El camino teológico de Benedicto XVI
Desde su libro Jesús de Nazaret, la obra teológica anterior de Benedicto XVI «cobra una luz insospechada al final de su pontificado»: así lo afirma, y lo explica, el profesor Del Pozo, decano de la Facultad de Teología de la Universidad San Dámaso, de Madrid
Es pronto para decir cómo pasará a la Historia Benedicto XVI. Pero hay dos hechos que con toda seguridad se tendrán en cuenta: su renuncia libre a continuar ejerciendo el ministerio petrino y su condición de Papa teólogo. Llegó al pontificado tras un largo camino como profesor de teología en importantes universidades alemanas, autor de una producción teológica de las más importantes de nuestro tiempo y Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un observatorio privilegiado de la teología en toda la Iglesia. Como Papa, no sólo ha puesto al servicio del ministerio petrino su gran sabiduría teológica, sino que, además, ha escrito una obra singular en el panorama teológico: la trilogía de Jesús de Nazaret. En ella, integra de modo admirable las cuestiones de fondo hoy debatidas en el ámbito de la exégesis y la teología, las grandes cuestiones de vida de la Iglesia y del mundo, y las experiencias humanas y cristianas más elementales y universales.
El fruto de un camino interior
Jesús de Nazaret es fruto granado de un largo camino interior. Es el libro de un teólogo que se plantea las grandes cuestiones de la vida y de la muerte, un pensador que somete a reflexión crítica la cultura dominante, un maestro experimentado de la fe y la vida cristiana, un testigo convencido y convincente del Evangelio, un enamorado de Jesucristo, un alma eclesiástica, un sabio y un santo.
Desde Jesús de Nazaret, su anterior obra teológica cobra una luz insospechada al final de su pontificado. Es como si Dios le hubiera preparado para que pudiera ejercer un día el ministerio petrino adornado de las mejores cualidades teológicas y dejar ese libro como testamento. A lo largo de los años, fue modulando un estilo teológico muy singular, que le habilita para ejercer de un modo sorprendente el ministerio episcopal y papal. Desde el principio, estuvo abierto a lo mejor de la renovación teológica que desemboca en el Vaticano II: los movimientos litúrgico, mariológico, bíblico, patrístico, histórico, personalista… Desde el principio, defendió la necesidad de vincular la teología a la predicación y a la espiritualidad vivida en la Iglesia, y se dejó interpelar por todo lo que sucedía en la Iglesia y en el mundo. El acontecimiento más decisivo fue, sin duda, el Concilio Vaticano II. Lo vivió desde dentro como perito conciliar. Como se ve en el reciente volumen de sus Escritos reunidos sobre el Vaticano II, supo hacer un relato certero del camino teológico del mismo y contribuir a su recta interpretación y aplicación, primero como teólogo y, luego, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Joseph Ratzinger se sintió siempre íntimamente llamado a la teología. Cuando celebró las Bodas de Plata de su consagración episcopal, dijo estas bellas palabras: «¡Cuántas veces en estos 25 años el Señor me ha conducido contra mis deseos e ideas a donde yo propiamente no quería. Pero sabía y sé que su conducción es buena, y es bueno dejar caer las propias ideas y dejarse conducir por Él». Para seguir la llamada al episcopado tuvo que renunciar en buena medida a la teología. Por eso, se siente muy identificado con san Agustín, su maestro teológico por excelencia, cuando tuvo que abandonar la vida aristocrática de estudio y contemplación, para ser obispo y hacerse Siervo de los siervos de Dios. Pero el entonces teólogo puso su confianza en Dios. Y Dios le ha dado la posibilidad de realizar, de modo insospechado, los deseos teológicos que albergaba en su corazón.
Continuidad de la fe
En 1974, antes de ser elegido obispo, rondaban su cabeza dos libros con los que podía prestar un servicio teológico a la transparencia de la fe: uno, para explicar qué es propiamente la Redención y mostrar la continuidad de la fe cristológica: su enraizamiento en la figura histórica de Jesús de Nazaret, su esclarecimiento en la Pascua y su desarrollo en el dogma y la historia de fe de la Iglesia; y otro, para explicar la relación de la teología con la filosofía, y de la fe con la razón.
Dios le ha concedido ver cumplidos ambos deseos teológicos siendo ya obispo y Papa. Su magisterio papal se ha convertido en punto de referencia y luz no sólo para la fe, sino también para la teología. Con Jesús de Nazaret, no sólo ha visto hecho realidad el deseo que acariciaba ya en 1974. Consigue, además, una difusión entonces inimaginable y puede ofrecerlo a las generaciones futuras como el testamento teológico del Papa.
Respecto a la relación de la fe con la razón, no ha escrito ningún libro. Pero ha podido situar el tema en el centro de la conciencia eclesial y mundial mediante su colaboración en la encíclica Fides et ratio, de Juan Pablo II, su discurso de Ratisbona y sus continuas apelaciones al diálogo de la fe y la razón. El modo como le ha conducido Dios ha sido bueno no sólo para él, sino también para toda la Iglesia y para la Humanidad. Por ello, damos gracias a Dios y a Benedicto XVI. El grano de trigo de su sacrificio teológico está dando grandes frutos de luz y alimento para muchos.