El arzobispo de Toledo lamenta que los políticos no expliquen por qué estar en Europa es importante
En su escrito semanal, el arzobispo de Toledo, monseñor Braulio Rodríguez Plaza lamenta, ante las elecciones europeas que se celebran el domingo 26 de mayo, que los políticos no expliquen por qué formar parte de Europa es importante. Están «un tanto desorientados», afirma
Concretamente, el arzobispo toledano resalta que los partidos políticos «casi nunca» han señalado qué significa España en la realidad de la unión política, económica, social y de relaciones entre europeos, «en esta Europa que comparte espacios y vida con muchas otras partes del mundo». «No nos hablan nuestros elegibles ni de la etapa completamente nueva de la historia de Europa que estamos contemplando, ni del desvanecimiento cada vez más evidente del interés por la realidad histórica en que vive el Viejo Continente», subraya.
«¿No merece la pena que nos hubieran hablado, por ejemplo, de cómo vivir con tantos hombres y mujeres que vienen a Europa para quedarse, que llegan de tantos modos, algunos tan peligrosos, ni cómo convivir con el que es diferente por cultura y costumbres?», se pregunta. «Solo escuchamos en los medios juicios ideológicos y, eso sí, hablar de la bondad de los candidatos que presentan sus partidos no sabemos para qué. Nadie o muy pocos desarrollan una reflexión que indique por qué formar parte de Europa es importante, por ejemplo, para formar una familia, o por qué establecer relaciones duraderas entre hombre y mujer y no esos compromisos que duran un mes, tres meses o un año, a los que se está acostumbrando nuestra sociedad», argumenta.
Tampoco hablan, añade, de cómo educar a los hijos. «Ni siquiera nos dicen qué sentido tiene comprometerse por el bien común». «¿No están un tanto desorientados cuando en verdad nos interesa que haya seguridad existencial para que no muera la enseñanza y la capacidad de encuentro, de diálogo y de iniciativa a todos los niveles, que sí buscaron los iniciadores de este proyecto de Unión Europea?», se pregunta.
«La fe, sin embargo, lleva al creyente a ver en el otro un hermano que debe sostener y amar. Por la fe en Dios, que ha creado el universo, las criaturas y todos los seres humanos, el creyente está llamado a expresar esta fraternidad humana, protegiendo la creación y ayudando a todas las personas, especialmente las más necesitadas y pobres. Imaginen ustedes la importancia de este aspecto para la vida de Europa», añade.
El laicismo excluyente, otro «problema»
Bajo su punto de vista, otro de los «problemas» de Europa es el «laicismo excluyente», que no hay que confundir con una sana laicidad. «Si Dios es irrelevante en la vida pública, la sociedad podrá plasmarse según una perspectiva carente de Dios», propone.
«Sin embargo, la experiencia enseña que el alejamiento del designio de Dios creador provoca un desorden que tiene repercusiones inevitables sobre el resto de la creación», apunta, para señalar, citando a Benedicto XVI, que «es precisamente el olvido de Dios lo que sumerge a las sociedades humanas en una forma de relativismo que genera ineludiblemente la violencia».
«¿Han escuchado ustedes en los candidatos hablar de algo de esto? Desgraciadamente, todo se queda tantas veces en insultos y en comparaciones de las bondades o maldades de populismo de izquierda o de derecha», lamenta el arzobispo de Toledo.
Es por lo que asegura que, si en el horizonte de Europa no existe el poder creer en Dios, el «malestar general» continuará y los problemas «renacerán una y otra vez». «¿Seremos capaces de superar el impasse de una Europa sin alma, lejos de su raíz cristiana?», concluye.
Arzobispado de Toledo / Redacción
Ensanchar la mirada
Las elecciones del domingo 26 llevan consigo poder elegir también nuestros representantes en la Unión Europea. Casi nunca han resaltado los partidos políticos qué significa esta España en la realidad de la unión política, económica, social y de relaciones entre europeos, en esta Europa, que comparte espacios y vida con muchas otras partes del mundo. No nos hablan nuestros elegibles ni de una etapa completamente nueva de la historia de Europa, que estamos contemplando, ni del desvanecimiento cada vez más evidente del interés por la realidad histórica en que vive el Viejo Continente. ¿No merece la pena que nos hubieran hablado, por ejemplo, de cómo vivir con tantos hombres y mujeres que vienen a Europa para quedarse, que llegan de tantos modos, algunos tan peligrosos, ni cómo convivir con el que es diferente por cultura y costumbres? Sólo oímos en los medios juicios ideológicos y, eso sí, hablar de la bondad de los candidatos que presentan sus partidos no sabemos para qué. Nadie o muy pocos desarrollan una reflexión que indique por qué formar parte de Europa es importante, por ejemplo, formar una familia, o por qué establecer relaciones duraderas entre hombre y mujer y no esos compromisos que duran un mes, tres meses o un año, a los que se está acostumbrando nuestra sociedad. Tampoco nos hablan de cómo educar a los hijos; ni siquiera nos dicen qué sentido tiene comprometerse por el bien común.
¿No están un tanto desorientados, cuando en verdad nos interesa que haya seguridad existencial para que no muera la enseñanza y la capacidad de encuentro, de diálogo y de iniciativa a todos los niveles, que sí buscaron los iniciadores de este proyecto de Unión Europea? La fe, sin embargo, lleva al creyente a ver en el otro un hermano que debe sostener y amar. Por la fe en Dios, que ha creado el universo, las criaturas y todos los seres humanos –iguales por su misericordia–, el creyente está llamado a expresar esta fraternidad humana, protegiendo la creación y ayudando a todas las personas, especialmente las más necesitadas y pobres. Imaginen ustedes la importancia de este aspecto para la vida de Europa. Otro de los problemas de Europa es el laicismo excluyente, que no hay que confundir con una sana laicidad. Si Dios es irrelevante en la vida pública, la sociedad podrá plasmarse según una perspectiva carente de Dios. Sin embargo, la experiencia enseña que el alejamiento del designio de Dios creador provoca un desorden que tiene repercusiones inevitables sobre el resto de la creación. «Cuando Dios queda eclipsado –decía Benedicto XVI el 17 de julio de 2008– nuestra capacidad de reconocer el orden natural, la finalidad y el bien, empiezan a disiparse». «Es precisamente el olvido de Dios lo que sumerge a las sociedades humanas en una forma de relativismo que genera ineludiblemente la violencia. Cuando se niega la posibilidad para todos de referirse a una verdad objetiva, el diálogo se hace imposible y la violencia declarada u oculta se convierte en la regla de las relaciones humanas». (Benedicto XVI, 7 de diciembre de 2012). ¿Han escuchado ustedes en los candidatos hablar de algo de esto?
Desgraciadamente todo se queda tantas veces en insultos y en comparaciones de las bondades o maldades de populismo de izquierda o de derecha. Si en el horizonte de Europa no existe el poder creer en Dios, honrarlo y llamar a todos los hombres a creer que este universo depende de un Dios que lo gobierna, que es el creador que nos ha plasmado con su sabiduría divina y nos ha concedido el don de la vida para conservarlo, el malestar general continuará y los problemas renacerán una y otra vez. ¿Seremos capaces de superar impasse de una Europa sin alma, lejos de su raíz cristiana?