El cardenal Rouco, en el Corpus Christi 2013. Eucaristía, camino de amor
En la homilía de la celebración de la Misa de la solemnidad del Corpus Christi, el pasado domingo, en la explanada de la catedral de la Almudena, el cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco Varela, dijo:
La celebración de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo ha servido a la Iglesia, desde hace muchos siglos –el Papa Urbano IV instituyó la Fiesta litúrgica en 1264–, para proclamar la fe en el Santísimo sacramento de la Eucaristía; para venerarlo, adorarlo solemnemente y aclamarlo como culmen y fuente de toda la vida cristiana, en expresión del Concilio Vaticano II. ¡Cristo está realmente aquí! ¡Dios está aquí en las especies eucarísticas consagradas por el sacerdote! Aceptar la verdad de las palabras del Señor –Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida; y El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él– costaba a los contemporáneos del Maestro y les costaría, luego, en todas las épocas de la historia cristiana, a los realistas escépticos, los racionalistas puros y orgullosos y a los soberbios de corazón. Les costaba especialmente a los que, desde los tiempos de la Ilustración, miraban a la Iglesia desde las afueras de la fe y desde la prepotencia moderna de la razón científica que se consideraba poco menos que infalible. En no pocos casos, desde entonces, la duda haría presa también en hijos e hijas suyas, tentados y fascinados por la argumentación racionalista, sin que cayesen en la cuenta de que la pérdida, o el cuestionamiento, de la fe eucarística en la hondura de su significado salvífico comportaba la pérdida de la fe en la Iglesia misma.
Creer incomoda
Y si fue así en los siglos de la modernidad, ¿cómo no iba a ocurrir lo mismo en la postmodernidad a nuestros contemporáneos atrapados en las mallas de una cultura eminentemente materialista, sin tiempo para entrar dentro de sí mismos, abatidos frecuentemente por la depresión e impotentes ante las crisis personales, familiares y sociales que les agobian? Sí, creer hoy en la verdad del Misterio eucarístico incomoda mucho a una sociedad sometida a la influencia de una cultura rendida a la creencia de que el hombre se basta a sí mismo, que sus fuerzas le son suficientes para resolver los más variados y complejos problemas de la vida e, incluso, para dar respuesta al sentido último de la misma. Y, por supuesto, el contagio de la interpretación materialista no ha dejado inmunes a los creyentes, con las inevitables consecuencias para su forma de comprender y vivir la Eucaristía, tantas veces rebajada y trivializada al nivel de una experiencia de superficial y efímera fraternidad. Fortalecer la fe eucarística y recuperarla en su contenido más profundo constituye una urgencia de máxima importancia para la Iglesia llamada a evangelizar de nuevo.
La confesión de nuestra fe en la verdad de la Eucaristía tiene un inconmovible fundamento: la tradición que viene del Señor y que nos ha sido trasmitida por los Apóstoles.
Celebramos este Corpus Christi en el Año de la fe, en comunión de adoración al Señor Sacramentado con nuestro Santo Padre Francisco. Lo celebramos con el impulso apostólico de la Misión Madrid. La fe que confesamos deberá ser percibida nítidamente por todos. ¡Que aparezca claro y patente a los que nos rodean y observan, desde las orillas de la suspicacia escéptica, o de la increencia, que en el centro del Sí de nuestra fe eucarística, personal, comunitaria y públicamente profesada, se encuentra la confesión y la vivencia de que: ¡Cristo está aquí! ¡Dios está aquí! Ése debe ser hoy nuestro testimonio humilde, sentido y sincero: ¡el testimonio de la gran y única verdad que puede salvar al hombre! Testimonio que ha de ser asumido y compartido por todos los fieles de la Iglesia diocesana de Madrid y ofrecido convincentemente a nuestros conciudadanos: a los que sufren la crisis económica con sus dramáticas secuelas de pérdida del trabajo, de la vivienda, del matrimonio, de la familia y, tantas veces, de la esperanza –cuando no del alma–, y a los que no la sufren, siendo o no culpables de la misma. Porque, en cualquier caso, nadie debe escapar a la responsabilidad moral y espiritual de combatirla en sus causas últimas y de superarla. Se ha pecado mucho y necesitamos arrepentirnos más. La conversión del corazón y el propósito decidido de la enmienda no admiten más demoras.
Cristo está aquí para que puedan acudir a Él todos los cansados y agobiados. Está en el Sacramento del altar, sobre todo, para los que buscan no sólo la salud del cuerpo, sino también la salvación del alma. ¿Quién puede atreverse a decir, en presencia de Jesucristo Sacramentado, que es imposible llevar al quehacer cotidiano de nuestra vida personal el mandamiento del Amor?: ¿en casa, en el matrimonio y en la familia, en la profesión, en los estudios, en la calle…? En la comunión y en la adoración eucarísticas está siempre abierto para cualquier cristiano el camino consecuente del amor y, para los no creyentes, el de sentir la invitación amorosa a dar el primer paso de la fe en Él: el Dios con nosotros que está a su puerta llamando y que les espera con los brazos abiertos. Amor saca Amor. Esa frase de santa Teresa de Jesús para expresar lo que el Señor nos da y cómo debemos responderle, caracteriza lo más íntimo de la experiencia eucarística. Desvela la razón de ser y la fuerza de la caridad: el servicio a los pobres; el servicio de Cáritas diocesana.
Ante la humilde sencillez y la riqueza infinita del amor de Dios, que se nos ofrece en la Eucaristía, ¿quién puede afirmar que no hay solución para los problemas más graves que preocupan al hombre y especialmente a nosotros, los que sufrimos las crisis tan crueles de nuestro tiempo, materiales y espirituales, consecuencia de nuestras desobediencias a los mandamientos de la Ley de Dios? Sí, la hay si creemos en Jesucristo Sacramentado, si le recibimos, adoramos e imitamos, si estamos dispuestos a ser sus testigos valientes y veraces. Son tiempos éstos, los nuestros, que nos urgen a ser testigos de la verdad de la Eucaristía, verdad en la que late y brilla la verdad de la Iglesia, de Cristo, de Dios: ¡la Verdad que nos salva! Ser sus servidores es lo que nos pide el Año de la fe. Es lo que debe conformar el alma y el corazón de la nueva evangelización. Es el sentido más hondo de nuestra celebración de este Corpus de la Misión Madrid.