El camino de la «nostalgia de Dios»
Sacerdotes y religiosos del Camino de Santiago reflexionan sobre cómo hacer presente a Dios entre la gente que transita por las rutas y senderos que llevan a la tumba del Apóstol, sobre todo, ante aquellos que no lo encuentran ni siquiera lo buscan
El Camino de Santiago, que recibe en los últimos años más gente que nunca, siempre se debate entre los que transitan sus caminos sustentados en la fe y aquellos que o bien buscan una experiencia diferente o simplemente practican turismo. Y en medio de esa realidad, la Iglesia quiere acompañar y acoger mejor a las personas que, de una manera u otra, caminan hacia la tumba de Santiago, sea cual sea su motivación. Y por ello se han promovido en los últimos tiempos encuentros donde reflexionar sobre la presencia de la Iglesia por estos caminos, como el que se celebró la pasada semana en Santiago de Compostela para sacerdotes y religiosos en el camino jacobeo.
En la apertura, Julián Barrio, arzobispo de Santiago, les animó a ser «mediadores de la luz de Dios» que ayuden a otros a «echar raíces en el terreno de los sagrado». En este sentido, Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, que ofreció la ponencia marco, recalcó la importancia del Camino de Santiago como experiencia de fe: «El Evangelio es la respuesta a la pregunta que el hombre se hace desde siempre sobre su existencia, el carácter enigmático que la recubre y su destino último». Puso un gran énfasis en la cuestión de la nostalgia de Dios que tiene que ver con «la silenciosa búsqueda de Dios, a quien muchos querrían encontrar y a quien, desafortunadamente, no logran sentir cercano».
Y añadió: «El eclipse del sentido de Dios ha llevado a que muchos vivan una suerte de exilio de sí mismos, con la sensación de percibir la falta de algo o de alguien, a lo que no se logra dar un nombre o rostro. En este tipo de nostalgia es posible entrever una velada esperanza que debería provocar en los creyentes un testimonio todavía más coherente y convencido».
En este sentido, Fisichella habló de no descuidar este sentimiento presente en los hombres y mujeres de hoy y de abrir nuevos caminos al anuncio de Jesús: «Abrir el corazón y la mente del hombre de hoy para que pueda descubrir la importancia de Dios en la propia vida y creer en Jesucristo».
Los presos, rumbo a Santiago
A esto se dedica, en un ámbito muy concreto, la pastoral penitenciaria, Jaume Alemany, de la diócesis de Mallorca, que lleva más de 15 años peregrinando con presos, en un programa en el que se integra la atención pastoral, la psicológica, la médica y la educacional. «Vienen siempre doce personas, hombres y mujeres, de los 1.200 presos que hay en la cárcel de Mallorca. Intentamos que vivan la salida del modo más normalizado posible y tienen libertad para decir –o no a las personas con las que entablen conversación que son reclusos. A ellos nos sumamos cuatro personas de la Pastoral Penitenciaria y otras cuatro de la cárcel entre un médico, un psicólogo, un educador y un funcionario».
Alemany confiesa que a todos les marca mucho. Primero, formar parte de ese 1 % que son elegidos; se sienten afortunados y responsables y, quizás por eso, ninguno de los presos que han participado ha intentado fugarse nunca. «Al terminar, me dicen, aunque pueda sonar a tópico, que si hubiesen hecho antes el Camino de Santiago, no estarían hoy en la cárcel ahora. A todos les marca porque el camino no es más que la metáfora de la vida. Tenemos momentos para reflexionar y para compartir lo que hemos vivido durante la etapa. Además, los invito a caminar al menos media hora solos y por la noche salen cosas muy bonitas. Les doy mucha caña con el tema del perdón, porque es lo único que puede curar a la persona: perdonarse a sí mismo, pedir perdón», explica el sacerdote.
Al llegar a Santiago, en la catedral y durante la Eucaristía, los reclusos se sientan en las primeras filas y el deán, que preside la celebración, les saluda e identifica. Los anima a seguir transformando su vida, un proceso que acompaña la Iglesia y siempre, al concluir la celebración, la comunidad cristiana de Santiago y los peregrinos de otros lugares se acercan para animarlos. Incluso se producen anécdotas graciosas: «Una señora mayor pidió a un recluso que le vigilase la mochila para ir al baño. Y lo hizo perfectamente. Cuando termino la Misa, la señora se acercó a él y le preguntó por qué no le había dicho que era preso, a lo que este contestó que entonces no le habría fiado la mochila».