¿Y si mañana se cayera el cielo sobre nuestras cabezas? Ese era el único temor (¿infundado?) que tenía Abraracúrcix, el inolvidable jefe de la irreductible aldea gala de Astérix. En nuestro tiempo incierto nada nos parece imposible. Ojalá el temor galo fuera el único que tuviéramos nosotros. Tal vez por eso proliferen las series distópicas, que nos ponen delante un presente en perspectiva, plagado de catástrofes, como si, en efecto, ese temido desastre nos estuviera ya pasando de alguna forma.
Los retratos de un apocalipsis que termina mal están por todas partes. Sin embargo El colapso, la serie francesa que ha incorporado Filmin a su oferta, tiene acentos tan interesantes como novedosos. Son ocho capítulos autoconclusivos, sin más hilo conductor que la cronología con respecto al estallido del mundo, el desarrollo de la acción en lugares muy significativos y el impresionante rodaje en eterno plano-secuencia.
¿Qué pasaría si nuestras seguridades materiales saltaran por los aires y tuviéramos que discernir cada decisión con la congoja del que sabe que está la vida en juego? Tan angustiosa como necesaria, El colapso es un brillante ejercicio narrativo, solo apto para adultos que busquen algo más que sentarse delante de la pantalla a comer palomitas y a olvidarse del mundo. Aquí no pueden hacer ninguna de las dos cosas. Por un lado, palomitas ya no quedan en los estantes vacíos de un supermercado atroz con el que arranca la serie y, por otro, no van a olvidarse fácilmente de este particular fin del mundo. Hay episodios, como el que se desarrolla en una residencia, que exploran con crudeza los límites morales del ser humano y, aunque podamos discrepar de la posición que se adopta, conmueve ver esos rostros sufrientes y esos espacios cotidianos, en los que no hay lugar para la frivolidad.