Cuando el cardenal Michael Czerny se reunió con representantes de las iglesias cristianas de Ucrania en Beregove, «no me dijeron que le pidiera nada más» al Papa, explica a Alfa y Omega el responsable de la sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. La cercanía de Francisco que veían en su presencia era «lo que esperaban». Al cardenal le conmovió la «vocación samaritana compartida entre todos, sin grandes retóricas», para ayudar a la gente. También cómo los sacerdotes ortodoxos y grecocatólicos «se han comprometido a quedarse con su grey» a pesar de que muchos están casados.
Fue el cardenal Konrad Krajewski, limosnero pontificio y segundo protagonista de la misión, quien pasó más tiempo en Ucrania. En Leópolis pidió a Dios que acabara con «la soberbia de los invasores que quieren apoderarse de Ucrania».
Czerny dedicó casi todo su viaje a conocer y animar la acogida a los refugiados ucranianos en Hungría. Vuelve satisfecho, pues está «bien organizada». Por ejemplo, en la estación de Nyugati, en Budapest, «habían previsto todas sus necesidades», y en el mismo recinto había comida, servicios sociales, ofertas de trabajo e información sobre alojamiento.
El cardenal, de origen checo, ha invitado a los húngaros a «aprender» de esta experiencia para «no volver atrás», sino «seguir abriendo el corazón y las manos». Esta crisis «es solo un ejemplo de tantos». También ha subrayado que la «coordinación es clave para una acogida sostenible» y que la sociedad persevere todo el tiempo necesario. «Desde la Sección de Migrantes y Refugiados podemos acompañarla», aunque no habrá una iniciativa vaticana centralizada.
Tensa espera en Kiev
Mientras tanto, Kiev se prepara para el asalto ruso. Muchos intentan huir, relata a este semanario el dominico Tomasz Salmunik desde la capital. Los que no, tratan de «abastecerse de alimentos y agua y preparar los refugios». Las calles de la ciudad están bloqueadas y se multiplican los controles para visitar a las misioneras de la Caridad, a 13 kilómetros.
En el convento de la Madre de Dios conviven seis frailes polacos y ucranianos y seis laicos a los que han ofrecido refugio. «Estamos a la espera», explica Salmunik. Hacen planes para irse «si hay necesidad». Pero «estamos convencidos de que se nos necesita aquí». Además de atender pastoralmente a los fieles, «algunos frailes y voluntarios distribuyen alimentos y medicinas a mayores y enfermos que no pueden o tienen miedo a salir».
La comunidad mantiene su rutina entre sirenas y bajadas al sótano: Misa, liturgia de las horas, rosario y adoración al Santísimo. Son «nuestros medios para permanecer cerca de Dios y mantener viva nuestra esperanza». Además, cada uno intenta hacer «cosas constructivas, sea trabajar en el jardín o preparar una conferencia». En las clases de Teología online que mantienen, «estamos redescubriendo el poder de la Palabra de Dios», subraya el dominico. Por eso a toda la gente con la que habla, la anima a mirar la cruz de Cristo y a «contemplar especialmente su actitud» durante la Pasión. En un mundo que «está saltando por los aires», insiste, «Dios nos protege».
Al cierre de esta edición, habían salido de Ucrania 3,2 millones de personas. De ellas, 1,8 millones están en Polonia y 264.000 en Hungría.