El cura que dijo no a la ‘Ndrangheta
Don Giacomo Panizza es un sacerdote italiano que, pese a las amenazas de muerte, testificó contra la mafia calabresa y montó un proyecto para personas con discapacidad en un edificio confiscado a los criminales
Por un lado, la entrega desinteresada a los más débiles; por otro, la sangre y las ansias de poder. Son dos mundos opuestos que conviven en el mismo patio. Separados por cinco metros. No es fácil dar la espalda a la organización criminal más poderosa de Europa. Y mucho menos si el capo es tu vecino. Por eso el edificio Pensieri e parole (Pensamientos y palabras) es mucho más que un símbolo de resistencia frente al sistema de la ‘Ndrangheta, que mueve más de 45.000 millones de euros al año. «Es la prueba de que los ciudadanos podemos combatir con nuestras acciones a la mafia», recalca don Giacomo Panizza, un sacerdote que desde que llegó a Lamezia Terme no ha cejado en su empeño de derribar con ternura la ley del más fuerte.
Ese inmueble, que pertenecía al clan Torcasio, una de las familias más poderosas de la ‘Ndrangheta, fue confiscado en 2001 en una operación policial contra el clan. Y el comisario nombrado por el Gobierno italiano para administrar el Ayuntamiento de Lamezia Terme –disuelto hasta en siete ocasiones por infiltración mafiosa– decidió entregar esas estructuras a familias vulnerables. Una decisión justa que hasta ese momento ninguna fuerza política, ni de izquierdas ni de derechas, se había atrevido a tomar. «Nadie las quería. Estaban todos muertos de miedo», explica a Alfa y Omega don Giacomo, quien fue la última esperanza del policía: «Me gustó mucho su idea. Me entregó el peor bloque de todos, el que estaba rodeado de otras propiedades del clan. Y me dijo: “Si funciona podremos asignar las demás más fácilmente”». Y así fue. Al año siguiente instaló allí una comunidad para ayudar a personas con discapacidad a recuperar su autonomía: «Toda la ciudad pudo ver cómo estas personas, que son normalmente descartadas, se enfrentaban con valor a la mafia», destaca.
Su predilección por los últimos se hizo patente desde que puso el primer pie en Calabria. Era el año 1976 y la discapacidad estaba muy mal vista. «Tener un hijo en silla de ruedas, autista o con epilepsia se veía como un castigo divino. Muchas familias los escondían por vergüenza», detalla el cura italiano, que trabajó de obrero hasta que entró en el seminario con 23 años. Por eso no dudó en crear el proyecto, para que estas personas pudieran vivir de manera autónoma. Así nació Proyecto Sur, que hoy se traduce en más de 30 asociaciones y cooperativas, que emplean a 150 personas en toda la región y asisten a los más necesitados en una de las regiones con menos servicios públicos. En su lista caben todos: personas con discapacidad, enfermos de VIH, mujeres maltratadas, migrantes, menores que viajan no acompañados, drogadictos…
Se negó a ser extorsionado
En los años 70, buscar vías para que las personas con discapacidad no fueran dependientes era utópico. Don Giacomo montó una fábrica en la que trabajaban la madera y construían todo tipo de muebles. Con el dinero recabado consiguieron comprar autobuses para transportar las sillas de ruedas e incluso preparar alguna excursión. Pero entonces la mafia tocó a su puerta. «Me pidieron el pizzo [forma de extorsión a los comerciantes locales]. Fue mi primer encuentro brutal con ellos», recuerda don Giacomo. Él se negó a pagarlo y empezaron los problemas con la mafia. Ahora son más de 40 años soportando no solo amenazas de muerte, sino que la gente «aparte la mirada cuando me ve, para que no les vean hablar conmigo». La peor parte llegó en 2002, cuando el clan accedió a la casa. «Ellos tenían las llaves. Intenté cambiar la cerradura, pero no encontré ningún cerrajero dispuesto a hacerlo. Un día rompieron las tuberías, otro día desapareció un radiador…». La espiral de amenazas se volvió insoportable: «Nos rajaron los neumáticos del autobús, nos rompieron los frenos, nos quemaron los campos agrícolas…». En 2011 una bomba estalló en la entrada, haciendo añicos la puerta del complejo justo cuando los chicos regresaban a casa. Y al año siguiente dispararon contra la fachada del edificio.
Estas maniobras de intimidación llegaron al extremo cuando la Policía le hizo escuchar una intervención telefónica que reproducía una conversación entre mafiosos. «Decían que me iban a matar, que me iban a hacer saltar por los aires junto a “todos mis mongólicos». Don Giacomo confirmó que había escuchado esa frase con anterioridad. Antonio Torcasio, asesino del clan y autor de las amenazas, estaba libre a pesar de haber sido condenado en primera instancia a dos cadenas perpetuas. Pena que nunca cumplió por fallos que bloquearon el avance del juicio. «Firmé la declaración para dar validez a la grabación y así me convertí en el primero en toda Lamezia Terme en testificar contra la mafia», relata. «Tenía mucho miedo», confiesa. Finalmente, Torcasio estuvo en la cárcel ocho meses y medio. Nada más salir otro clan lo mató a balazos a las puertas de la comisaría.
Don Giacomo es un tipo duro y humilde. Con una sonrisa inmensa bajo unos intensos ojos azules. Un pastor con olor a oveja, como define el Papa a sus colaboradores favoritos. Vive con escolta y el edificio de Pensieri e parole está vigilado 24 horas por las cámaras de seguridad. Un régimen de protección que no le gusta demasiado, «pero es mejor pensar que la mafia sabe que hay ciudadanos que no se arrodillan ante ellos». La semana pasada comenzó el mayor proceso que ha afrontado jamás este grupo del crimen organizado. Más 450 imputados se sentarán en el banquillo del aula búnker preparada especialmente para este macrojuicio considerado para los expertos como la respuesta definitiva del Estado italiano ante el crecimiento estratosférico de la mafia calabresa en las últimas décadas.
Calabria es una de las regiones más pobres de Europa, con un PIB per cápita que ronda los 17.000 euros, frente a, por ejemplo, los 28.000 de España. Un caldo de cultivo perfecto para reclutar nuevos afiliados, que solo en esa región son cerca de 30.000, según las cifras de la Fiscalía de Catanzaro. Por eso una de las iniciativas de Proyecto Sur que más impacto tiene en esta cadena de perversión es la que saca a los menores del correccional para evitar que sigan el ejemplo de los hijos de los capos. «Los jóvenes entienden que han sido usados y desmitifican el hecho de pertenecer a la mafia», señala don Giacomo.