El arte en Magnificat, la belleza de la vida espiritual - Alfa y Omega

El arte en Magnificat, la belleza de la vida espiritual

«Llamamos bello a lo que eleva la mente», afirmaba el cardenal Tomáš Špidlík. Y con esas palabras describe María Rodríguez Velasco su esfuerzo por explicar cómo el arte es un medio privilegiado para trasmitir la fe, analizando cada mes una obra diferente. Un esfuerzo que se ve recompensado, para ella misma y para sus lectores, en esa guía espiritual que es Magnificat, gracias a la dedicación del sacerdote don Pablo Cervera, redactor-jefe de la edición española y prologuista de este libro. Sus editores, ante la celebración de su 10º aniversario en España, han decidido publicar una selección de los comentarios de esta doctora y profesora universitaria

Fernando de Navascués
‘Arca de Noé’ (siglo XII). Fresco de la iglesia de la abadía de Saint-Savin, Francia

Tras el Concilio Vaticano II y su renovación litúrgica, se hacía necesario ayudar a los fieles a vivir más de cerca la liturgia de la Iglesia con algunos instrumentos útiles. Magnificat es una de esas ayudas. Nació en Francia gracias al empeño de un laico, Pierre-Marie Dumont, que junto a su esposa y otros laicos deseaban abrir lo más posible la nueva riqueza litúrgica que emanaba del Concilio y que se abría a la vida familiar, parroquial y asociativa.

Con ese criterio, Magnificat se ofrece, no como un subsidio para la Misa, que de por sí ya sería algo bueno, sino como una guía espiritual. Es una oportunidad para hacer de cada día una ofrenda a Dios. Sí, están las lecturas de la Misa, pero también nos ofrecen meditaciones, y la Liturgia de las Horas, y oraciones y devocionarios, y ayudas catequéticas…, todo para el mes en curso. Sí, todo eso. Pero hay más. Hay una singularidad de la que Juan Pablo II, en su Carta a los artistas, del 4 de abril de 1999, afirmaba: «Toda forma de arte… constituye un acercamiento muy válido al horizonte de la fe». Es más, el encuentro personal con Cristo «se puede enriquecer a través de la intuición artística».

Y en este marco de contenidos, es donde Magnificat inserta cada mes una obra de arte para presentar la fe. Pero no de cualquier forma de arte, sino de un arte que se hace Evangelio, Buena Nueva. Imágenes que trascienden para acercar a Cristo y a la Iglesia a la vida espiritual del lector. O mejor dicho, del contemplador.

¿Cuál es la misión de María Rodríguez de Velasco? Presentar obras de arte –pinturas, mosaicos, esculturas…– que nos hablan de Dios. Como dice el Papa Juan Pablo II en la citada Carta a los artistas: «El arte es expresión de la búsqueda del significado último de la existencia». ¡Qué mejor sección para una publicación que es una guía espiritual!

Arte de todos los tiempos

En el décimo aniversario de Magnificat, la editorial ha decidido ofrecer a sus lectores y amigos algunos de los mejores comentarios de esta profesora universitaria. Por este motivo, con el libro Rostros creyentes para nuestra fe, Magníficat repasa, de la mano del arte que eleva y lleva hasta Dios, la Historia de la Salvación que comienza por los Patriarcas y continúa con los profetas, apóstoles y, finalmente, dos pinturas dedicadas a la Virgen María y san José, rostros creyentes consumados para nuestra fe.

Un total de 30 obras de arte de todos los tiempos. Desde el Arca de Noé, de la abadía de Saint-Savin-sur-Gartempe, en Francia, del siglo XII, hasta Job y su mujer, de Georges de La Tour, en el Museo Departamental de Épinal, Francia; o desde mosaicos como el de la Anunciación, de Pietro Cavallini, en la iglesia de Santa María in Trastevere, de Roma, al San Juan en Patmos, de los Hermanos Limbourg, en el Libro de Horas, con bellísimas ilustraciones, Las Muy Ricas Horas del Duque de Berry, en Chantilly, Francia.

No faltan obras españolas, como el Santiago el Mayor, del Maestro Mateo, en el Pórtico de la Gloria, de la catedral de Santiago de Compostela, o un machón del claustro de Santo de Domingo de Silos, en el que se contempla la Duda de Santo Tomás.

Nos acercamos a una obra que invita a la contemplación y al disfrute de Dios, no sólo porque ayuda a la vida espiritual, que de eso se trata en última instancia, sino porque lleva también a descubrir la belleza de la Liturgia de la Iglesia que no es otra cosa que ese servicio a favor de la comunidad que es la acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.