El cardenal Bo de Myanmar: «Los hijos de Dios deben ser como Él incluso cuando combaten contra la injusticia» - Alfa y Omega

El cardenal Bo de Myanmar: «Los hijos de Dios deben ser como Él incluso cuando combaten contra la injusticia»

Un obispo permanece refugiado en el bosque junto a sus feligreses después de que la Junta Militar tomara su catedral

Ángeles Conde Mir
Muchos jóvenes se han unido a las distintas milicias que combaten a la junta militar
Muchos jóvenes se han unido a las distintas milicias que combaten a la junta militar. Foto: Reuters

Myanmar es un país en guerra desde el golpe de Estado de la Junta Militar el 1 de febrero de 2021. Esta de 2023 es, por tanto, la tercera Navidad que los birmanos pasan sin paz. El arzobispo de Rangún, el cardenal Charles Maung Bo, en su mensaje para estas fechas recuerda que «los hijos e hijas de Dios deben ser como Dios incluso cuando combaten contra el abuso y la injusticia».

El cardenal explica que Jesús no llegó en forma del Mesías guerrero que el pueblo esperaba, sino como un bebé indefenso, lo que creó perplejidad en muchos. Por eso, poniéndose en el lugar de los israelitas, el purpurado se pregunta si lo que les quedaba por hacer era someterse a «la opresión, los abusos y las injusticias». «Jesús luchó contra la injusticia y se opuso a cualquier forma de violencia. Desde su experiencia de un Dios no violento, Jesús propone una práctica no violenta de resistencia a la injusticia. Esto significa vivir en unidad con un Dios cuyo corazón no es violento, sino compasivo», insiste Bo en este mensaje centrado en la respuesta a la violencia que sufre el pueblo birmano.

El arzobispo de Rangún subraya que la misión de Jesús se centró en reconciliar, sanar y perdonar y «poner la otra mejilla». Pero, al mismo tiempo, asegura que esto no es sinónimo de pasividad ante la injusticia o rendición. Explica que con estas enseñanzas Jesús «nos muestra cómo responder con dignidad» de forma que los violentos puedan incluso reflexionar o cambiar de actitud. «Esto no significa hacerse la víctima, sino tomar el control de una situación violenta con un acto positivo de amistad y gracia», indica Bo.

También invita a ser testigos de Cristo como los apóstoles, «testigos del Reino de Dios en medio de un mundo injusto y violento que desenmascaran la humanidad hipócrita que se construye sobre la violencia y la indiferencia ante el sufrimiento de su víctima». Por último, el arzobispo de Rangún anima a no hacer oídos sordos a la llegada de Cristo en Navidad porque, cuanto más ignoremos al Niño Dios, «al Mesías no violento», «más prolongada será nuestra desgracia».

Bo invita a rezar al Dios no violento «para que nuestras armas de destrucción se conviertan en los instrumentos que edifiquen a la humanidad y que restauren las vidas de los pobres y los impotentes; y para que nuestros jóvenes ya no sean entrenados nuevamente para la guerra, sino que aprendan del Dios compasivo a formar un corazón amable». «Antes de que la humanidad sea aniquilada en todo el mundo por la violencia del egoísmo y del odio, ¡abramos las puertas de nuestras vidas y dejemos entrar al Mesías no violento!», concluye el cardenal.

Un obispo en el bosque junto a su pueblo

La comunidad católica representa un 1 % de los 55 millones de habitantes de Myanmar y sufre como todos la violencia de la Junta Militar que se ha desatado especialmente en el estado de Kayah, en la frontera con Tailandia. Los ataque se han cebado especialmente con la ciudad de Loikaw donde decenas de personas buscaron refugio en la catedral de Cristo Rey y el centro pastoral diocesano. Han vivido semanas bajo tensión, amenazados por la junta que, finalmente, tomó el templo y sus instalaciones para establecer un cuartel en ese lugar de culto.

Los refugiados se vieron obligados a marcharse al bosque y con ellos se ha ido su obispo, Celso Ba Shwe. Como narra a la Agencia Fides, el obispo, los sacerdotes y los desplazados —en total más de 80 personas— llevan días yendo de un lugar a otro dentro del mismo estado buscando refugio. El obispo escribió recientemente una carta en la que explicaba que, tanto él como los sacerdotes, religiosas y fieles que lo acompañan «como los corderos en medio de los lobos, confiamos en Jesús, el Buen Pastor».