Agradezco a Dios conocerlo personalmente, me fortalece con su testimonio».