Un mago hace subir al escenario a Pepper –un niño de 9 años apodado Little Boy por su baja estatura– y le hace creer que es capaz de mover una botella con poderes paranormales. Poco después escucha el pasaje evangélico en el que Jesús les dice a sus discípulos que basta una fe del tamaño de un grano de mostaza para mover una montaña. Con su fe y sus poderes, el chico piensa que puede traer a su padre de vuelta de la guerra con Japón… Un sacerdote, el padre Oliver, le pide que le muestre esos poderes. De forma patética, el niño se esfuerza en mover una botella, hasta que el cura la agarra y hace que se mueva…
La vida de Eduardo Verástegui (México, 1974) dio un giro de 180 grados cuando decidió que no grabaría más películas que pudieran ofender su fe, a su familia o a la comunidad hispana. Pasó cuatro años sin trabajar, hasta que fundó la productora Metanoia films. Bella (2006) fue su primera película. Mañana se estrena en España su segunda producción, Little Boy, en la que interpreta también un pequeño papel.
¿Es una metáfora de la fe: el hombre no hace milagros, pero Dios escucha sus peticiones?
Pepper es un patito feo, todo está en su contra, los demás niños le pegan y su único amigo, su papá, es enviado a la guerra. ¿Qué le hace seguir adelante? La fe, el amor y la esperanza. Son tres virtudes necesarias en la vida de todo ser humano. En la escena que mencionas, se plantea la fe desde un punto de vista espiritual, porque hay otros tipos de fe: la fe en uno mismo, la fe en la voluntad, la fe en los demás… El padre Oliver le enseña al niño a comprender la fe de un modo más profundo: nosotros no hacemos magia, pero Dios escucha nuestras plegarias.
Y entonces el sacerdote le da a Little Boy una lista con las obras corporales de misericordia. ¿Qué quiere reflejar aquí la película?
La importancia de la reconciliación, la compasión, el amor, el perdón… Esos valores nunca se presentan solos, son como una familia. El silencio te invita a la oración, esta te lleva a la fe, la fe al amor a los demás… Se desata una cadena de valores universales que hoy necesitamos rescatar y despertar en los demás, especialmente en los jóvenes. La película va llevando al espectador por todo eso.
Y de una manera muy natural.
Exactamente. Propone, no impone. Te cuenta la historia de un niño inocente y puro, y a través de sus ojos, los problemas de los años 40 en EE. UU.: II Guerra Mundial, racismo… El niño se propone solucionar esos problemas de su entorno. ¿Cómo lo logra? Con la buena amistad. Cuando anda al principio con malas compañías, se vuelve un rebelde sin causa, maltrata a Hashimoto, un japonés que ama a su país de acogida, los EE. UU., pero que no puede evitar tener la cara del enemigo. Después, el niño cambia de grupo, el padre Oliver se convierte en su mentor.
Pero desaparece. Le deja solo. Le entrega la lista con las obras de misericordia y se marcha del pueblo.
Tenía que desaparecer para que la atención se pusiera en la reconciliación con Hashimoto y en la lista del amor, como yo la llamo. Ya no queremos ver al padre Oliver, queremos ver su lista en acción.
Se plantea un tema problemático. ¿Le crea el sacerdote falsas expectativas al niño haciéndole creer que, cumpliendo esa lista, Dios va a traer a su padre de vuelta? Hace unos días, hablamos en Alfa y Omega con un salesiano misionero en Damasco. Contaba que, al inicio del conflicto sirio, le dijo a un grupo de chicos que, si rezaban mucho, la guerra pasaría pronto. Superar la decepción les costó a todos después mucho trabajo.
Pero es que la fe va más allá de si el padre de Little Boy va a morir o se salva. Cuando Hashimoto le pregunta al padre Oliver qué le va a decir al niño si su «amigo imaginario» –como él llama a Dios– no trae al padre de vuelta, el sacerdote le responde que su «amigo imaginario» le dará en ese caso al chico la fuerza para reponerse. El sacerdote, en todo caso, no crea falsas expectativas. Le deja claro al niño que su padre vivirá solo «si es voluntad de Dios». «¿Y por qué no va a ser voluntad de Dios?», pregunta Little Boy. «Eso yo no lo sé», responde el padre Oliver. Él no pretende tener todas las respuestas. Lo que sí le dice es que, si cumple esas obras de misericordia, su fe se hará mayor. Pero es claro: muchos niños rezaron y sus padres no regresaron. Es la vida misma.
