500 años de la Capilla Sixtina, el Credo, en imágenes
Creación del hombre, Caída en el pecado, Juicio Final, el cielo y el infierno… Del Génesis al Apocalipsis, la Capilla Sixtina nos guía por toda la Escritura, desde el comienzo del mundo, hasta las páginas finales de la Historia. Es, además, una catequesis sobre nuestro cuerpo y la vida más allá de la muerte, un recorrido desde la Creación hasta el Cielo, que parte de las puertas del Bautismo para entrar en la Iglesia y en la vida eterna. Cuando se cumplen 500 años de los primeros trabajos de Miguel Ángel Buonarroti en la Capilla, este espacio privilegiado se muestra como algo más que una magistral obra de arte
Cuatro millones de turistas al año visitan los Museos vaticanos para entrar en uno de los espacios sagrados más impresionantes de todos los tiempos. Durante un rato, su mirada descansa en una obra de arte monumental, una colección de frescos que rodea al visitante con las pinceladas de algunas de las principales figuras de la Historia del arte, sobre todo del irrepetible Miguel Ángel Buonarroti, quien recibió el encargo, del Papa Julio II, de decorar la bóveda y el ábside (la construcción de la Capilla fue ordenada por el Papa Sixto IV, de quien toma su nombre).
Pero lo que hizo Miguel Ángel fue algo más que llenar de color unas paredes vacías. Su mano nos guía a través de un recorrido que explica nuestra vida cotidiana, amenazada por el pecado y la muerte, y la enriquece con la esperanza en la vida eterna. Así, veinte metros por encima del visitante, en los nueve recuadros centrales de la bóveda, Miguel Ángel representó distintos pasajes del Génesis, desde la Creación hasta la Caída del hombre, pasando por el Diluvio y el nuevo renacer de la Humanidad con la familia de Noé. Se abre ante los ojos la primera y la segunda Creación, el nacimiento y el Bautismo, que nos introduce en la vida de la Iglesia.
El hombre, en Adán, es creado a imagen y semejanza de Dios —Miguel Ángel lo representa lleno de una humanidad asombrosa—, pero, tras la caída y la expulsión del Paraíso, los cuerpos de los primeros padres se muestran envejecidos, consecuencia del pecado; todo porque, en Miguel Ángel, el cuerpo es el reflejo del espíritu, espejo del alma.
Sin embargo, la carne está salvada, porque todo el que está en Cristo es una nueva Creación. Tras el Bautismo, que se hace presente en los frescos de la bóveda bajo el signo del Diluvio y la salvación de Noé y su familia, el hombre puede ya esperar en la resurrección de la carne y caminar en una vida nueva; y el Arca es la Iglesia, refugio de los hombres y cobijo de pecadores. Toda la Capilla está poblada de numerosas figuras denominadas ignudi, hombres desnudos de una presencia extraordinaria. Si, tras el pecado, Adán y Eva se cubren para ocultar su desnudez, estas figuras rescatan la primera mirada de Dios sobre el ser humano, cuando todo era muy bueno.
Un sacramento de la vida cristiana
Pero el centro de toda la Capilla Sixtina es, sin duda, la figura de Cristo como Juez de vivos y muertos. Se trata, en expresión de Juan Pablo II, de un «Cristo insólito», con toda «la gloria de su humanidad», que atrapa la mirada del visitante al contemplar el Juicio Universal que se despliega tras el altar mayor de la Capilla. Todo en Él es quietud, en contraste con el torbellino de actividad que se despliega alrededor: ángeles que despiertan a los muertos con trompetas, esqueletos que van asumiendo la nueva carne a medida que avanza la resurrección de los muertos, numerosos santos y mártires que pueblan el cielo… Más abajo, el mítico Caronte, con su barca, que hace más fácil el paso de la muerte hacia el infierno, mostrando su destino a los condenados. Y, en lo más alto de todo el fresco, bien visibles, los símbolos de la Pasión de Cristo: la columna donde lo flagelaron, los dados con los que se repartieron sus vestidos, la corona de espinas…, y la Cruz, para subrayar cuál es el camino para llegar al Cielo. También hay dos libros, sostenidos por ángeles: el más pequeño contiene los nombres de los salvados; y el más grande, el de los condenados, porque estrecho y angosto es el camino que conduce a la Vida. Junto a Cristo, la Virgen María, y es de notar cómo algunas de las figuras que ascienden al Cielo lo hacen agarradas a un instrumento poderoso: el rosario, del cual tiran dos ángeles hacia arriba.
Todo el Juicio Final de la Capilla Sixtina se revela así como una imagen visible de nuestro Credo, pues, como señaló Juan Pablo II, «en cierto sentido, es como un sacramento de la vida cristiana, pues en ella se hace presente el misterio de la Encarnación».