El camino para vivir la fe
«El Catecismo es el punto de referencia seguro para andar el camino de la fe. No es una especie de superdogma, es decir: ni dice más sobre la verdad de la fe de lo que ya está dicho en sus fuentes, ni lo hace con mayor autoridad. Pero es una ayuda autorizada», de especial utilidad para «quienes tienen responsabilidad en la transmisión de la fe». Escribe monseñor Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid y Secretario General de la Conferencia Episcopal Española
El ser humano no puede vivir en la falsedad y la mentira, como no puede vivir en la soledad y el egoísmo. Ha sido creado para la verdad y para el amor. Pero ¿dónde se hallan la verdad y el amor? ¿Cómo se llega a ellos? Algunos piensan que la verdad pertenece al mundo de las ideas y se imaginan que se puede llegar a ella sólo por razonamientos. Otros, por el contrario, creen que la verdad no es otra cosa que el fruto de nuestra acción y piensan que puede ser alcanzada sólo por una buena práctica de la vida. Para unos y para otros, el amor pertenecería, en cambio, al mundo de los sentimientos y de los estados de ánimo, que sólo en muy pequeña medida podrían ser queridos o modelados por la razón y la voluntad.
La fe cristiana se nos presenta como un camino hacia la Verdad y hacia el Amor. Pero, para la fe, la verdad no se halla sólo en el mundo de las ideas ni en el campo de la acción humana, como pretenden los racionalismos o los moralismos; y el amor es infinitamente más que un sentimiento del corazón humano, como pretenden los romanticismos y psicologismos. La fe encuentra la Verdad y el Amor en la esperanza en el Dios vivo: en el poder Infinito que se muestra en la debilidad de un Crucificado y que sale al encuentro de cada hombre gracias al testimonio de su Espíritu y de sus testigos. La Verdad y el Amor se encuentran en el camino de Dios hacia nosotros, en Jesucristo y en su Iglesia.
Punto de referencia seguro
El Catecismo de la Iglesia católica fue promulgado por el Beato Juan Pablo II hace veinte años, en diciembre de 1992, respondiendo a la petición formulada por el Sínodo extraordinario de 1985, reunido a los veinte años de la clausura del Concilio Vaticano II, para potenciar su recepción. Fue un hecho de suma importancia. Todavía no estamos en situación de calibrar bien lo que ha significado para la Iglesia y para la Humanidad aquel acontecimiento. Nótese cómo el Papa Francisco se remite con frecuencia al Catecismo, precisamente para explicar lo que a algunos les parece difícil de entender o de aceptar. El Catecismo, en efecto, es el punto de referencia seguro para andar el camino de la fe. No es una especie de superdogma, es decir: ni dice más sobre la verdad de la fe de lo que ya está dicho en sus fuentes, ni lo hace con mayor autoridad. Pero es una ayuda autorizada que el ministerio apostólico nos ofrece en este tiempo para la práctica concreta de la vida cristiana. Más precisamente: es ofrecido como criterio a quienes tienen responsabilidad en la transmisión de la fe, aunque vale, sin duda ninguna, para todos los que ya han sido iniciados con cierto empeño en la vida cristiana.
Es cierto: el Catecismo no es absolutamente imprescindible ni para unos ni para otros. Pero el camino que traza el Catecismo es insoslayable para la vida cristiana. Está dividido en cuatro grandes partes: el Credo, los sacramentos, los mandamientos y el Padrenuestro. No se trata precisamente del esquema de un sistema filosófico, ni siquiera teológico. Se trata, más bien, de los lugares que atraviesa el camino que anda el creyente hacia el encuentro con la Verdad y con el Amor. Primero, la explicación del Credo, en el que se abre la revelación de la intimidad de Dios y de sus planes sobre el mundo y sobre la Historia. Segundo, el entramado sacramental por el que la salvación de Dios alcanza concretamente a cada persona en las encrucijadas de la existencia. Tercero, el modo de vida, en la verdad y en el amor, hecho posible por la gracia para un hombre herido por la mentira y el egoísmo y señalado en las estipulaciones de la Alianza. Y cuarto, la revelación de la oración, como el encuentro personal del hombre con Dios como hijo en el Hijo.
