El crítico cuenta la historia de Volodia (Juanjo Puigcorbé), un veterano y laureado crítico de teatro de la vieja escuela que, como cada vez que acude al teatro, se dispone a escribir la misma noche del estreno su crítica que, a la postre, dictará al teléfono al periódico en el que trabaja.
Acaba de presenciar Si supiera cantar, me salvaría, y pese a reconocer el apabullante éxito de la función, su crítica será demoledora. Pocos minutos después llama a la puerta de su casa Scarpa (Pere Ponce), el autor de la obra que Volodia acaba de ver. Con cierta sorpresa recíproca, finalmente Volodia consiente la entrada al dramaturgo. Y es que tras haberse seguido ambos la pista durante diez años, ya es hora de poner en claro algunos asuntos.
Acercarse a un texto del autor Juan Mayorga (Madrid, 1965) es acercarse a un libreto con garantías de éxito; no en vano, se trata de uno de los autores españoles contemporáneos más representado fuera y dentro de nuestro país en los mejores teatros, y su dramaturgia, comprometida y metódica, permite asomarnos, otra vez, a su mundo, sin sorpresas. O dicho de otro modo: su historia sobre El crítico deja con la boca abierta al espectador al brindarle un espectáculo dialéctico de una belleza inaudita. Volodia y Scarpa especulan sobre el teatro en su sentido más amplio: la importancia de cada una de las ideas, cómo debe interpretarse, el modo en que el autor se enfrenta a la página en blanco o la función que ejerce la crítica son algunos de los temas que crítico y autor se escupen con elegancia, dado que es la palabra —¡qué hermosa prosa poética!— el lenguaje sutil con que ambos se expresan, su mejor arma de defensa.
Tanto es así que, para la pareja, el teatro se ha convertido en su vía de escape, en su salvavidas, en el lugar donde aparentemente pueden sobrevivir sin sobresaltos. Además, irán desdibujando la figura de una mujer que, aunque está ausente, tiene que ver con cómo cada uno de ellos lleva a cabo su crítica y su obra… Y sus calculados diálogos -otro de los grandes aciertos- lanzados el uno contra el otro como dardos envenenados en el lúcido salón-biblioteca donde se desarrolla toda la acción, reconvertido en cuadrilátero, adquieren un relieve mayor al ser contestados por personajes de fuertes convicciones, íntegros, creíbles, en definitiva humanos, en los que advertimos deficiencias complementarias y frases memorables con las que el autor de Cartas de amor a Stalin va dibujando a sus personajes: «Me pagan —mal pero me pagan— por seleccionar una obra de la cartelera, llegar casa y escribir mi opinión sobre lo visto. Pero es sólo mi opinión ¿a quién le importa mi opinión?», dice Volodia al comienzo.
Pero la grandeza de El crítico reside, además de en su planteamiento y su perfecto desencadenante hasta que nace de inmediato el conflicto, en el modo con que Juan José Afonso ha ido dosificando la trama hasta equilibrar las tres unidades de acción, espacio y tiempo, para ponerlas al mismo nivel que requiere el teatro en su condición natural: presentación, nudo y desenlace, en este caso en categoría de suspense.
Este distinguido monumento a la palabra cuenta con dos actores de excepción, Juanjo Puigcorbé —deslumbra por su elegancia, porte y dominio en la escena, a pesar de sus casi veinte años fuera de los escenarios— y Pere Ponce —que realiza también una brillante y esforzada interpretación para la cual cambia ligeramente la voz, y en la que su rol experimenta un crecimiento muy importante—.
Entre ambos se produce una química formidable, funcionan en la escena como pareja de éxito y uno no se entiende sin la presencia del otro, porque son las dos caras de la misma moneda. A ello ha contribuido una magnífica dirección de actores y una puesta en escena sencilla, pero de un clasicismo perfecto del ya citado Juan José Afonso, a lo que sigue una escenografía lujosa y muy detallista de la que es responsable Elisa Sanz, un uso muy inteligente de la luz en manos de Carlos Alzueta o las escasas, pero suficientes proyecciones en lo alto del foro que imaginan universos nuevos…, todo ello adornado por las notas melódicas de Bach de las que se encargó Raúl Bustillo.
Queda, pues, un espectáculo redondo cuyo montaje destila humor, amor e inteligencia dirigido a todos los públicos, pero con el que disfrutarán mucho más dramaturgos y críticos de teatro. ¡Impecable, imprescindible!