El clero argentino hace examen de conciencia
El presidente de los obispos visitó un antiguo centro de detención, mientras que la Iglesia ha publicado una investigación sobre violaciones de derechos humanos durante la dictadura
En una gran avenida de un barrio acomodado de Buenos Aires se ubica el que fue el mayor centro clandestino de detención, tortura y exterminio de la capital. En todo el país hubo 700. Se trata de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), donde durante la última dictadura cívico militar argentina (1976-1983) estuvieron retenidas, sin que sus parientes conocieran su paradero, más de 5.000 personas. En 2015, lo que fue el casino de oficiales se transformó en el Museo Sitio de Memoria ESMA.
40 años después del regreso de la democracia, por primera vez un grupo de líderes religiosos, incluido el presidente de los obispos argentinos, ha descendido a estos infiernos. El pasado 29 de marzo, Óscar Ojea, junto a clérigos evangélicos, musulmanes y judíos y al secretario nacional de Culto, Guillermo Olivieri, recorrieron el museo durante dos horas. Los guiaba Guillermo Amarilla, un «nieto recuperado», nacido durante el secuestro de su madre y dado en adopción. En democracia recuperó su identidad.
En la visita participó, además, Ana Soffiantini, Rosita, una de los pocos supervivientes de la ESMA. La mayoría fueron arrojados —vivos o muertos— desde aviones al río de La Plata o al mar y, en otros casos, quemados. Al final del recorrido, relató cómo fue secuestrada junto a sus dos hijos, de 9 meses y 2 años, en agosto de 1977. Al padre de los niños lo hicieron desaparecer el año anterior. Los niños fueron entregados a los abuelos maternos, pero dos años después también la abuela fue detenida. Rosita vivió años sometida a trabajo esclavo.
Afirma a este semanario que la visita de los líderes religiosos fue «sumamente importante, por la propia historia de algunos sectores de la Iglesia, involucrados en el terrorismo de Estado: acá éramos torturados, nacían niños y en más de una oportunidad nos venían a ver» capellanes «que circulaban con normalidad por el casino de oficiales». Cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitó Argentina en septiembre de 1979, «nos trasladaron para escondernos a una isla llamada El Silencio». Había pertenecido al sacerdote Emilio Grasselli, secretario del vicario castrense, que «se la vendió fraudulentamente a la banda de facinerosos y asesinos de los navales».
Soffiantini fue testigo de cómo durante la visita «los religiosos se conmovieron. Algunos quieren seguir hurgando en la memoria». Aunque la misma Iglesia «tiene mártires por enfrentarse a la dictadura», resalta el valor de que sus responsables «vean evidencias muy claras de los crímenes de lesa humanidad» de esa época. Puede contribuir a «seguir investigando, ya que las iglesias, presentes en cada barrio y pueblo, tienen mucha información que nos hace falta para los juicios. Todos los archivos son importantísimos».
Tres tomos de documentación
En esta línea avanza la obra La verdad los hará libres, una larga investigación sobre documentos de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), la Nunciatura y la Secretaría de Estado del Vaticano durante la dictadura. El Papa Francisco autorizó el estudio de estos últimos —con algunos límites—, cuando la norma solo permite desclasificarlos pasados 70 años. Carlos Galli, decano de Teología de la Universidad Católica Argentina y coordinador del equipo que los analizó, asevera que es «la etapa final de un largo proceso que comenzó cuando Jorge Bergoglio, entonces presidente de la CEA, encargó a un obispo investigar el asesinato de otro par en dictadura». Al hacerlo se descubrió documentación relativa a violaciones de los derechos humanos. «Somos conscientes de que en muchas decisiones la CEA no estuvo a la altura. Queremos conocer la verdad y pedir perdón», afirma su Comisión Ejecutiva en el prólogo.
La envergadura del libro es tal que se ha dividido en tres tomos: el primero se publicó hace dos meses, el segundo en marzo, y el tercero verá la luz el último trimestre del año. Galli lamenta que muchas opiniones sobre lo revelado hasta ahora «estén atravesadas por ideologías» o por «apologías corporativas; mientras que nosotros llegamos a la realidad que el pasado nos muestra en sus fuentes». Quieren transmitirla a historiadores y periodistas, a los académicos y, sobre todo, a profesores y a los agentes pastorales, «para que generen conciencia en los cristianos y así contribuir a una mejor convivencia».