Se abre la fase diocesana de la causa de beatificación de Sebastián Gayá, de Cursillos de Cristiandad
El arzobispo invita a los cursillistas a ser apóstoles del amor de Dios como el coiniciador de este movimiento
La archidiócesis de Madrid celebró este martes ,13 de septiembre, la apertura de la fase diocesana de la causa de beatificación de Sebastián Gayá, coiniciador del movimiento de Cursillos de Cristiandad (MCC). «El amor fue lo que movió toda su vida», subrayó el cardenal Carlos Osoro, que presidió el acto. Una caridad «que tan bellamente Sebastián fue capaz de presentar», porque «solo el amor a Jesucristo» le hizo dejarlo todo por Él.
El arzobispo de Madrid se congratuló por poder iniciar el curso pastoral con la apertura de varios procesos de beatificación —«son muchos en Madrid, gracias a Dios»— tras el inicio la semana pasada de la causa de madre Alfonsa Cavin, fundadora de las Misioneras de la Inmaculada Concepción. «Lo hacemos pidiendo a la Iglesia que verifique la santidad de hombres como Sebastián»; «un hombre excepcional; un hombre de Dios», añadió.
El purpurado propuso a todo el MCC dejarse «llenar del amor de Dios» con el «deseo de comunicarlo a todos los hombres con obras y palabras». «Que tengamos el celo misionero de este hombre», animó, teniendo en cuenta que «el alma de Cursillos de Cristiandad, su alma misionera, es el amor». En este sentido, recordó cómo hubo quienes, como el buen pastor que sale a por la oveja perdida, «hicieron posible el movimiento de Cursillos de Cristiandad», porque «tenían ganas de buscar a los hombres».
El acto contó con una nutrida representación de cursillistas de Madrid, sacerdotes y laicos, así como la presencia del consiliario nacional del MCC, monseñor José Ángel Saiz Meneses, arzobispo de Sevilla; el obispo auxiliar de Madrid monseñor Juan Antonio Martínez Camino, SJ; el presidente nacional en funciones del MCC en España, Álvaro Martínez; el presidente diocesano del MCC en Madrid, Juan Antonio Montoya, y el consiliario diocesano, Pedro Pérez, párroco de Santa María del Pinar, donde se procedió al acto de apertura de la causa.
Una vida de fidelidad humilde a Jesucristo y a la Iglesia
«Mayores cosas veréis». A Sebastián Gayá (1913-2007) le gustaba recordar, cada vez que concluía un Cursillo de Cristiandad, estas palabras que Jesús le dijo a Natanael. Desde aquel primer cursillo de la historia, en enero de 1949 en el monasterio de San Honorato (Mallorca), esos «días de fuego y gracia» —como los definía Guillermo Estarellas, uno de los primeros cursillistas—, eran punto de partida para vidas completamente renovadas, inundadas del amor de Dios al que se refería el arzobispo de Madrid, y urgidas a llevarlo al mundo.
Nacido en Felanitx (Mallorca) en el seno de una familia humilde y profundamente cristiana, Sebastián fue el mayor de tres hermanos. Siendo aún niños, la familia emigró a Argentina en busca de una vida mejor. Sebastián cursó estudios en los salesianos de Buenos Aires y recibió allí la Primera Comunión. A los 12 años, el pequeño Sebastián sintió la llamada al sacerdocio. Con 13, embarcó de nuevo rumbo a España para ingresar en el seminario diocesano de Palma. «Solo el amor a Jesucristo» le hizo capaz, tan niño, de «dejar a los suyos» por algo «que él creía que era mucho más grande», observó el cardenal Osoro.
El propio Sebastián reconoció en vida lo solo que se sintió en aquel viaje y cómo lloró «pensando en cuándo volvería a ver a mis padres»; pero, continuaba, «sabía que había dicho que sí al Señor y no debía volver a atrás».
