El café, antídoto frente a la caza al migrante
La Iglesia lleva años tratando de quitar etiquetas a la población extranjera y busca favorecer un conocimiento personal que desarticule los prejuicios. Los cafés-encuentro son un ejemplo del trabajo realizado
En las últimas semanas, la localidad murciana de Torre Pacheco ha sido testigo de cómo la brutal paliza contra un señor de 68 años —Domingo Tomás— por parte de tres magrebíes desataba una auténtica cacería contra el migrante; una situación que ha generado la indignación generalizada en España —más de 1.200 organizaciones de toda la geografía española firmaron el comunicado Ni violencia racista ni criminalización colectiva— y que amenaza con echar por tierra todo el trabajo que la Iglesia hace habitualmente con la población migrante.
Cuando le preguntamos por esta labor a Xabier Gómez, obispo de San Feliu de Llobregat y exdirector del departamento de Migraciones de la CEE, lo primero que hace es matizar la generalización. «No podemos hablar de población migrada como sin poner por delante lo que son, personas migradas. Ser o haber sido migrante no define todo sobre una persona ni sobre un colectivo». Al contrario, «puede contribuir a su despersonalización. Hablamos de millones de personas que como cada uno de nosotros vive un contexto y tiene no solo necesidades sino talentos diferentes que ofrecer». Por eso, la intervención de la Iglesia es personalizada dentro del nosotros de la comunidad que acompaña y busca integrar a nivel social y comunitario, «es un acompañamiento personalizado».

La segunda cuestión que Gómez cree que merece una reflexión es el mismo término migrante. «Es que estamos hablando, en muchos casos, de hijos o nietos de personas migradas y ya arraigas en España desde hace décadas, arraigadas y viviendo una síntesis cultural entre su cultura de origen y la nuestra. Esto es lo que debemos potenciar trabajando con los recién llegados o las segundas o terceras generaciones, que podamos convivir en la diversidad cultural sin que nadie haya de elegir solo una referencia cultural. Eso es la interculturalidad». ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar hasta que una familia puede deshacerse de la etiqueta de migrante?
Según Gómez, la colectivización y las etiquetas forman parte del «manual de los totalitarismos», que tendría los siguientes capítulos: Primero se produce la despersonalización. Más tarde se acusa al grupo de los males que acechan a nuestra sociedad y se genera una cultura del miedo. Por último, ya con este caldo de cultivo filtrándose en la sociedad, se produce la instrumentalización política con fines electoralistas, «como vemos que está ocurriendo en el caso de Torre Pacheco». Frente a esta forma de proceder, el obispo de San Feliu aboga por buscar la verdad de los hechos, orientarse desde la Doctrina Social de la Iglesia, no fomentar la violencia ni la indiferencia, dejar hacer a la justicia, ponerse en el lugar del otro, independientemente de su lugar de procedencia o de su color de piel. «Evitemos generalizar o despersonalizar, vayamos a las raíces de la desigualdad y la falta de oportunidades en sectores que viven en la precariedad, donde hay oportunidad de trabajo digno habrá menos riesgo de conflictos».
Más de 1.300 organizaciones de todo tipo han unido fuerzas para expresar su «más firme condena ante los gravísimos hechos» de Torre Pacheco. «Tras la brutal agresión sufrida por un vecino mayor», le transmiten su solidaridad y su deseo de una plena recuperación. «En cualquier caso, la violencia racista que se ha desatado a partir de los hechos anteriores es absolutamente inadmisible y condenable».
Merece asimismo repulsa «la campaña de criminalización colectiva desatada contra la comunidad marroquí en particular —y migrante en general— residente en la localidad que lleva años formando parte activa del tejido social». El comunicado señala «especialmente los llamamientos a la violencia, a la “cacería de inmigrantes”, realizados en las redes por grupos de extrema derecha». Y añade: «Ninguna comunidad debe ser convertida en chivo expiatorio de actos individuales».
Así se recoge en un comunicado titulado Ni violencia racista ni criminalización colectiva, firmado también por numerosas entidades católicas como Cáritas Diocesana de Madrid, SERCADE, HOAC, Hermanitas de la Asunción o el Área Pastoral Social y la delegación de Migraciones de la archidiócesis de Madrid.
El mismo Xabier Gómez ha tenido oportunidad de encarnar sus propias palabras a raíz del incendio provocado que se desató hace algunos días en la mezquita que la comunidad musulmana de Piera estaba a punto de inaugurar. «Es un acto vandálico que busca hacer ruido, romper la convivencia y que atenta contra la libertad religiosa», denuncia el obispo, quien poco después de los hechos ofreció la solidaridad de la Iglesia a los afectados. En Gaza se dispararon alarmas cuando atacaron una iglesia católica, porque se pedía respeto a los lugares sagrados. Sin embargo, la fe nos dice que toda vida humana es sagrada, por tanto es en la defensa de toda vida humana donde nos han de encontrar a los cristianos y donde nos podemos encontrar con las otras religiones. «Se trata de ser consecuentes con la cultura del encuentro y con la Doctrina Social de la Iglesia, que nos habla de acoger, promover, proteger e integrar a las personas migradas», concluye el obispo.
Un café con la vecina Luisa
Con esos cuatro verbos en el horizonte y el convencimiento —al igual que el obispo de San Feliú— de que el desconocimiento lleva al prejuicio—, en la archidiócesis de Zaragoza montaron en 2021 los cafés-encuentro. «Actualmente hay cuatro activos en distintos arciprestazgos», asegura Eduardo Gálvez, delegado de Migraciones de la Iglesia maña.
El proceso, sin embargo, comienza con la acogida, la cual practican con quienes van llegando a distintos pisos puestos a su disposición. «Algunos son propiedad del Arzobispado, otros están cedidos por congregaciones religiosas o por el Ayuntamiento, con quien tenemos un acuerdo de colaboración», explica Gálvez en conversación con Alfa y Omega.

Una vez alojados, a los migrantes se les abre un panorama que, en ocasiones, puede ser abrumador. «Tienen que abrirse paso en un contexto social diferente al suyo sin el apoyo, habitualmente, de sus familiares o amigos». Ahí es donde cobran relevancia los cafés-encuentro. «Se trata de una iniciativa para que tanto la comunidad eclesial como los acogidos se puedan conocer, superar prejuicios fruto del desconocimiento y que unos y otros puedan generar lazos con los que colaborar en el futuro», resume el delegado. La dinámica es tan sencilla como puede ser una tertulia después de comer en cualquier casa de la geografía española en torno a un café. «No es ni más ni menos que compartir un rato juntos e intercambiar impresiones sobre lo divino y lo humano», asevera. Así se va creando una red que logra que el otro deje de ser un desconocido para convertirse en Luisa, la que vive en el quinto, la que gracias a Dios ha encontrado trabajo hace dos días, la que tiene un hijo que ha sacado su primer notable. O Mohamed, que el otro día vino a mirarme lo que le pasaba al armario, que no cierra bien, y ¡qué mano tiene el chico para la carpintería!
Junto con estos encuentros pautados, aunque más informales, los cafés-encuentro de la delegación de Migraciones de la archidiócesis de Zaragoza se combinan con otras sesiones más de tipo informativo «en las que se habla sobre temas de educación, sobre los servicios sociales. Por ejemplo, una que fue muy solicitada versó sobre el nuevo reglamento de la ley de extranjería», concluye Eduardo Gálvez.