El célebre pintor de Juana la Loca fue un hombre de fe
El Museo de Historia de Madrid acoge una exposición que presenta a Francisco Pradilla más allá de sus famosos cuadros históricos, como Doña Juana la Loca o La rendición de Granada. «Fue muy modesto, humilde y familiar» y «nunca abandonó su fe», asegura su bisnieta Sonia Pradilla
Aquel día Francisco Pradilla se encontraba paseando por el puerto de Vigo cuando un hombre cayó al agua. El pintor no lo dudó: se tiró a por él, a pesar de que no lo conocía de nada, y logró salvarlo. El piloto mayor del puerto, como deferencia, le invitó a su casa para que pudiera secarse y cambiarse de ropa. Allí el improvisado rescatador conoció a Dolores González del Villar, hija del anfitrión, con la que se casaría posteriormente a pesar de la oposición de la familia de ella. «Al ser pintor le auguraban un futuro incierto y por eso no estaban conformes con el enlace, pero la realidad es que, por aquel entonces, ya apuntaba maneras», asegura Sonia Pradilla, bisnieta del artista y abogada de profesión. De hecho, uno de sus cuadros más famosos, si no el que más, Doña Juana la Loca, data de un año antes de su casamiento. Hoy la obra es uno de los principales reclamos de la exposición Francisco Pradilla, más que un pintor de historia, que se puede visitar hasta el próximo 14 de mayo en el Museo de Historia de Madrid.
En ella también se puede admirar La rendición de Granada o El suspiro del moro, otras de las pinturas maestras del artista maño, que nació en Villanueva de Gállego (Zaragoza) el 24 de julio de 1848. Y haciendo gala del título de la muestra —comisionada por la propia Sonia y por Soledad Cánovas del Castillo—, el visitante, además, podrá descubrir a un Pradilla costumbrista, que tan pronto representa un Día de mercado en Noya, el Retrato de un anciano cualquiera, un Viernes Santo en Madrid, una joven salmantina elaborando su vestido de novia, como las lagunas Pontinas, en Italia, donde precisamente se contagió de malaria. «Su producción no histórica fue mayoritaria, con mucha diferencia, lo que ocurre es que su pintura histórica fue la que le catapultó a la fama, le hizo ganar mucho dinero y por la que más se le recuerda», reconoce la bisnieta, que atesora en su memoria infinidad de recuerdos que hablan de un «modesto, humilde y familiar» Francisco Pradilla. Relata uno de ellos para este semanario a las puertas del Museo de Historia madrileño: «Mi abuelo Miguel también era pintor y en una ocasión fue a enseñarle uno de sus cuadros a su padre», rememora Sonia. Esperaba escuchar palabras halagadoras; sin embargo, su padre agarró el pincel y embadurnó la pintura. «A Miguel no le parecía, para nada, un mal trabajo y cuando se lo indicó a su padre a modo de protesta este le contestó: “¡Tonto, si estaba muy bien! Lo que ocurre es que te estás envaneciendo demasiado y así nunca serás un buen pintor”». Él mismo siguió este consejo, a pesar de haber dirigido el Museo del Prado, la Academia Española de Bellas Artes de Roma, de haber sido nombrado miembro de la Hispanic Society of America o de haber recibido más de 25 premios por su producción artística.
Además del de su hijo, Pradilla también supo templar el ánimo desbocado de un joven Joaquín Sorolla, que le llamaba «mi maestro», cuando ambos coincidieron en Roma. «Como dentro de mí alentaba un espíritu inquieto, revolucionario, necesitaba un regulador, un principio de quietud, un razonamiento que diera por resultado un equilibro, y todo ello lo encontré en Pradilla», reconoció el pintor valenciano en una ocasión. Su homólogo aragonés ayudó incluso a dos pintoras —Inocencia Arengoa y Elina Molins—para que pudieran formarse y alojarse en la Ciudad Eterna, concretamente en la Real Academia de España.
A tenor de toda esta bondad desplegada, más que como pintor, Francisco Pradilla bien podría haber pasado a la historia como un ejemplo moderno del evangélico buen samaritano. No en vano organizó junto con otros artistas de la colonia española en Roma una exposición benéfica para recaudar fondos para paliar los terremotos sucedidos en Málaga y Granada en diciembre de 1884. Por otro lado, quiso dejar claro en su testamento —fechado el 9 de junio de 1921— que él se consideraba «católico, apostólico y romano». De hecho, el pintor y su mujer «asistieron a la celebración en Roma de las bodas de oro del Papa León XIII», apunta su bisnieta. Su fe también quedó demostrada cuando «intervino personalmente ante la Academia de San Fernando para que la basílica del Pilar de Zaragoza fuera declarada monumento nacional». Y fue probada cuando murió su hija Isabel con tan solo 4 años. «Nunca abandonó su fe», subraya Sonia Pradilla.
A pesar de ello, no cultivó la pintura religiosa, pero sus obras están repletas de pistas, como ocurre en la obra Vendimia en las lagunas Pontinas, donde se aprecia una Virgen sobre la barcaza en la que se trasladaban los frutos de la vendimia. Hubo al menos una excepción: el dibujo que hizo el pintor del acto de consagración de la basílica del Pilar el 12 de octubre de 1872 como corresponsal del semanario madrileño La Ilustración Española y Americana.
El artista falleció en 1921 como había vivido, con un pincel en las manos. «Días antes de morir pidió que se lo sujetaran con telas», concluye Sonia.