El cardenal Cañizares abre el Año Jubilar Eucarístico y asegura que «Dios ha querido que el Santo Cáliz viniese a Valencia»
El cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, ha celebrado este jueves por la tarde en la Catedral la misa de apertura del Año Jubilar Eucarístico del Santo Cáliz de la Última Cena que se venera en la Seo, en la que ha impartido la bendición papal con indulgencia plenaria y en la que ha destacado que «aquél Cáliz, Dios ha querido que viniese hasta aquí, hasta nosotros para ser guardado con verdadero sentido religioso y para ser venerado como se merece»
En la homilía de la Misa, concelebrada por el Cabildo Metropolitano y un centenar de sacerdotes, el cardenal ha subrayado que «hoy es un día grande para nuestra diócesis, un día de acción de gracias porque celebramos la fiesta del Santo Cáliz» y, además, «Dios nos concede, por medio de la Iglesia, iniciar un Año Santo Eucarístico, el Año del Cáliz de la Misericordia que repetiremos cada cinco años para avivar en toda la comunidad diocesana el sentido del misterio de nuestra fe, la santa Eucaristía».
Igualmente, el purpurado, con el que han concelebrado el obispo auxiliar de Valencia, monseñor Esteban Escudero, y los obispos eméritos de Lleida y de Mondoñedo-Ferrol, monseñores Juan Piris y José Gea Escolano, respectivamente, ha incidido en la «alegría inmensa y, al mismo tiempo, la responsabilidad de estar tan estrechamente vinculados a este misterio y queremos hoy tomar conciencia de él, con el corazón lleno de admiración y gratitud, y con esos sentimientos entrar en este Año del Cáliz de la Misericordia».
La Misa de apertura, que ha coincidido con la celebración de la fiesta anual que organiza la Cofradía del Santo Cáliz, ha comenzado con el traslado en procesión de la reliquia, por el interior de la Seo, desde su capilla hasta el altar mayor, en un recorrido por el interior de la Seo en el que se han realizado invocaciones al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Tras la entrada del Santo Cáliz en la Seo, abarrotada de fieles, ha dado comienzo la Misa, en la que ha participado el Coro de la Catedral acompañado por el órgano recientemente restaurado, y en la que, además, se han empleado las oraciones y lecturas propias de la sagrada reliquia aprobados por la Santa Sede.
Además, el arzobispo ha bendecido y entregado réplicas del Santo Cáliz a las parroquias de Santa Teresa de Jesús y la de Santa Catalina y San Agustín, en Valencia; la de Santa Bárbara, de Piles; la de la Visitación de Nuestra Señora, de Real de Gandía; y la parroquia de San Antonino Mártir, de la Font d´En Carrós, por haber restaurado sus templos, por su labor pastoral o por algún motivo especial.
Al final de la Misa, el cardenal, alzando el Santo Cáliz y haciendo las tres cruces, ha impartido la bendición papal con indulgencia plenaria a todos los fieles presentes, y a los no presentes que han seguido su retransmisión por Internet, acto que volverá a repetirse el 26 de octubre de 2016 en la clausura del Año Jubilar del Santo Cáliz, fecha hasta la cual la Catedral será templo jubilar en la diócesis.
Además, la Misa de apertura es el primer acto de todos los programados en este Año Jubilar que se desarrollarán bajo el lema Cáliz de la Misericordia, de forma que la diócesis une esta convocatoria con el Año Jubilar de la Misericordia convocado por el Papa para toda la Iglesia a partir de diciembre.
Cáliz de la Misericordia
Muy queridos hermanos obispos, muy queridos hermanos sacerdotes y diáconos, particularmente, mis hermanos sacerdotes Capitulares del Cabildo Catedral que tan celosamente custodiáis el Santo Cáliz de la Cena del Señor; hermanos de la Real Cofradía del Santo Cáliz, que, unidos a los hermanos Capitulares, guardáis y promovéis el culto de esta Santa Reliquia que hace de Valencia una diócesis eucarística, queridos seminaristas que os preparáis para ser sacerdotes, ministros de la Misterio Pascual de nuestra redención en el misterio del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo, entregado por nosotros y derramada para el perdón de nuestros pecados: muy queridos hermanos y hermanas todas, rescatados por la Sangre de Cristo y constituir un único Pueblo de la Alianza en la Sangre del Cordero sin mancha. Hoy, hermanos todos, es un día grande para nuestra diócesis, día de acción de gracias porque celebramos la fiesta del Santo Cáliz, don suyo a esta Iglesia, que nos lleva al centro de nuestra fe: la pasión y la cruz de Cristo, la sangre derramada por Cristo que Él ha pagado para rescatarnos del pecado y de la muerte. Dios nos concede, además, por medio de la Iglesia, iniciar un Año Santo Eucarístico, el Año del Cáliz de la Misericordia, que repetiremos cada cinco año años para avivar en toda la comunidad diocesana el sentido del Misterio de nuestra fe, la santa Eucaristía.