¡Cuánto ayuda el Catecismo a entender bien la vida cristiana! Por supuesto, puede ser utilizado como libro de consulta cuando se busca claridad e información sobre algún aspecto particular de la fe, de la moral o de la espiritualidad cristianas. Sus fórmulas son precisas y, en su concisión, ofrece el amplio panorama de una especie de enciclopedia de la fe católica. Pero basta con fijarse en el ensamblaje de las mencionadas cuatro columnas que sostienen todo el edificio para que tengamos los datos fundamentales acerca del camino cristiano.
Lo fundamental
Las dos primeras partes del Catecismo ocupan, ellas solas, dos tercios de la obra: al Credo está dedicado casi el 40 por ciento del libro, y a la liturgia poco menos que a la vida en Cristo. ¿Qué quiere esto decir? Algunos criticaron, en su momento, el Catecismo porque les parecía que era demasiado teórico y que descendía poco a las exigencias de la vida social. Éstos son, con frecuencia, los que interpretan mal el camino cristiano, creyendo que la fe es, ante todo, una exigencia moral o social. Pero no.
El Catecismo lo deja bien claro: la vida cristiana, antes que una moral, es un camino de salvación. Lo fundamental es que Dios ha salido a nuestro encuentro en su Palabra y en los sacramentos. La vida moral y la vida de oración no pueden ser más que respuesta a la iniciativa divina. Por eso, el Catecismo habla mucho más de las maravillas de la misericordia de Dios, revelada en la cruz y en la resurrección del Señor, que de las exigencias de vida buena expresadas en los mandamientos. Habla mucho más de la esperanza de la vida eterna que es suscitada en el alma por la condescendencia del Dios omnipotente para con nosotros, que de los logros que nosotros podemos conseguir en esta tierra. Y dedica más páginas a nuestra pertenencia a la comunidad eclesial, y a la comunión de los santos, que a nuestra ciudadanía terrena.
Naturalmente, nada de esto quiere decir que la vida moral, la configuración del mundo y de la sociedad según justicia y nuestras obligaciones para con la patria del suelo sean de poca importancia. Quiere decir que lo primero en la vida cristiana es el don de Dios, que nos salva del pecado y de la muerte. No debemos trastocar el orden de la economía divina. Si lo hacemos, salen perjudicados la vida moral y el justo orden de la vida en el mundo, además, por supuesto, de que ponemos en riesgo el encuentro pleno y eterno con la Verdad y con el Amor, que es Dios mismo.
Instrumento indispensable
El único antecedente del Catecismo de la Iglesia católica, en la historia bimilenaria de la Iglesia, es el Catecismo romano, publicado por san Pío V en 1566. Son los dos únicos Catecismos ofrecidos por un Papa a la Iglesia universal. Benedicto XVI nos ha pedido, al convocar al Año de la fe, que estudiemos el Catecismo. Él lo conoce muy bien. Fue quien recibió el encargo de Juan Pablo II de organizar la redacción del Catecismo. Lo hizo de tal manera, que se puede decir que ningún otro documento del magisterio postconciliar ha sido elaborado con una participación tan amplia del episcopado.
Ya el Comité de redacción del Catecismo estuvo constituido por siete obispos residenciales de todas las partes del mundo. Su trabajo fue presentado tres veces a una Comisión pontificia, compuesta por cardenales de la Curia y también residenciales. Luego se consultó al episcopado mundial, y el llamado Proyecto revisado se envió, en diciembre de 1989, a todos los obispos del mundo. Respondieron con sus observaciones casi 2.000 obispos, de cuyas respuestas se dio cuenta al Sínodo de 1990, que también pudo pronunciarse al respecto.
Se trata, pues, de un Catecismo romano y católico; un Catecismo que no pretende sustituir a los catecismos que los obispos y las Conferencias Episcopales redacten para sus fieles en formatos más adaptados a las diversas edades y finalidades de la catequesis. Pero damos gracias a Dios y a quienes trabajaron en el Catecismo, porque la Iglesia universal cuenta hoy con un instrumento tan valioso para la transmisión de la fe. El Catecismo muestra el camino de la fe, que nos permite hallar la Verdad y el Amor.