El caballero de Moscú. La profesión del caballero - Alfa y Omega

El caballero de Moscú. La profesión del caballero

Iñako Rozas
El conde Rostov (Ewan McGregor) junto a Nina (Alexa Goodall) en el hotel Metropol de Moscú
El conde Rostov (Ewan McGregor) junto a Nina (Alexa Goodall) en el hotel Metropol de Moscú. Foto: Skyshowtime.

Aún recuerdo lo mucho que me emocionó, hace no tanto tiempo, la lectura y relectura de Un caballero en Moscú, escrita por Amor Towles y editada en castellano por Salamandra. «Una obra maestra», pensé entonces, pienso ahora y seguiré pensando por los siglos de los siglos, amén. Porque a esa decencia, esa dignidad, esos principios y esa guía interior —que diría Marco Aurelio en sus Meditaciones— que tiene el conde Aleksandr Ilich Rostov, protagonista de la serie homónima que hoy les sugiero, y que tienen disponible para su deleite en SkyShowtime, es a todo a lo que cualquier persona de bien ha de aspirar en esta nuestra escasa vida terrenal.

Un caballero en Moscú nos cuenta la historia del castigo, la pena, la condena, que aquellos revolucionarios bolcheviques decretan durante la Revolución rusa, y de por vida, al conde Rostov: un encierro en lo que a priori podría parecer una lujosa prisión, el hotel Metropol de Moscú, donde nuestro protagonista, el conde, desarrolla su aristocrática existencia. Durante los escasos ocho episodios con los que, de momento, cuenta esta estupenda serie, y que apenas nos suspiran las más de 500 páginas de la novela, nos enamoraremos de Rostov quien, a pesar de mis confesables dudas iniciales, es excepcionalmente interpretado por Ewan McGregor, a quien se hace difícil no querer.

Comprendo, querido lector, que si ha leído la novela sienta cierto temor a dar al salto a la imagen rodada, pero créanme que el Rostov que nos muestra esta serie no dista mucho de aquel imaginado por el lector. Porque cuando en el primer episodio nuestro héroe comparece ante el Comité de Emergencia del Comisariado Político de Asuntos Internos, uno siente la misma emoción que cuando lee transcrita aquella declaración y quiere gritar, ante la pregunta por la profesión que uno tiene, que la caballerosidad implica no tener profesión, sino dedicarse «a cenar, conversar, leer, reflexionar. Los líos habituales».