La palabra acompañamiento es la palabra talismán que identifica la principal propuesta de la renovación pastoral que quiere impulsar el Papa para la Iglesia de hoy. Es inseparable de su opción por acompañar procesos personales y comunitarios, por delante de crear espacios (estructuras, obras, grupos, etc.). Ha sido la palabra clave para identificar la principal propuesta de la nueva pastoral familiar, que surge de los dos sínodos de la familia y que se plasma en la exhortación Amoris laetitia, así como de la nueva pastoral juvenil que surge del Sínodo de los jóvenes y que se plasma en Christus vivit, en la que aparece 25 veces.
Pero la palabra acompañamiento corre el riesgo de convertirse en una palabra de moda, desvirtuando el verdadero potencial de hondura y de proyección para una Iglesia llamada a convertirse pastoralmente en hospital de campaña, que acompaña y cura. Menos mal que no nos faltan profundos intelectuales y, al mismo tiempo, pastores experimentados capaces de ofrecernos una reflexión que nos lleva tanto a las profundidades del arte del acompañamiento como a los distintos ámbitos donde se proyecta. Antonio Ávila, teólogo y psicólogo, director del Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca en Madrid, ha tenido el valor de escribir un libro en el que se aborda no solo el significado teológico, antropológico, psicológico y pastoral del acompañamiento, sino también todas las dimensiones del mismo.
Así nos salva de la que tal vez sea ahora la trampa más perniciosa con respecto a esta propuesta, que no es la de no secundarla, sino la de hacerlo de modo reductivo, como si el acompañamiento pastoral viniese a resultar un lavado de cara de la clásica dirección pastoral. Claro que incluye una revisión de esta, pero también muchas otras cosas, pues el acompañamiento pastoral tiene que ver con toda «la preocupación sentida y expresada por los cristianos hacia el otro, especialmente hacia aquel que necesita de cualquier manera de nuestra presencia fraterna, tanto por motivos de crecimiento personal y espiritual como a causa de problemas materiales, morales, psicológicos, situaciones de exclusión, angustia, miedo…».
Así en el libro se van distinguiendo capítulos que nos explican los diversos tipos de acompañamiento pastoral (para la derivación, de ayuda, para el crecimiento y la maduración personal, para las relaciones humanas, para la responsabilidad moral y el perdón), para terminar abordando los diversos tipos de acompañamiento que se refieren directamente al ejercicio de la vida cristiana (los alejados, los acogidos que se acercan a la fe, los que se inician en la fe, los que disciernen la voluntad de Dios para ellos, y los que quieren ser fieles en la vida diaria a la fe).
Y todo ello con la mirada puesta en el Evangelio. Al comienzo del libro el autor propone las actitudes del acompañamiento pastoral que encontramos en Jesús, el Buen Pastor: «Encuentra a las personas donde ellas están. Es compasivo. Aunque propone unas determinadas actitudes morales personales, nunca condena. Habla con autoridad, pero sin imponer, sino que invita a la opción. Abre a preguntas. Refuerza las respuestas de fe. Es inclusivo. Sabe poner límites y cuidar de sí mismo. Trata con las personas de forma individual. No es coercitivo o manipulador. Se sirve del lenguaje ordinario. No minimiza los costes del discipulado. Valora la motivación y no solo las conductas. Prefiere el diálogo al monólogo . Tiene una visión integradora y poco dualista. Da a las personas lo que necesitan, no lo que pide. Les hace caer en la cuenta de su necesidad de Dios y de su justicia».
Antonio Ávila
PPC
2018
392
22,05 €