Escribe Luis Rosales que, del sentir al vivir, media el recuerdo. Su amigo, el también poeta Félix Grande, recoge su obra en una antología imprescindible que quiso llamar Porque la muerte no interrumpe nada. Nos tenían acostumbrados las series surcoreanas a que no era así, a que la muerte lo destroza todo. Presos en El juego del calamar nos hemos perdido joyas como esta que se esconde en Netflix y que iría, bien a gusto, de la mano de un poeta que mira a la muerte a la cara, cuando no la entiende solo como una cuestión meramente burocrática y técnica, y que se atreve a insinuar que hay vida, más y mejor vida, cuando la vida se acaba.
El cielo te está esperando es un drama imprescindible que nos planta, en un primer episodio desgarrador, a un padre y a un hijo dedicados a la curiosa empresa de recoger las pertenencias de los difuntos. En una sociedad de tantas soledades, aparentemente acompañadas, sigue habiendo gente que muere más o menos sola. A partir de una premisa tan original, la serie se adentra en los rastros que dejan los que se han ido, y lo hace descalzándose, con una permanente reverencia, como quien entra en terreno sagrado. Pero la muerte, que parece siempre cosa de los otros, les atraviesa de golpe y deja huérfano a nuestro protagonista (un muchacho con síndrome de Asperger). La vida que hay que reconstruir es entonces la propia y no va a ser fácil, sobre todo, cuando viene a poner patas arriba el hogar de la tragedia un tío inclasificable. Su padre le había prometido que nunca le iba a dejar solo y ahora, de repente, se encuentra con un pariente de lo más ajeno. Son diez episodios de algo menos de una hora de duración cada uno, en los que, desde la sencillez y la cotidianeidad, se aborda ese puñado de temas, quizás incómodos, que nadie puede soslayar. El cielo te está esperando. Suena fuerte, pero no puede haber un reclamo mejor para ponerse a verla.