Celebramos este Año Santo del Cáliz de la misericordia para adentrarnos en el conocimiento de este Misterio para adorarlo y para vivirlo, para contemplarlo e interiorizarlo, para alabar al Señor presente en este sacramento de nuestra fe y cumplir el mandamiento nuevo que en él se nos entrega «amaos como yo os he amado», Sacramentum Caritatis et Veritatis, como la ha llamado Benedicto XVI. «Deseo llamar la atención sobre la verdad de la Eucaristía, poniéndome con vosotros, en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega “hasta el extremo”, un amor que no conoce medida» (EdE 11).
Hace casi dos mil años, por primera vez en el cenáculo de Jerusalén, cuando la noche en que iba a ser entregado, Jesús cenaba con los apóstoles la cena de la Pascua, nos entregó su memorial, instituyó la Eucaristía, sacramento de nuestra fe, fuente y culmen de toda la vida cristiana, centro de la Iglesia. Aquella noche, Jesús tomó pan y vino en sus manos, y anticipando y perennizando el único sacrificio redentor de Cristo, el gesto supremo suyo por nosotros, dijo «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros …Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía». «Dando a los apóstoles su Cuerpo como comida y su Sangre como bebida, El expresó la profunda verdad del gesto que iba a ser realizado poco después en el Gólgota. En el Pan Eucarístico está el mismo Cuerpo nacido de María y ofrecido en la Cruz» ( Juan Pablo 11).
Como recuerda el Papa Juan Pablo II en la Carta Encíclica Ecclesia de Eucaristía, «el Señor Jesús la noche en que fue entregado» (1 Co 11,23), instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del Apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetua por los siglos. Esta verdad la expresan bien las palabras con las cuales el pueblo responde a la proclamación del «misterio de la fe» que hace el sacerdote: «Anunciamos tu muerte, Señor» (EE, 11).
«La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también de un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio. La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario» (EdE 12). Por eso decimos, «Anunciamos tu muerte Señor».
Reconocemos y confesamos en estas palabras, que sellan el relato de la Cena, el cumplimiento del amor de Dios que nos ha amado hasta el extremo entregándonos a su propio Hijo por nosotros. «Por nosotros», ahí está todo. «Por nosotros» es el amor de Jesús en su muerte que nos redime y nos salva. Ahí está el amor de Cristo, el amor de Dios que se nos da todo, para que esté en nosotros y nosotros en él. En la Eucaristía, el Salvador continúa ofreciéndose a la humanidad entera y entregándose por nosotros como fuente de vida, como don de amor infinito sin reservarse nada un amor, pues que llega hasta el extremo, un amor que no tiene medida. No olvidemos, por lo demás lo que nos dice el Papa: «El don de su amor, de su misericordia, de su perdón y su obediencia hasta el extremo de dar la vida, es en primer lugar un don a su Padre. Ciertamente es un don en favor nuestro, más aun, de toda la humanidad, pero don ante todo al Padre sacrificio que el Padre aceptó correspondiendo a esta donación total de su Hijo, que se hizo obediente hasta la muerte con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal de la resurrección» (EdE 13).
Por todo ello, la Iglesia ha recibido en la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no puede quedar relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo lo que Cristo hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente es te acontecimiento central de salvación y se «realiza la obra de nuestra redención» (EE 11).
En efecto, «en el sacramento de la Eucaristía, el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida» (TMA 55). La Eucaristía es el sacramento de la presencia «verdadera, real y substancial» Cristo y de su obra redentora en medio de nosotros y en favor nuestro. El sacrificio en la Cruz de Jesucristo «es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte de él, obteniendo frutos inagotablemente» (EE 11).
Así pues, en el sacramento de la Eucaristía se hace realidad viva el sacrificio redentor de Cristo, y don personal la promesa del Señor antes de subir a los cielos «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20) estaré como vuestro salvador. Aquí, Jesucristo es verdaderamente «Emmanuel», «Dios con nosotros» (Mt 1,23), Dios con los hombres que ha puesto su morada por ellos y se ha entregado a ellos para siempre en una alianza salvadora y definitiva, sellada en la Sangre de Cristo, en este Cáliz. Por la Eucaristía la «plenitud de los tiempos» (Cf Gal 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad presente ya mediante aquellos signos sacramentales que lo evocan y perpetuán. «No es un simple recuerdo, sino “memorial” que se actualiza; no vuelta simbólica al pasado, sino presencia viva del Señor en medio de los suyos» (Juan Pablo 11), con toda su realidad y fuerza de salvación.
