El cristianismo medieval hizo posible la democracia en Occidente
Un estudio de profesores de Harvard y Toronto concluye que el modelo de familia nuclear que impuso la Iglesia en Europa creó las condiciones para su posterior desarrollo político y económico, mientras el resto del planeta ha seguido instalado en el colectivismo social característico del Neolítico
Las naciones industrializadas, ricas y democráticas conforman un selecto y reducido club en el mundo. Lo que las ha hecho posible, explica una reciente investigación, es su exposición al catolicismo medieval ente los siglos V y XV.
Jonathan Schulz, Duman Bahrami-Rad, Jonathan Beauchamp y Joseph Henrich, de las universidades de Harvard y Toronto, han desarrollado un modelo estadístico con el que han puesto a prueba empíricamente la hipótesis de que fue el modelo familiar que propagó la Iglesia en Occidente lo que configuró la cultura en la que pudieron florecer la democracia y el capitalismo.
Los resultados de la investigación, publicados en la revista Science, presentan una ruptura con el modelo social colectivista que se impuso en todo el planeta con la aparición de la agricultura. Se crearon grupos más cerrados y las instituciones sociales se configuraron según un modelo basado en fuertes lazos familiares, donde el matrimonio concertado y entre primos se generalizó. Estos elementos intensificaron la lealtad y la solidaridad de grupo, pero también el conformismo social y la falta de individualidad. De ahí la mayor propensión al nepotismo, puesto que la noción de moralidad está condicionada por la pertenencia al clan, algo que, en el plano religioso, se refuerza con la veneración de los ancestros.
La obsesión contra el incesto
El zoroastrismo persa o el islam, pese a promover una ética universal y el monoteísmo, no cuestionaron –o no lo suficiente– esta concepción de la familia. Tampoco la Iglesia en Oriente, que no aplicó con el mismo celo que Roma la doctrina familiar cristiana, que tiene su modelo en la Sagrada Familia, una familia nuclear y de hijo único.
Fue en Europa occidental donde se produjo la revolución. Obsesionada con el incesto, la Iglesia extendió la prohibición de matrimonio entre primos hasta el sexto grado, salvo dispensa. También prohibió el levirato, práctica según la cual el hermano de un difunto se casaba con la viuda. Y frente al matrimonio concertado, promovió el matrimonio por elección de los novios, llegándoles a exigir como condición que demostraran tener una vivienda propia, separada de la de sus padres. Con la limitación de la adopción y la condena del concubinato (y por supuesto, de la poligamia), vieron su fin antiquísimos linajes debido a la falta de herederos, lo que contribuyó igualmente a erradicar la vieja cultura de clan característica en la sociedad romana hasta entonces.
Todo ello configuró una sociedad de familias nucleares. Si bien es verdad que, hasta el siglo XIX y la revolución industrial, la «familia extensa» mantuvo una cierta importancia en Europa, los lazos fueron mucho más débiles que en el resto de culturas.
Justicia con el extraño, antes que los lazos de sangre
Tener que buscar pareja lejos de casa creó sociedades más «impersonalmente prosociales», según el estudio. Esto implica tendencia a confiar en personas a las que no se conoce, o a respetar la exigencia ética de tratar con justicia al extraño, aun cuando esto pueda entrar en colisión con los lazos de sangre (como en el caso de tener que declarar contra un allegado). De ahí surgió una cultura mucho más individualista e inclinada al pensamiento analítico, rasgos que posibilitaron la posterior evolución política y económica en Occidente, dominada por instituciones impersonales que requieren, para su correcto funcionamiento, de sólidos acuerdos intersubjetivos basados en nociones éticas ampliamente compartidas.
El estudio está centrado en Europa y en Norteamérica, analizando las diferencias entre la población procedente del viejo continente de las de otras culturas. Las diferencias, como se aprecia particularmente en el caso de Italia, son claramente perceptibles dentro de un propio país en el que las diferentes regiones tuvieron entre el siglo V y el siglo XV distintos grados de exposición a la Iglesia.
En el surgimiento de lo que denominan sociedades WEIRD (extrañas, en inglés, por las siglas: Western, Educated, Industrialized, Rich and Democratic –occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas–), los autores no descartan la intervención de otros factores, también procedentes de la doctrina católica, pero señalan inequívocamente el modelo familiar que promovió la Iglesia como el elemento clave que basta y sirve para explicar la especificidad histórica de Occidente.