El Concilio Vaticano II, hoja de ruta ante el Año de la fe. La gracia del Concilio no se ha agotado - Alfa y Omega

El Concilio Vaticano II, hoja de ruta ante el Año de la fe. La gracia del Concilio no se ha agotado

La apertura del Concilio Vaticano II, uno de los acontecimientos más importantes en la historia del siglo XX, cumplirá 50 años el 11 de octubre próximo, fecha en la que el Papa inaugurará el Año de la fe. El Concilio fue la gran genialidad del breve pontificado del Papa Juan XXIII. Su aplicación, sin embargo, todavía hoy suscita polémica, no sólo fuera de la Iglesia, sino sobre todo dentro. Benedicto XVI, en el primer discurso que dirigió a la Curia romana tras ser elegido Papa, describió la situación de la Iglesia, en los años que han seguido a aquella cumbre episcopal, como la de «una batalla naval en la oscuridad de la tempestad»

Jesús Colina. Roma
Los Padres conciliares entran solemnemente en la basílica de San Pedro para la celebración del Vaticano II.

Desde sectores tradicionalistas, en particular los seguidores del arzobispo Marcel Lefebvre, fundador de la Hermandad Sacerdotal San Pío X, con frecuencia se acusa a los documentos del Concilio Vaticano II de haber provocado todos los males que, en las últimas décadas, ha vivido la Iglesia: la confusión doctrinal entre fieles y pastores, la falta de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada… En definitiva, la crisis de fe.

Desde otros sectores extremistas, a veces llamados progresistas, se acusa con frecuencia a los Papas, en particular a Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, de no haber llevado el espíritu del Concilio a la vida de la Iglesia, oponiéndose a una pretendida liberalización del Magisterio en materia de doctrina y costumbres que el Concilio Vaticano II nunca propuso.

La presión de estas dos posiciones ha sido tan fuerte en las últimas décadas, que el mismo Papa Benedicto XVI, en ese histórico discurso a la Curia romana del 22 de diciembre de 2005, no dudó en afirmar que, todavía hoy, «se corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar». Y, de hecho, el rechazo del Concilio Vaticano II es precisamente lo que está impidiendo, en estos momentos, el regreso de la Fraternidad de San Pío X a la plena comunión con Roma, tras el acto cismático de ordenación de obispos sin el consentimiento del Papa, de la que se separó en 1988.

Documento de convocatoria del Concilio, por Juan XXIII.

De hecho, el problema de estas tensiones a izquierda y derecha, entre tradicionalistas y progresistas (por usar un lenguaje superficial, aunque común), no fue el Concilio Vaticano II, como el Papa subrayaba en su discurso. El problema fueron las interpretaciones del Concilio, que, si bien opuestas, tienen un denominador común. Tradicionalistas y progresistas consideran que el Concilio trajo una ruptura con el pasado. Mientras que, como el obispo de Roma aclara, el Concilio Vaticano II no fue una ruptura, sino que trajo una reforma, es decir, «renovación dentro de la continuidad» con toda la tradición e historia de la Iglesia.

Benedicto XVI ha puesto mucho empeño en superar estas visiones rupturistas durante su pontificado, y ésta es también una de sus intenciones para el próximo Año de la fe, que el Papa ha convocado, con motivo de la celebración de los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II. Al convocar este Año de la fe, con la Carta apostólica, en forma de motu proprio, Porta fidei, Benedicto XVI define el Concilio como «la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX», y considera que, si el Concilio Vaticano II es leído e interpretado de manera correcta, «puede ser, cada vez más, una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».

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