«De Santiago, santos y apóstoles»
Ordenado sacerdote el 22 de mayo de 1937 y ligado desde sus inicios a la pastoral juvenil de Mallorca, en 1947 fue nombrado consiliario diocesano de los jóvenes de Acción Católica (AC). Asumió entonces la preparación espiritual para la gran peregrinación a Santiago de Compostela convocada por la juventud española de AC para el verano de 1948. De esta preparación nacería el método propio de los Cursillos de Cristiandad, iniciados por Sebastián Gayá junto a Eduardo Bonnín, presidente diocesano de los jóvenes de AC y también en proceso de beatificación, y monseñor Juan Hervás, obispo de Mallorca.
Si los jóvenes partieron de Mallorca con el lema A Santiago, santos, el propio Sebastián los animó a la vuelta: «De Santiago, santos y apóstoles». «¿Mi ideal? Quisiera que fuera este: ser santo, santificando a mis hermanos. Hacer de mi vida, con todas sus cosas, sus luchas y sus baches, un eterno peregrinar de santidad», decía.
No le faltaron a Gayá, efectivamente, las contrariedades. El delegado para las Causas de los Santos de la diócesis de Madrid, Alberto Fernández, afirma que «objetivamente, sufrió injusticias grandes por parte de la Iglesia, persecución por anunciar el Evangelio, y ante esto él responde siempre desde la obediencia, el silencio y la humildad». «Si hay algo que distingue a los cursillistas —afirmaba durante el acto de apertura Marisa Martín, que coincidió muchos años con Sebastián— es su amor a la Iglesia, y eso lo hemos aprendido de él».
En 1966 se celebró la I Ultreya mundial en Roma (primer encuentro internacional de cursillistas), en la que el Papa san Pablo VI afirmó: «Cursillistas de Cristiandad, Cristo, la Iglesia, el Papa cuentan con vosotros». San Juan Pablo II diría tiempo después: «El cursillo es un instrumento suscitado por Dios para el anuncio del Evangelio en nuestro tiempo».
Padre, médico y amigo
Sebastián, que había sido despojado de todas sus responsabilidades en Mallorca y enviado a Madrid en 1957, pasó el resto de su vida dedicado en cuerpo y alma a la expansión de los cursillos por el mundo y a la atención espiritual de los que se celebraban en la diócesis de Madrid. Muchos aún lo recuerdan con ese «espíritu familiar» que destaca también de él Alberto Fernández. «Muchas familias lo tienen como un padre y un abuelo, y hablan de su trato sencillo y cercano».
Gema Martínez, cursillista desde hace 34 años, recuerda que Sebastián «era uno más de la familia». Para ella fue un «padre, siempre atento a lo que me pudiera pasar»; un «médico, que me curaba las heridas», y un «amigo». Celebraba bodas, bautizos, recibía en su casa a todo el que le pidiera… «Era muy pequeñito —añade Marisa—, pero tenía una gran fuerza en la voz. Y una mirada penetrante, te leía el corazón. Nos animaba siempre a formarnos mucho, era exigente, llamaba a las cosas por su nombre, iba a lo concreto, cuidaba mucho a los jóvenes…».
Junto a estos rasgos de su personalidad, monseñor Saiz Meneses resaltó también su «vida fundamentada en Cristo», su paciencia, fortaleza en las pruebas, confianza serena, su actitud audaz, su concepción de la vida como una peregrinación, su humildad y mansedumbre, su gran capacidad de escucha y empatía, su «deseo de amar a Jesucristo y anunciar su mensaje»…
Un ardor apostólico que, en palabras de Alberto Fernández, «atraía a muchísima gente; quizá esto fue también lo que provocó muchas envidias e incomprensiones». «Los jóvenes seguían al Señor por medio de Sebastián». Y para Gayá, «los hombres somos simples instrumentos en las manos de Dios, pero nos toca poner ilusión, entrega y espíritu de caridad».
Antes de morir, a modo de legado espiritual, Sebastián le repitió en varias ocasiones a monseñor Saiz Meneses una única palabra: «Unidad». Falleció el 23 de diciembre de 2007 en Mallorca. Sus restos mortales reposan en San Honorato.