Me hablas de Siria, pero Little Boy es también la historia de Alejando Monteverde, el guionista y director de esta película. Después del estreno, le secuestran a su padre y a su hermano. Él rezó mucho, pero no volvió a verlos con vida. Su historia es muy parecida a la de Pepper. Uno pide cosas, pero después se tiene que rendir a la voluntad de Dios. Aunque no sepamos por qué, no todo lo que le pedimos resulta ser lo mejor. Hay misterios e injusticias que no comprendemos. Yo mismo perdería mi fe si no la pusiera en fundamentos más sólidos al ver cómo ha podido pasarle esto a Alejandro, que no hace otra cosa que intentar mejorar el mundo a través de su cine. Y de pronto su padre, que es un santo, es secuestrado, la familia paga el rescate y aún así les matan a él y a su hermano. ¿Dónde estaba Dios? ¿Por qué permitió esto?
¿Cómo te metiste en el proyecto?
Por Alejandro. En 2011, me llevó el guión y pensé que la película podía hacer un bien enorme. Hace poco se me acercó una chica y me contó que se escapó de casa con su novio cuando tenía 15 años. Little Boy despertó una nostalgia en ella, se armó de valor y se reconcilió con su familia nueve años después. Ahí te das cuenta de que el cine tiene un potencial enorme para cambiar el mundo, para bien o para mal.
¿Quizá los católicos no hemos sabido entender que, en la ficción y el entretenimiento, se construyen hoy los valores de la sociedad?
No puedo hablar por los demás. Yo hago cine. Para todos. Tengo muy clara la misión de Metanoia Films: hacer películas para todo el mundo, para toda la familia, que entretengan y nos hagan querer ser mejor personas. Eso intentamos con Bella y ahora con Little Boy. Yo le quiero hablar a todo el mundo, no solo a un pequeño grupo.
¿Cómo superas la barrera de los prejuicios para llegar a ese público amplio, no solo a los católicos?
Hace falta prudencia, astucia, efectividad para promover algo que crees que puede ser bueno para todo el mundo. Muchos se basan en las críticas para decidir qué van a ver, y si tachan tu película con determinada etiqueta, ya no vas a llegar a quien más querrías llegar para tocarle el corazón. Al vender el proyecto hay que utilizar un vocabulario capaz de conectar con todo el mundo. Trato de cuidar mucho mis palabras. Es mucho más lo que nos une que lo que nos divide. Basta con que conversemos. En eso quiero trabajar yo, y lo demás dejarlo para que, más adelante quizá, en una relación amistad, podamos tener un diálogo más profundo.
En Little Boy, Hashimoto representa al no creyente.
Hashimoto no es creyente, pero su distancia abismal con el padre Oliver no les impide ser los mejores amigos. Se quieren, se respetan… No se trata de convencer al otro ni de decirle: «Yo soy mejor que tú». Ellos dos se pueden decir cualquier cosa bajo el marco de una gran amistad y de un gran cariño. Si siguiéramos su ejemplo, nos iría a todos mucho mejor.
Más de mil chicos habían pasado por el casting para el papel protagonista de Little Boy cuando el director, Alejandro Monteverde, se fijó en Jakob Salvati, un niño de 7 años (9 años en la ficción). Venía acompañando a su hermano mayor, Joshua, al que había llevado su madre, no porque buscara el papel, sino por consejo médico, como parte de su tratamiento para el autismo. A Monteverde le impresionó la naturalidad con la que Jakob bromeaba con los demás chicos, y le insistió a su madre para que le dejara probar. Gracias a ese contrato la familia Salvati ha podido conservar su casa. Los padres pasaban por un mal momento económico y el banco amenazaba con desahuciarlos.
Durante los seis meses de rodaje, Jakob contagió a todo el equipo su entusiasmo. «En todo lo que hagan, amen siempre a Dios», les dijo el pequeño en un improvisado discurso en el momento de concluir la grabación de una película que –en palabras del chico– «hará que todo el mundo se quiera» y ayudará a «los malos» a cambiar de vida.
De principio a fin, la trayectoria de Little Boy ha estado marcada por vivencias muy intensas. Unas alegres, otras tristes, particularmente el secuestro y asesinato en septiembre, en México, del padre y del hermano de Monteverde.
Desde el punto de vista técnico y económico, se trata de una película mucho más compleja que Bella, el primer título de Metanoia Films. Eduardo Verástegui acudió a varios empresarios mexicanos para buscar financiación y tiró de agenda para involucrar a algunos actores amigos, como el cómico Kevin James (quien interpreta al padre de Pepper), que aceptó sin dudarlo pese a no tener garantías de poder cobrar. Otro amigo de Verástegui, el cantante Alejandro Sanz, ha sido el gran embajador de esta película en España, convencido –ha dicho– de que Little Boy «hará que el espectador salga del cine queriendo ser mejor persona».
La receta es simple: practicar las obras de misericordia. Little Boy no solo habla de ellas, también las ha puesto en práctica, y para ello ha visitado cárceles, hospitales, residencias de menores e incluso un campo de refugiados en Irak.