El cura que aprendió a sacar la fe a la calle
En 1974, Pablo VI invitó al obispo argentino Eduardo Pironio a ser Relator del Sínodo sobre la evangelización del mundo moderno, del que nacería, en 1976, la exhortación Evangelii nuntiandi. En el Sínodo, Pironio —de espiritualidad franciscana— dejó su sello, como ya había hecho en los primeros encuentros del CELAM: una mística misionera, un nuevo ardor… De todo ello iba aprendiendo un joven jesuita, llamado Jorge Bergoglio, que quedó impactadísimo por la Evangelii nuntiandi y por su trato con Pironio, y se esforzó en poner en práctica aquella espiritualidad. No podía imaginar que, 40 años después, él mismo firmaría una exhortación sobre cómo vivir y proponer la alegría del Evangelio
«La Evangelii nuntiandi, para mí, es el documento pastoral más grande que se ha escrito hasta ahora». Cuando el Papa Francisco, el pasado junio, hacía esta confesión ante peregrinos de Brescia, la diócesis natal de Pablo VI, estaba diciendo algo mucho más profundo que un gusto literario. Porque, «el Papa, desde que era sólo un cura jesuita, es un hombre profundamente influido por la Evangelii nuntiandi, de principio a fin», como explica a Alfa y Omega monseñor Eduardo Horacio García, obispo auxiliar de Buenos Aires y colaborador, durante más de 10 años, del cardenal Bergoglio.
Monseñor García cuenta que «el documento de Pablo VI le influyó muchísimo para asumir la llamada a una santidad misionera y dirigida a cada bautizado; para proponer una fe encarnada en la cultura popular, que hace accesible el Evangelio a todos; para explicar y redescubrir el Evangelio que está en las raíces de la Iglesia sencilla y de la piedad popular; y para ver el anuncio evangelizador como instrumento que acerca a las personas, que se da en el tú a tú y crea una cultura del encuentro». Los hechos muestran que esta influencia es cierta, pues el Papa cita en 15 ocasiones la Evangelii nuntiandi a lo largo de los puntos clave de la Evangelii gaudium.
Pero es que, además, las coincidencias entre ambas Exhortaciones van más allá de la evidente similitud lingüística en los títulos: si el Papa Francisco ha publicado su Exhortación al final del Año de la fe, a los 50 años del Vaticano II y tras el Sínodo de los Obispos que abordó, en octubre de 2012, La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, Pablo VI publicó su Exhortación al final del Año santo, a los 10 años del Concilio, y como resultado del Sínodo que abordó La evangelización en el mundo moderno. Un Sínodo en el que, por si fuera poco, dejaron su huella dos Relatores muy especiales: el cardenal Karol Wojtyla (quien años más tarde nombraría obispo y crearía cardenal a Bergoglio), y el entonces obispo de Mar del Plata, el argentino Eduardo Pironio.
«Pironio -explica el obispo auxiliar de Buenos Aires- marcó mucho a Jorge Bergoglio. Pironio fue Secretario General, y después Presidente, del CELAM (Consejo Episcopal Latiniamericano), y fue el gran impulsor de las primeras y más importantes declaraciones del episcopado latinoamericano. Fue Pironio quien dio las raíces actuales a nuestra Iglesia, y aunque era un hombre muy místico y de una espiritualidad muy elevada, invitaba a vivir la fe con nuevo ardor, para aplicar el Vaticano II en América, y con una preferencia clara por los pobres. El cardenal Bergoglio aterrizó toda esa mística, y aprendió de esa espiritualidad de Pironio, pero para sacar la fe a la calle, para salir fuera con nuevo estilo misionero».
El propio cardenal Bergoglio reconoció esta influencia de Pironio que, como él, era hijo de inmigrantes italianos y vivía una espiritualidad franciscana. Pironio, además, llegó a ser confesor de Pablo VI, después de que éste lo llamase para un cargo en la Curia, al tiempo que lo ponía a salvo de la dictadura de Videla, pues su defensa de los pobres habían llevado a la derecha a tildarlo de comunista. «Pironio -decía Bergoglio, en 2008- era un hombre de puertas abiertas, con el que te daba ganas de estar. Tenía otra manera de salir. La apertura de su corazón era un rasgo típico de él. Cuando ibas a verlo, estuviera donde estuviera y con el trabajo que tuviera, te hacía sentir que eras el único. Su apertura era su manera de salir, siempre a disposición de los demás».
Una Iglesia en clave misionera
También el legado de Pironio en el CELAM lo aterrizaría años más tarde Bergoglio, «que fue -explica monseñor García- el gran impulsor del encuentro de Aparecida, como Pironio lo fue del histórico encuentro de Medellín, en 1968. El Documento de Aparecida -que se cita 13 veces en la Evangelii gaudium– no fue sólo un texto: fue un acontecimiento que recogió lo anterior y que ha puesto a la Iglesia en clave misionera. La misión, la nueva evangelización, es estar junto a la gente, con una Iglesia facilitadora de la fe, no sólo reguladora de la fe; es ayudar a las personas para que Cristo ilumine la vida cotidiana, no desde un plano teórico, sino concreto y real. Lo que el Papa ha vivido y aprendido en todos estos años, y ahora nos recuerda a todos, es que la Iglesia no necesita ante todo técnicas para evangelizar, sino volver a su raíz misionera, adentrándose en la cultura y en el día a día de la gente, para descubrirles el rostro de Dios». O lo que es lo mismo, para vivir y anunciar la alegría del Evangelio.