Todo esto nos evoca la fiesta del Santo Cáliz, todo esto nos evoca y acerca, todos los días, la reliquia santa del Santo Cáliz. Por eso lo veneramos con el culto que se merece, por eso nos alienta a vivir este misterio de la Cena del Señor, en donde se anticipa y realiza el misterio de la alianza, nueva y definitiva, señalada en la sangre de Jesús, en este Cáliz que ahora vemos y tocamos, señal inequívoca de que Dios Amor, es fiel y está siempre por el hombre. No dejemos pasar la gracia de Dios este Año: adentrémonos en este misterio, adoremos al Señor, vengamos ante Él, que nuestra diócesis recupere plenamente el misterio Eucarístico. Como digo en mi Carta que os he dirigidos estos mismos días a toda la diócesis: «Dios ha enriquecido a la diócesis de Valencia con muchos dones a lo largo de su historia. Uno de estos dones, sin duda de los más preciados y venerados, es el Santo Cáliz de la Última Cena… Aquél Cáliz -por las vicisitudes de la historia y según datos muy fiables, fidedignos de la Tradición -magníficamente recogidos en Paraula- Dios ha querido que viniese hasta aquí, hasta nosotros, para ser guardado con verdadero sentido religioso y para ser venerado como se merece.
Mi querido predecesor en esta Sede, monseñor Carlos Osoro, con gran acierto y sentido de Pastor, acudió a la Penitenciaría Apostólica para pedir que cada cinco años fuese declarado Año Jubilar del Santo Cáliz, con las prerrogativas anexas, para venerar tal Reliquia de tan alto recuerdo y valor, y así promover el culto eucarístico, primariamente en la diócesis de Valencia y, también en cuantas personas se acerquen a contemplarlo y venerarlo en este Año Jubilar quinquenal. La Penitenciaría Apostólica, con gran generosidad y comprensión accedió a la petición, y ahora», esta misma tarde damos comienzo a este primer Año Jubilar, con el lema de Santo Cáliz de la Misericordia, por coincidir con el Año de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco para toda la Iglesia que comenzará, Dios mediante, el próximo diciembre.
«Ante este Año Jubilar nos sentimos llenos de gozo y agradecimiento por lo que el Santo Cáliz es y lo que en él se ofreció, por primera vez, a toda la Iglesia de todos los tiempos y constituye su corazón: el misterio eucarístico, en el que se contiene el donde que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre y haciéndonos partícipes de él». Demos gracias a Dios, que Dios bendiga esta iniciativa, que no interrumpe para nada ni el Año de la Misericordia, ni la labor de cada día, marcada siempre por el gran Misterio de la Fe: la eucaristía, la nueva alianza sellada con la preciosísima Sangre de Jesús.
Nos sentimos inmensamente contentos, rebosantes de alegría, agradecidos por el don eucarístico, evocado materialmente en este Santo Cáliz, porque en la Eucaristía se contiene el «sumo bien de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua y pan vivo, que por su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres» (PO5). Este misterio, en el que se anuncia y celebra la muerte y resurrección de Cristo en espera de su venida, en el que se actualiza, por tanto, el mayor amor que es dar la vida por los amigos y el abismo insondable del amor de Cristo a los suyos con el que nos amó hasta el extremo, este misterio eucarístico encierra toda la riqueza y vida de la Iglesia, es la fuente desde la que todo mana y la meta a la que todo conduce, constituye así el corazón de la vida eclesial.
Para nosotros es una alegría y, al mismo tiempo, una responsabilidad, el estar tan estrechamente vinculados a este misterio. Queremos hoy tomar conciencia de él, con el corazón lleno de admiración y gratitud, y con esos sentimientos entrar en este Año del Cáliz de la Misericordia, que nos evoca el misterio pascual y donde se realizó por Jesús mismo el misterio de su pasión, muerte y resurrección (Juan Pablo 11). Deberíamos adentrarnos en la espesura y densidad inmensa de este misterio eucarístico. Ahí está todo. Ahí está nuestra esperanza. Ahí está el amor de Cristo que nos redime y nos salva; el amor que se nos da en comunión para que nosotros, en comunión con él, nos demos a los demás «tomad y comed, haced esto en memoria mía. Un mandamiento nuevo os doy: Amaos como yo os he amado».
Que Dios nos ayude a todos a ser santos.