El artesonado que permaneció cuatro siglos oculto
Santa María la Blanca de Canillejas ha inaugurado la restauración del artesonado del techo del presbiterio mudéjar del siglo XVI, una obra de arte única en la región
Durante el reinado de Felipe II, Canillejas –hoy un barrio de Madrid– era una villa de 99 habitantes, punto de parada habitual para el descanso y el aprovisionamiento en el camino que unía Alcalá de Henares con la capital. En aquella época, además de haber constancia de al menos dos visitas de santa Teresa de Jesús, ya se aludía a la existencia de la parroquia mudéjar de Santa María la Blanca, una joya arquitectónica que hoy, cinco siglos después, se ha revelado en su máximo esplendor.
Fruto de la colaboración entre el Departamento de Obras del Arzobispado y la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid se ha restaurado la techumbre original del presbiterio, el ejemplo de carpintería de lazo más importante de Madrid en una iglesia que fue declarada bien de interés cultural (BIC) en noviembre de 2019. Las catas realizadas hace diez años en la techumbre del templo confirmaron la existencia del artesonado original, y el Arzobispado encargó el proyecto de restauración de la cubierta y la armadura del presbiterio.
Los trabajos han consistido en desmontar la falsa bóveda de cañizo y yeso con la que estaba cubierto dicho artesonado mudéjar –realizada en la época de la peste bubónica que asoló Castilla a principios del siglo XVII–; restaurar la carpintería y el friso que sirve de apoyo a la estructura de madera, con decoración esgrafiada, y rehabilitar la cubierta, también de madera, que había bajo las tejas. Una gran cantidad de escombros acumulados a lo largo de los años y humedades debido a filtraciones de agua habían provocado que el artesonado mudéjar estuviera combado, por lo que es más que probable que hubiera acabado sucumbiendo al peso y desplomándose.
Varias intervenciones al año
La restauración de Santa María la Blanca comenzó en 2018 y ha sido el más importante de los trabajos llevados a cabo hasta la fecha por parte del Departamento de Obras y Patrimonio del Arzobispado. Su director, Roberto Herrero, explica que, cada año, el departamento firma un convenio de colaboración con Patrimonio de la Comunidad de Madrid, «con quien hay muy buena relación», por el que el Gobierno regional destina fondos económicos para la rehabilitación y conservación del patrimonio de la Iglesia, «que va en beneficio de toda la diócesis».
Son bienes de interés cultural y de interés patrimonial (BIP) aquellos que se encuentran en entornos de especial protección. Desde el Arzobispado se presenta un listado de posibles intervenciones en las que prima la urgencia arquitectónica, y «se hace por fases porque primero se aborda el continente –las cubiertas, las fachadas…– y después el interior –los solados, las reparaciones de madera, las pinturas…–».
Cuando desde el Departamento de Obras se enfrentan a inmuebles de estas características, nunca se sabe el recorrido que van a tener. Es el caso de la ermita de San Blas, un templo ahora mismo en fase de restauración y conservación bajo la dirección del arquitecto Antonio Ábalos. Hay una cripta de tiempos del conde de Canillas (siglo XVII), donde se ha restaurado el pavimento original del presbiterio, y además han aparecido unas pinturas murales en una de las capillas. Como explica Herrero, «comenzamos en la ermita hace tres años, y ha pasado de ser una iglesia prácticamente en ruinas junto a la carretera a un icono para este barrio, al ser el único edificio existente del antiguo pueblo de Canillas».
A lo largo del año se realizan de dos a cinco intervenciones; en la actualidad, a la ya finalizada de Santa María la Blanca se suman la mencionada de San Blas y la de la parroquia de Nuestra Señora del Enebral, de Collado Villalba. En este caso fue el párroco el que solicitó ayuda para una intervención en el atrio «debido al mal estado en que se encontraba y porque su reparación era muy gravosa para la parroquia». Las obras incluyen el rejuntado de la torre, la totalidad de las cubiertas del templo y el interior, con una reparación de las viguetas dañadas por termitas. «Estas solicitudes de trabajos de rehabilitación y conservación se proponen a través del Arzobispado de Madrid, y se estudia su ejecución en colaboración con la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid», explica Javier Grande, aparejador del Departamento de Obras.
Mucho por descubrir
Como en cada intervención, la obra de Santa María la Blanca se licitó y se adjudicó a una constructora, que ha contado con un importante número de restauradores y expertos en madera para devolver al presbiterio la apariencia que tuvo en su origen, cuando se comenzó a construir la iglesia, en 1449.
Javier Grande ha llevado a cabo la dirección de ejecución de la obra y explica que aún queda mucho por descubrir: «Se sabe que todo el techo de la nave es también de madera, aunque está ahora mismo oculto bajo ese mismo falso techo que tenía el presbiterio». Otra cosa es que se aborde la nueva intervención en un plazo corto. Porque, de momento, en la Blanqui, como llaman cariñosamente sus feligreses a la parroquia, todos quieren disfrutar de la contemplación del resultado de una obra que les ha situado en el epicentro de la noticia; tanto que hasta el periódico británico The Guardian se hizo eco de su inauguración.
El jueves pasado, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, presidió en el templo una Eucaristía por la finalización de las obras. Valoró que «la verdad de la fe tiene dos pilares: la belleza que se plasma en el arte dedicado a Dios, en el que empezamos a participar de algún modo de la eternidad, y la santidad de los hermanos que nos han precedido». Y destacó que «en esta parroquia se dan ambos: la belleza del artesonado que hoy podemos disfrutar tras su restauración; y tantos santos que ha dado esta comunidad desde el siglo XV, padres y madres de familia, niños y jóvenes, agricultores, trabajadores… que han vivido su vida según el Evangelio, alimentados por los sacramentos».
El prelado quiso recordar de modo especial a Carlos Plato, que fue párroco de Santa María la Blanca y que sufrió el martirio, junto a dos hermanos, en el verano de 1936. Actualmente está en proceso de beatificación. Es así una parroquia que ha dado santos y que ha dejado un legado que, como dijo una de las feligresas, «es una joyita nuestra, aunque no la podamos llevar en el dedo».