El caso del patrón detenido señala la precariedad en el olivar
Los temporeros de la aceituna sufren «en silencio» las consecuencias de la irregularidad y la falta de alojamientos dignos. Pero también hay empresarios como Francisco Roa que los sienten como familia
Cuando Mor Niass se echó a dormir aquella noche después de una larga jornada en el olivar, no sabía que se despertaría al cabo de un mes en el hospital neurotraumatológico de Jaén. Tenía 23 años y, por culpa de un fuego que hizo para intentar mitigar el frío y que quedó mal apagado, se quedó sin oxígeno y entró en coma. Después de años sin poder caminar, de entrar en depresión y de tener casi que volver a aprender a hablar, este senegalés fue admitido en la Casa Nazaret de los hermanos de la Cruz Blanca de Almería. «Siempre llegan casos de accidentes laborales de migrantes» como él; «especialmente durante la campaña de la aceituna», relata Jesús Castro, capellán en el hospital jienense y delegado de Migraciones. «Cuando les ocurre algo así, la vulnerabilidad que tienen se hace más evidente».
Recientemente, el juzgado de Villacarrillo decretaba prisión provisional para Ginés V. L., el patrón de 53 años acusado de ser el responsable de la desaparición de Tidiany Coulobaly e Ibrahima Diouf, jornaleros que trabajaban para él. Sin embargo, casos así no son más que la cara pública de un colectivo que «sufre condiciones precarias en silencio», según Castro, que los conoce bien. La falta de una vivienda digna en esos meses de campaña —entre octubre y febrero— es uno de los principales problemas; comparten casas minúsculas o cortijos abandonados y muchas veces no tienen forma segura de calentarse en pleno invierno. Kamal y Ali son ejemplos de ello. Ambos argelinos, relatan cómo la irregularidad por no tener papeles también es un tormento, ya que muchos patrones no los contratan por miedo a las multas.

¿Han existido casos tan graves como el de Villacarrillo, con desapariciones? «Quién sabe. A veces les cuesta denunciar porque tienen miedo y no conocen los recursos jurídicos», apunta Castro. También coinciden en esto desde el Sindicato Andaluz de Trabajadores de Jaén, donde confirman que reciben cada vez menos denuncias; por desinformación y porque la asociación no llega a estar presente en todos los pueblos.
«Todas estas situaciones vulnerables las sostenemos desde entidades sociales, humanitarias y eclesiales», afirma Castro. «Desde la Iglesia intentamos, especialmente en la temporada de la aceituna, buscar lugares de encuentro para desmontar el creciente discurso de odio, también presente en las parroquias».
«No todos son explotadores»
No quiere que le llamen jefe ni patrón. Francisco Roa se siente un trabajador más de la cuadrilla, a pesar de ser el empresario responsable del grupo con el que recoge la aceituna. Con 40 años en la agricultura, va sobrado de experiencia material y humana, ya que además es director de Cáritas en Huelma, su pueblo. «He tenido trabajando conmigo a personas saharauis, marroquíes, incluso rusos. La relación con ellos es casi de familia», recalca Roa en conversación con Alfa y Omega. Hace unos meses estuvo en un Círculo del Silencio de Jaén —una acción no violenta que se hace en muchas ciudades de España en la que se denuncia la política migratoria— contando su testimonio sobre cómo ser empresario agrícola no está reñido con la solidaridad.
«Sí, hay empresarios que pagan 35 euros por un jornal, en vez de los 60 euros que marca el convenio, pero son casos aislados. No todos los patrones son explotadores», puntualiza Roa, quien además detalla cómo desde la Cáritas del pueblo ayudan a los temporeros con lotes de comida cada dos o tres semanas. Solo en esta temporada, han ayudado a 80 personas migrantes; por ejemplo, pagándole las gafas a un hombre que las necesitaba o con una prótesis dental para otro joven.

Desde hace 30 años, Cáritas organiza un dispositivo especial para atender a los temporeros que llegan a Jaén. Desde noviembre hasta febrero, grupos de voluntarios —como el de la imagen, de este mismo año—, salen por la noche cargados con café, galletas, mantas y dosieres informativos al encuentro de estas personas en situación de calle. El coordinador provincial del dispositivo, Carlos Escobedo, explica a este semanario que el servicio tiene doble objetivo: por un lado, «acompañar, asesorar o simplemente charlar con ellos»; y, por otro, denunciar que la Administración pública es quien debería «ofrecer garantías a estas personas que vienen a trabajar». La heterogeneidad es una de las características de este dispositivo, ya que los voluntarios son desde grupos de colegios, universidades y parroquias hasta asociaciones de vecinos o cofradías.